Carta al cardenal salesiano Antonio María Javierre
- Obispo García Magán
Amigo don Antonio:
Espero que al recibo de ésta se encuentre Vd. bien, yo bien gracias a Dios.
El motivo de mi carta es responderle a la suya del 14.09.06.
Han pasado diecisiete años nada menos.
Pero nunca es tarde si la dicha es buena.
Me escucho leer a mí mismo la pequeña carta que conservo como POSTA PRIORITARIA del mejor cardenal que ha tenido Santa Romana Iglesia en el siglo XXI y el mejor maestro que yo tuve de Teología dogmática, junto con don Luis Chiandotto. Dice así:
– “Vino César con su mazapán toledano y con el simpático Juanito Bosco. Fue esta vez embajador de nuevas no buenas… desgraciadamente en plural. Elevo por ambos mi plegaria familiar al Médico de los cuerpos y de las almas. La simpatía contagiosa del librito refleja la serenidad de su Autor. Me uno a su fiat voluntas tua con un cariñoso abrazo fraterno y sacerdotal. In C. J. Antonio M. Card. Javierre. Roma 14.09.06”.
Se me subió el vuelo del cardenal en jet privado a la cabeza. Una alarma salvaje se apoderó de mis ojos, cuando en la posdata el señor cardenal concluía: “Tengo que correr, de lo contrario la noche me va a sorprender en el camino”. Respiré al ver que era una frase de Santo Domingo Savio, en la que yo nunca había reparado y sí usted.
Amigo don Antonio, estoy lanzando botellas al mar con todos mis tiempos, aunque mi padre Román decía que era “piedra de río”: o del Tajo, o del Henares, o del Jarama. No sé.
Francisco César es una obispo auxiliar de Toledo y secretario de la Conferencia Episcopal Española nada menos.
Ahí es nada y tal y qué se yo.
Mi madre decía: “Se llega más lejos dando que pidiendo, hijo”.
César, desde pequeñajo, no hizo otra cosa que darse a todos. Seguía el ejemplo de su sabia madre y de su generoso padre.
Busca el gran obispo toledano las ruinas previsibles de la cultura católica, milenaria, los profundos colores de la muerte y encuentra en la catedral primada –la dives toletana– la sangre que palpita sobre los rojos aperos del suspiro.
Los suspiros de Toledo. Los suspiros de las Españas.
Es el amor, don Antonio, el que recrea de nuevo el ser absoluto y se renuncia al vértigo para alcanzar la tradición de donde venimos y de su mano avanzar hacia el futuro.
- Catacumbas de San Calixto
Agazapados quedan mis años de estudiante en Roma, en la Gregoriana y en la Sapienza. Y en la residencia “San Tarcisio”, sobre las catacumbas de San Calixto; viviendo a unos metros de la ermita “Quo Vadis” y la de las “Fosas Ardeatinas”.
Me doy cuenta, antes de nada, maldita sea, que no le entregué en su momento las dos botellas de vino clarete del Somontano, que me entregó para usted su prima monja en Casbas de Huesca en 1968.
Casi me siento avergonzado.
Las muñecas de mis manos estaban llenas de voluntad.
Pero dejé pasar el tiempo y…
chocar sus manos y las botellas
me parecía como empuñar una piedra.
Aquí, en “San Tarcisio”, tropiezo con las huellas que dejan los compañeros extinguidos y llega así el tiempo de colmar su tiempo.
De entre ellos: Acebes, Morosinotto, Moloney, Morand, Cozzolino, Cimosa, Perenchio, Ardito, Reyes, Vallejo, Estalayo…
Surcábamos entonces, don Antonio, el misterio de las raíces cristianas,
del cristianismo primitivo,
de los primeros mártires,
de las primeras dudas,
de las primeras apuestas,
de las primeras herejías,
de los primeros concilios
y escuchábamos el estruendo del silencio,
azotado por los aullidos de la melancolía;
por el “viale” de la charla y del rosario,
también con Angelo Amato o con Oscar R. Maradiaga,
papables, como usted, en su momento.
Fue el estudio el que nos devolvía el alma perdida.
Fue la oración la que se escuchaba,
entre las ruinas de la historia
entre las ruinas de nuestra inteligencia
entre las ruinas de nuestro corazón.
¡Qué sangre tan oscura la del destino equivocado!
¡Qué sangre tan clara la del destino acertado!
Era nuestra infancia sacerdotal, llena de amor,
nos asomábamos a nuestra juventud, en Roma,
entre “el verso libre” y “los endecasílabos agazapados”.
- Ángeles encallecidos
Amigo don Antonio:
De nuevo me acosa la hemorragia del estudio en el Pas.
Curso 1968-69 y 1972-73.
Supe ya, acompañado por Vd., Chiandotto y los jesuitas Villoslada, Blet, Batllori, Fazio, Fois, Martina, Cerio, Kempf, que la vida me entregaría un palpitar de tesón, audacia y transparencia, el clamor de un dios arrollado por las potencias del alma y pregono una vez más que con ellas nací de nuevo en Roma.
Tuve que rechazar entonces las torpezas de la piel acosada por un batallón de ángeles encallecidos –Goyenechea, Ramos, Milanesi, Tejera, Quarello, Alberich, Arto, Gutiérrez, Girardi–, pero nadie puede cantar entre los brazos de la patria lejana y sola, muertos ya mis padres. España perdida, en Roma sentí el abrazo de la ciudad entera.
Fue el tiempo de la más lenta esperanza, la nostalgia que retorna y tiembla porque unos ojos de generosa almendra me miran con ternura y al sentir el fuego de la sangre sabia me entrego a la hermosura de Cerdeña y los sardos… como cura estudiante y vicario suplente de Nulvi, Pérfugas, Castelsardo, Martis, Porto Cervo.
La Gallura. De nuevo me acosa la Gallura. Cerdeña va conmigo.
De nuevo me acosa la hemorragia de Roma.
Tarcisio Bertone, Raffaele Farina, Angelo Amato.
Huellas que dejaron los maestros extinguidos.
Bertone y su curso opcional: “De penis et delictis”, tan práctico, como las coincidencias en bus al Vaticano, en busca del Archivo Secreto siempre y de la biblioteca, de la mano del profe De Mario.
Farina, el estudioso apasionado de la Iglesia y de Italia y de Don Bosco, estudiante de historia en la Gregoriana antes que yo, azotado por los aullidos del Renacimiento italiano y el Risorgimento, de la mano del profe Santiago Martina.
Amato, compi durante esos años. Fue la Cristología la que le devolvía a cualquier lugar perdido. Exquisito, puntual, educado, reflexivo, erudito, será el artista de la teología sobre Jesucristo, al que volverá siempre, sin vértigo ni nostalgia. Su Jesús, el Señor es nieve recién caída, nieve que está cayendo por todo el mundo.
- Mi heroína
Querido don Antonio:
Escudriño hoy el misterio de vivir, después de tres infartos múltiples y, en fin, del Covid 19 primero, ausente de piedad.
Escudriño el latido revelador de los “chicos” de Guada, sobre todo de LuisFran, Isi, Sam del Cózar, Fer Grande, los Rebollines, Rodri, Tole, Echaniz, los Pouso, Leceta, Sevilla, Gómez Tello, Santos y sus hijos…
Escudriño la vela temblorosa que lo alumbra.
Invade mi boca el sabor de la muerte profunda vencida,
la nostalgia que miente la más dulce certeza
las sangres de tantos que manchan y curan
la verdad fervorosa del entusiasmo que nos aguarda.
Roma me abrazó con todo su pasado.
Yo me dejé abrazar tanto, tanto,
que ella me supo albergar también:
Aquel nublado alumno de la Gregoriana,
vencedor del silencio
en el Archivo Secreto Vaticano,
en el Archivo Salesiano Central,
ahora escribe y escribe y escribe
y trabaja en la hermosura de la palabra:
“Y la Palabra se hizo carne” (Jn 1,14)
–mi cauce sacerdotal–
en el arte de la luz de las palabras
hechas acontecimientos,
y los dos son uno en esta voz cumplida.
Querido don Antonio, baturro de pura cepa,
aprendí junto a mi abuela “Mamá nona” y mi tío “Mosen Gregorio” desde Casbas de Huesca la generosidad para con los demás, que no se estudia en los libros. Ese vino noble con el que se brinda cada día
y que puede explicar algo de un trayecto de 82 años.
Decía usted en su carta: “La simpatía contagiosa del librito refleja la serenidad de su Autor”. Fue la palabra la que me fue haciendo héroe de mi propia palabra.
La palabra: esa adicción de mis años. Mi única heroína.
Bastante ahogado por la sal áspera de los años, desnuda el alma cada vez más bajo la lluvia de las habladurías, tan necesarias, me doy cuenta de que el ocaso tiene luz de espuma, la tristeza de muchos cosmos abortados. O sea.
Escucho cada vez más el estruendo del silencio
el estruendo del País Vasco,
de Guipúzkoa y de Vitoria sobre todo.
Y también el orgullo de mi colección “Sucesores”,
inacabada
y mis “Salesianos Madrid (1875-1910)”,
inacabados,
ya modelados,
pero que tiembla su publicación.
Todo me turba, don Antonio
y nada me turba,
salvo el florecer del corazón,
y sólo me importa el abismo salvado,
que ya avienta los exactos despojos
de la nada.
Al final vendrá César
con su mazapán toledano
y con el simpático Juanito Bosco.
Esta vez embajador de nuevas
buenas… también él como cardenal
de Santa Romana Iglesia,
que ya me lo decía Vd.
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