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El asalto
Varela se lo había tomado muy en serio. No podía ser de otra manera.
Y Manero, Susaeta, Domenech, Pimentel, los Caminos, y yo mismo.
Esta podía ser la gesta de nuestra vida.
Y no teníamos la menor duda de que teníamos que hacerlo.
Sólo teníamos que demostrarlo.
Sí, nos sentíamos capacitados para ello.
– A las 11 en General Lacy.
– En la puerta de la capilla.
– Decididos y puntuales.
¡Cómo los odiábamos! Ni nosotros sabíamos cuánto.
Era un odio doloroso, que nos hacía daño, un rencor que nos intoxicaba
cada instante y no nos dejaba en paz.
Y la gran ocasión era el domingo próximo.
Los oficios litúrgicos avanzaban.
Cantaban y cantaban como cuáqueros del Mississipi.
Arrancamos de cuajo todos los avisos de la cartelera.
Achinchentamos docenas de estampas de María Auxiliadora.
– ¡Estos protestantes se van a enterar!
– ¡Estos herejes, infieles y malos cristianos!
– ¡Qué gozada!
Entramos los siete como elefantes en cacharrería.
Nos colocamos en el banco primero que estaba vacío,
como en todas las confesiones religiosas con bancos.
Fingimos cantar el salmo junto a los fieles.
El pastor nos mira sorprendido.
Nos instalamos con formas chulescas.
Nos ponemos de pie a la vez.
Nos volvemos cara al público y, cuando todos se quedan mirando,
abrimos bien los ojos y saltamos gritando una y otra vez:
“¡Viva María Auxiliadora! ¡Herejes! ¡Herejes!”.
Y los chillidos no nos ayudaban precisamente a centrar la puerta de salida.
Embotados de voces y cagados de miedos salimos por piernas.
Un “orondo hereje joven” salió detrás de nosotros.
– ¡Tú por General Lacy!
– ¡Tú por Murcia!
– ¡Tú por Delicias!
– ¡Tú por…!
– ¡A Salesianos, todos!
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Púgiles de la fe
– ¡Por los herejes, infieles y malos cristianos!
– Padrenuestro que estás en los cielos…
Es la voz de Don Fila.
Don Filadelfo Arce.
– Esos herejes que desprecian a la Virgen María, nuestra Madre.
– Tenían la culpa de haber nacido en Lavapiés.
– Es la peor categoría humana del barrio.
Más que los moros integristas.
Más que los sindicalistas.
Más que los antiprohibicionistas.
Más que los comunistas, esos…
Muy fuerte, amigo Javier.
Habráse visto, injuriar a la Virgen María…
Es como liarse a patadas con nuestro ego,
los chicos de la “Compañía de la Inmaculada”
de Salesianos Atocha.
El problema era que habíamos chupado,
como mosquitos glotones,
todo lo que esa tierra mediocre y erizada
de las catequesis de posguerra
nos podía brindar.
Sí, sí, ése podría ser el primer gesto de un apóstol.
Como la bienvenida al cuadrilátero de un gran púgil:
Atacar a los protestantes en su capilla.
Luego, colgar estampas de María Auxiliadora
en su cartelera de avisos.
Hasta el palacio más sólido del mundo
tiene su punto de ruptura,
y basta golpear allí, propiamente allí,
para que toda la construcción se derrumbe.
Además, Varela era un experto en puntos de ruptura.
Ya está.
La idea del “asalto” cuajó y…
nos cerramos la chaqueta y cruzamos la calle a pie.
Nos hicimos cargo de la situación.
¿Por qué?
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Quien ofende, pierde
Mi madre siempre veía más allá.
Todo esto de “los protestantes”
había sido una brutalidad.
Una brutalidad a cambio
de hacer daño.
En todo caso,
hay ciertas gallardías que no van conmigo.
No todo el mundo vale
para tener una seguridad implacable
en lo que hace.
El “asalto” a la capilla
no me dejaba vivir.
– Qué mal, hijo –dijo.
– ¿Qué?
– Que qué mal, hijo –repite.
– ¿Y?
– No todo vale en la vida.
Me palmea la espalda.
– Quien ofende, pierde, hijo.
– Irrumpimos en la capilla de los protestantes
y estorbamos… chillamos…
– He resistido una semana sin decírtelo.
– ¡Ya sabía yo que te pasaba algo!
– Y a los hijos hay que seguirlos
en todas las direcciones.
Mordía yo un lápiz “alpino” con rigor dental,
mientras ella hablaba.
– Me informaron y esperé que me dijeras tú algo.
– Al final, hijo, todo el mundo necesita
la conciencia y la paz para amar, para olvidar,
para odiar, para equivocarse,
para tener razón, para salir de fiesta.
Nos guste o no.
– ¿Y qué se te ocurre?
– Mira, chico, hay quien se gana la vida de cualquier manera,
la saca a pasear
y después no recoge las cacas
que deja en la acera.
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Recoger las cacas
– Tengo que ir a la parroquia de las Angustias.
– Hay que sacar la partida de matrimonio.
– Allí nos casamos tu padre y yo.
– Nos la han pedido de Salesianos.
– ¿Y para qué la quieren?
– Para trámites y expedientes.
– ¿Quieres que te acompañe?
Esperaba que dijera eso, pues levantó el brazo para abrazarme.
Tomamos el tranvía y nos bajamos a la altura de calle Tortosa.
Recuperamos Delicias, Riego, Rafael de Riego, se adentra en una
casa que huele a orín de gato.
– Mamá, qué es esto.
– Ay, me equivoqué. En qué iba yo pensando.
En la guerra…
Finalizamos en la parroquia todos los papeleos y al salir toma la
dirección de General Lacy. Corre más que anda.
Cuando llegamos al número 18, creo, se adelanta y penetra en la capilla protestante del Buen Pastor.
Ya dentro, tose, camina despacio, parece que espera a alguien.
Se oye el toque de unos pasos. Y…
– Don Juan Luis, mi chico. Saluda a don Juan Luis.
– Buenos días, don Juan Luis.
– Que me ha dicho tu madre…
“¡Tierra, trágame!”, pienso para mis adentros.
– …que quieres ser marino.
– Me gustan los barcos.
– Toma, toma…
Y me alarga una estampa de María Auxiliadora.
Todavía conserva el agujero de la chincheta.
Me retraigo.
– La Virgen María es el mejor viento favorable en el mar.
“Sólo es alfalfa para enmascarar lo malo que tiene
que ser este don Juan Luis, el protestante pastor”, pienso.
Con intransferible presión arterial, tomo la estampa
y me agarro a mi madre Nieves.
“Hay que recoger las cacas
que dejamos en la acera”, me dijo ayer.
Amigo Javier, me gritaba a mí cómo había que hacer,
con “los judíos, herejes, infieles y malos cristianos”…
y con los protestantes de General Lacy.
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