La trompeta

Las cosas de Don Bosco  |  José J. Gómez Palacios

3 octubre 2023

Ta, ta, tá … Tararí… Ta, ta, tá… Tararí…

Mi cuerpo de metal se llenó de alegría al sentir el sol de primavera. Comencé a sonar con todas mis fuerzas. Mi voz surgía potente llenando de vibraciones el prado de los hermanos Filippi.

Mi dueño era un chico que tan sólo sabía tocar varias melodías apretando torpemente los tres pistones de mi cuerpo. Pero era suficiente. Gracias a él abandoné el triste tugurio donde me alojaba. De su mano compartí canto y grito con cientos de chavales que jugaban y corrían entre las sonrisas y los ánimos de Don Bosco.

Hasta aquel día yo era tan sólo una vieja trompeta. Llegué a la ciudad de Turín entre las escasas pertenencias de un abuelo y su nieto; las únicas personas que formaban mi familia. Atrás quedó el tiempo en el que el abuelo me tomaba con sus manos encallecidas, aplicaba sus labios a mi embocadura… y de mi cuerpo brotaban arias, serenatas y tarantelas. Cuando el anciano colocaba su mano izquierda sobre mi campana, el efecto sordina amortiguaba el sonido, entristecía mi canto y expresaba la añoranza del pequeño pueblo que quedó entre colinas cuando emigraron a la ciudad.

Cuando me tomaba el nieto, todo era distinto. Sus dedos bailaban y saltaban alegres sobre mis pistones y, a pesar de su poca experiencia, conseguía destellos de alegría en mi voz.

Un buen día Don Bosco se acercó a mi joven dueño, que no paraba de ensayar escalas… y le dijo: “Tú avisarás a los compañeros para el cambio de actividades”. Noté como mi dueño enrojecía y bajaba la vista. ¿Cómo iba a ser él el encargado de avisar a los compañeros si tartamudeaba ligeramente? Todos se reirían de él. Pero Don Bosco prosiguió: “No, no te preocupes. Les avisarás con la voz de tu trompeta: un primer toque significará el cese de los juegos; un segundo toque, silencio”. La cara del muchacho se iluminó de alegría. Y así fue a partir de aquel momento.

Semanas después los hermanos Filippi rescindieron el contrato a Don Bosco y lo echaron del prado. Él y sus muchachos marcharon entristecidos hacia otros lugares. Durante el tiempo que duró aquella incertidumbre, yo me esforcé por alejar su tristeza. El brillo y la fuerza de mis notas se alzaban de puntillas sobre el suelo de la amargura. Fui el heraldo que les anunciaba un futuro mejor mientras peregrinaban hacia la tierra prometida de la esperanza.

Nota: Marzo 1846. Al no poder seguir en la casa Moretta, Don Bosco traslada el Oratorio a un prado alquilado a los hermanos Filippi, que prontamente le rescindirán el contrato. Mientras el incipiente Oratorio se ubicó en este prado, una trompeta avisaba del cambio de actividades. (Memorias del Oratorio. 2ª década, nº 20).

 

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