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Tierra refregada
No puedo esperar. Tengo mucho que pedirle al tiempo.
De la capilla a las aulas del COU tarco cinco minutos escasos,
atravesando el patio por en medio del patio.
Las voces de los chicos me interrumpen, suenan en ambas partes de la cabeza.
Me doy cuenta de haber dicho muchas cosas del Viejo Profesor en clase.
Así es que hoy me he bebido un vaso para la sed
y para callarme a su debido tiempo.
¿Sabes hacer eso, Paco? –me digo.
Sí, sí, lo hago con mi voz, una segunda voz que desato a veces.
¿De qué te sirven esas apuestas? –me pregunto.
“El honor es un valor que sobrepasa a la vida” (Calderón).
Por mi oficio, tenía que citarle con frecuencia. Lo hice.
Como alcalde no sé si pasaría a la historia,
por lo que hacía o por lo que decía.
Pero seguro que pasaría.
Fue un gran paseante del Foro –afable, pulcro, educado, curioso–.
Olía más a pupitre que a machaco.
Le gustaba, como a Galdós, el café con leche con migas.
Estudió la picaresca española como nadie, soltando párrafos de memoria
del Guzmán de Alfarache, Historia de la vida del Buscón.
Astuto, sabio, algo rijoso, nos dio todos los avisos para vivir,
en unos bandos barrocos, que nos leía de vez en cuando
para adiestrarnos en la carrera de sobrevivir en la ciudad de los gatos…
Esa mañana no crucé el patio para llegar al COU,
di la vuelta por la Ronda, José Antonio armona y Sebastián Elcano,
tomé el ascensor y llegué al piso octavo, pillando a los chicos
descolocados, bullebulles, retadores
“a la expectativa”.
Presidía la pizarra una magnífica caricatura del Viejo Profesor,
junto a la inscripción “Ahora, que te den”,
traducción mía de una más obscena.
¿Tenías a los chicos en un puño? –me digo.
¡Que te crees tú eso!
Lavapiés, Hospicio, Arganzuela, son tierra refregada.
No hice la más mínima mención.
Escribí lo habido y por haber en la pizarra, respetando la provocación.
Conjuré con silencio este escalofrío hasta hoy.
Había aprendido a respetar la vida que estaba escrita en su cara.
Tenían solo 18 años.
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Transición
Tengo que irme ya.
Acaba de sonar el timbre.
– “Mañana hacemos escrito del último tema” –digo.
Así los vagos se pasan el día haciendo chuletas.
“La apuesta que yo quiero es el trabajo” –me insisto.
Me lo suelto en la cabeza porque estoy de lado. Me río.
Les preguntaré por oral.
Salgo deprisa sin hablar.
Rodeo el colegio hasta la portería, al revés que antes.
Recojo la “travelling bag”. Desayuno en “El Brillante”.
Tomo el Metro Atocha hasta Metro Estrecho. Después a pie hasta el CES.
Aquí está todo el hoy que me hace falta.
La radio que me acompaña excava más historias de Tierno Galván.
Muere a los sesenta y siete años y parece Matusalén.
En la Transición los políticos eran jóvenes.
Nada que ver con los jerarcas soviéticos o chinos,
ni con los pollistas de la Democracia cristiana a la italiana.
La basca de los madriles adora al pureta,
que un día soñara con ser presidente de la República.
Amigo Javier:
– Sujétame, hombre, sujétame. Es todo lo que me hace falta. Sujétame y no me preguntes.
Yo hablo solo.
Cayó de puta madre al pueblo de Madrid, y pasará a la historia como un hombre de mucha educación y mucha conducta.
La reputación, oye, es la piedra angular del poder,
pero cualquier biografía –cualquiera, cualquiera– esconde secretos, y más pronto que tarde se encuentran.
Y nada, absolutamente nada, es lo suficientemente fuerte, como para poder ocultarlo.
De fondo ponen una canción de La Movida.
“Próxima estación: Estrecho”.
Me echo fuera a empujones. No queda otra.
A la salida el pensamiento es solo fuerza.
El “que te den” hace añicos mis clases y me empapa las barbas a medio afeitar.
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Es el momento / Garaia Da
Así son los días, a la carrera.
Agarras el tiempo para seguir corriendo.
Me espera primero de Ciencias del CES, en el perpetuo alboroto de los diecinueve/veinte años.
Alboroto que cubre, esconde, ensordece, no te invita a hablar.
Y menos con Bellanato por medio, la delegada
Y las “contestatarias” a la Constitución del 78,
que no a La Movida.
Mi cara, desencajada por el esfuerzo
sorprende a Isabel Fernández y María Gallego,
sentadas en la portería.
¿Olfateas? –preguntan.
Sí, sí, olfateo el momento –les digo.
Es el momento / Garaia da –era el “slogan” del PNV entonces.
Ahora “el mismito” lo usa el PP, treinta años después.
Me abre la puerta de la clase Valle Magán,
la que se sienta enfrente de Luis Fernández.
No me sale un gesto para corresponder. Permanezco tranquilo.
Digo:
“El viejo profesor, hoy fallecido, cruzó la historia de España
desde el Madrid de los sacos terreros hasta el Madrid recuperado para la democracia.
Si os acordáis llegó con sus diputados al Congreso, donde según él mismo, el hemiciclo se asemeja a una concha en que la pelota del tópico rebota para volver a rebotar”.
Las “bellas contestatarias” me escuchan con los labios apretados.
Karina me pregunta:
– ¿Es del PSOE?
Ante la pregunta, me sale una historia en lugar de una respuesta.
“Os la cuento, pero necesito un café –digo. Es el tercero. Suelo tomar siente u ocho al día”.
Bellanato se ofrece en traérmelo de la cafetería.
Hago un mínimo no con la cabeza, que ella no tiene en cuenta.
Sale.
Después de la pausa retomamos el acontecimiento.
Nos sentamos todos. Más de cien.
Llevan la historia en la sangre.
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Pureta de la Basca
¿Conoces bien la historia o la inventas? –avanza Luis.
La conozco, oye; pero tengo mis trucos, en parte cosecho de los sentidos, y en parte de la observación.
Media hora de relato sin interrupción, hasta que Iván, el agustino, dice:
– Pareces alguien que sabes muchas cosas.
Lo niego.
– Ni siquiera sé de qué lado están los chicos de Atocha.
– ¿Y vosotros?
La única fuente que tengo es el trabajo, chicos, la dedicación, el estudio arduo y querido. Soy, desde pequeñajo, enjuto y ladrón –como el Viejo Profesor– soy capaz de robarles agua al viento y a la noche, y tan pronto como consigo un poco, la gasto toda de una vez en colores retenidos en la médula de las piedras.
¡Qué metáforas eh!
Un día en un concierto rock, Don Tierno Galván,
–aquel don Hilarión sabio
llamó a Joaquín Sabina y Paco Umbral de usted,
como los viejos republicanos–
el pureta rojo más que rojo, dijo desde la tribuna:
– “A colocarse toca, chicos”.
– “A colocarte y al loro”.
Y nació La Movida.
Tosen las “bellanatos”, franquistas todas, a las que esperan de examen final los principios básicos de la Constitución para aprobar, que ellas no quieren estudiar.
La ciudad donde se vendían.
¡Agua, azucarillos y aguardiente”,
de pronto se travistió y se hizo rockera.
Los que más trataron de desprestigiarle,
nunca lo conseguirían.
El hombre obstinado pone fuerza de azúcares en sus frutos,
lanza aromas de descarado, aún sin querer.
Lo siento.
Es inútil dar coces contra el aguijón.
Don Tierno Galván es tierra de cielo seco,
como la de La Alcarria, La Mancha.
La prefiero.
Post Scriptum.
Madrid es la Babilonia donde nadie es charnego,
ni maqueto ni paleto.
Madrid no tiene nada suyo, porque el mantón es de Manila, el chotis de Escocia y los madrileños del mundo,
incluso los miles de vascos y catalanes aquí afincados.
“Que todos los ombligos son redondos”.
En sus charlas y bandos tierno Galván utilizó la ironía socrática:
“La ironía –dijo– es consecuencia de nuestra capacidad de ver las cosas desde arriba. Si las aves tuvieran pensamiento, todas
serían irónicas”.
El entierro cortó el resuello de la Capital de la Gloria con la impresionante carroza de los Cárpatos tiradas por seis caballos
y las seis cámaras de Pilar Miró.
El Viejo Profesor es la metáfora de la decrepitud y de la falta de piedad del enredo político: “La política –confesó– surca los rostros con huellas más profundas que el arado de la tierra”.
Que se lo digan a mis amigos
Dani Martínez Batanero,
Iñaki Echaniz Salgado,
Antonio Román Jasanada.
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