Yo era la cesta preferida de mamá Margarita. Mi cuerpo estaba formado por mimbres cuidadosamente entrelazados. Siempre tuve el honor de permanecer en la habitación de mi dueña. Ella misma había forrado mi interior con tela de colores. Colgada de su brazo fui la fiel compañera de sus caminatas hacia Capriglio, Castelnuovo, Morialdo…
Todo ocurrió de repente. ¡Nos íbamos de viaje a la capital! Mamá Margarita había accedido a acompañar a su hijo a Turín. Juan Bosco, el cura de los chicos pobres, la necesitaba para que hiciera de madre de los chavales que pensaba acoger en su casa.
Todavía recuerdo la última noche. Mamá Margarita me llenó con prendas de ropa blanca cuidadosamente planchadas. Entre las ropas depositó espigas de lavanda. En mi fondo, oculto bajo el forro de tela, escondió su pequeño tesoro: un envoltorio de terciopelo conteniendo dos anillos de boda y un pequeño collarcito de oro.
Hicimos el viaje a pie. Al anochecer llegamos a la gran ciudad. ¡Qué desilusión! Yo había imaginado una casa señorial, pero nuestro destino eran tres pobres habitaciones con muebles desvencijados y paredes desconchadas.
Mamá Margarita y Juan trabajaron hasta la extenuación durante los días siguientes. Consiguieron vestir de ternura lo que antes sólo eran cuartos vacíos y polvorientos. Los chicos llegaron a las pocas semanas. Sus risas fueron el latido del hogar recién creado.
Pero algo comenzó a ir mal. Las prendas blancas que atesoraba en mi interior comenzaron a desaparecer… Cuando quise darme cuenta, todas se habían desvanecido. Mi cuerpo hueco tan sólo conservaba el humilde tesoro de los dos anillos y el collarcito de oro… En vano intenté protestar el día en que mamá Margarita se llevó también la pequeña bolsa de terciopelo. Me sumí en la soledad oscura y vacía de las cosas que se tornan inservibles.
Así estuve hasta que una noche, aguzando el oído, pude oír una conversación entre Juan y su madre… Las prendas, los anillos y el collarcito que yo atesoraba habían servido para hacer de aquellas habitaciones un hogar cálido y compartido. Les escuché pronunciar el nombre de los pequeños acogidos como quien reza una oración.
Desde aquella noche una luz ilumina mi interior. Ahora, aunque mi cuerpo sigue vacío, tengo mi corazón de mimbre lleno de nombres: los nombres de los chicos de Don Bosco.
Nota: 3 de noviembre de 1846. Don Bosco y su madre bajan desde I Becchi a Turín para acoger a los chicos necesitados. Tan sólo poseen unas prendas de ropa blanca, dos anillos y un collarcito de oro que llenan la cesta de mamá Margarita. Con estos escasos bienes harán frente a las primeras necesidades del Oratorio.
Pepito como siempre nos sorprendes con una nueva historia tierna y emotiva.
Preciosa la de la cesta.
Con afecto Ma Julia Guillem