La vida es demasiado larga como para no disfrutar de cada momento, de cada instante. Desde que nacemos, vivimos en familia, rodeados de nuestros seres queridos, pensando que siempre estarán, y no sabemos, que, en cualquier momento, nos pueden llegar a faltar. Desde que era pequeña, mi familia me ha enseñado a ser agradecida, y a dar las gracias diariamente por lo que tenemos.
En nuestro día a día, no somos realmente conscientes de lo privilegiados que somos, ya que, lo encontramos normalizado en nuestra sociedad, y a veces, debemos de pararnos a contemplar lo que nos rodea, antes de poder continuar.
El camino de la vida
Cuando miramos al futuro, o nos planteamos ciertas metas que pretendemos algún día llegar a alcanzar, no somos conscientes de nuestro recorrido hasta entonces. En mi caso, en numerosas ocasiones, soy verdaderamente consciente, de que todo lo que me ha llevado hasta hoy en día, no sólo han sido mis momentos buenos, sino también, en aquellos menos buenos; o mejor dicho, diferentes. La vida es un camino, por el que transcurren muchas personas, en ocasiones, algunas se quedan a acompañarlo, disfrutarlo y enriquecerlo; mientras que otras, se limitan a “pasar de largo”. Qué importancia ser conscientes de la gran diferencia que existe entre las personas que nos marcan, nos influyen o que simplemente se paran a escucharte, de aquellas que no lo hacen por igual.
Considero que, en nuestras manos está el poder de cambiar nuestra forma de vivir. Para ello, debemos comenzar a dar gracias por algunas acciones, que para nosotros resultan insignificantes, pero que para otras personas no lo son. Como entidad educativa y social, tenemos el poder de transmitir a los más jóvenes, diferentes maneras de vivir. Y es que, para poder disfrutar, lo más importante es el tiempo que dediquemos a cada acción que realicemos. No sólo estar pasivos en nuestro día a día, si no, pararnos a realizar pequeñas acciones, que quizás para nosotros realmente lo son, pero que, para otros, pueden llegar a significar algo importante, como es el simple hecho de escuchar. Y es que, como decía San Juan Bosco: “No debes dejar para mañana el bien que puedas hacer hoy, pues quizás no haya un mañana”. No cabe duda, de que, el arte de vivir, con todo lo que eso conlleva, es el mayor aprendizaje de nuestras vidas.
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