Transcurrían mis días vacíos y vanas mis noches. Cuando se inauguró aquel edificio destinado a alojar el Café Pianta de la ciudad de Chieri, albergué la esperanza de llenarme con objetos que dieran sentido a mi existencia. A medida que transcurrieron los meses, me resigné a ser el hueco vacío de una escalera.
Me hallaba situado entre dos salas. A mi izquierda, mesas de café repletas de personas enfrascadas en conversaciones triviales. A mi derecha, un salón de billar. Tapices verdes alumbrados por lámparas de petróleo. Bolas de billar impulsadas por los golpes secos de los tacos.
Un día llegó hasta mí el dueño del establecimiento. Le acompañaba Juan Bosco, joven estudiante que trabajaba de camarero. Me observaron. Midieron mi superficie. Calcularon mi altura. Cerraron el trato. Y yo me quedé aguardando el milagro de la utilidad. Imaginé a aquel joven llenando mi oquedad con sacos de café, costales de harina y tarros de azúcar.
Avanzó la noche. Cesó el chocar de las bolas de billar. Fue entonces cuando Juan Bosco llegó a mí. Traía en sus labios una sonrisa mitad esperanza, mitad resignación. Venía cargado con unos cuantos enseres. Depositó sobre mi suelo un jergón. Colocó una vela sobre una palmatoria de latón. Apiló varios libros prestados. Apoyó una gastada maleta con algo de ropa. Luego marchó. Yo me sentí colmado la dicha. Aquellos trastos eran suficientes para saciar los anhelos de un hueco de escalera.
Andaba con estos pensamientos cuando regresó Juan. Tal vez traía un nuevo objeto. Pero no. Brilló una cerilla entre sus dedos. Se iluminó mi interior. Encendió la vela. Se sentó sobre el jergón. Abrió un libro y comenzó a leer… Entonces comprendí que él iba a ser quien alejara mi soledad.
Así fue como me convertí en el hogar de Juan Bosco. Palpité con sus latidos. Me contagié de esperanza. Vestí de ternura mis desconchadas paredes. Viajé con él hasta lejanos países, porque sus sueños llegaban hasta cualquier lugar del mundo donde hubiera un joven ansiando en un futuro mejor. Meses después marchó. Pero mis silencios han estado siempre poblados con su recuerdo.
Han transcurrido más de ciento cincuenta años. Sigo en pie para narrar a cada visitante la presencia de aquel joven que colmó mi vida. Ellos musitan comentarios, se emocionan, me fotografían… Estoy seguro que Juan Bosco sigue llenando de sentido sus vidas… igual que antaño llenó mi vacío de hueco de escalera.
Nota: Durante el curso 1833-34 Juan Bosco, joven estudiante en Chieri, trabaja como camarero en el Café Pianta para ganarse el sustento y costear sus estudios. Dormirá en el hueco de una escalera del citado Café. El hueco de la escalera se conserva actualmente. (Memorias del Oratorio. Década 1ª. Nº 9).
Conocer el lugar es una experiencia muy enriquecedora. Saber que Juanito Bosco no se dejó vencer por las adversidades es un ejemplo a seguir. Los oficios que aprendió para cumplir su sueño de estudiar, luego le sirvieron para enseñarlos a sus jóvenes. La débil luz de la vela iluminaba aquellos momentos en los cuales podía leer sus «libros».