-
La Mancha
La Mancha.
Ya solo el nombre vacuna contra toda solemnidad.
No es la Umbría ni la Toscana.
No es el Piamonte ni el Veneto.
No es el Gaula ni es Hircania.
No es Saba ni es Constantinopla.
Es la Mancha.
La Mancha es el núcleo espiritual de España.
Lo es del espíritu, porque materia ofrece poca
y mala calidad
no puede aspirar
a montañas de verde afelpado de Gipuzkoa o Vizcaya
ni a las cordilleras majestuosas de Huesca
ni a las vegas feraces del Guadalquivir o del Turia
ni al clima templado de Donostia o Santander
ni a las playas reparadoras de Cádiz o Málaga
ni a los macizos boscosos de Navarra
ni a vegetación que no sea la sempiterna encina.
Esta tarde, amigo Javier, me hallo tumbado
bajo los gritos de los que entrevieron una meta.
Me olvido de por qué he venido a este cruce
entre Toledo y Ciudad Real:
Puerto Lápice.
Frente a tanto derroche de la naturaleza,
en los cuatro puntos cardinales de la Península,
el paisaje aquí ofrece llanuras infinitas,
que atraen todos nuestros anhelos,
estimulan todos nuestros sentimientos
tapian todos nuestros gigantes ilusorios,
símbolos del mal que puebla el mundo,
como la pantalla lisa de nuestro smartphone
espera la proyección de una película.
Hay momentos y lugares
que reclaman el vaciado de toda intención
la venta de Don Quijote, de Puerto Lápice
es uno de ellos.
Guardo unos minutos de recogimiento,
sentado,
al amparo del Hidalgo, al que llaman
padre de la novela moderna.
-
Horizontes
Acompaño a treinta y ocho sardos en su muerte.
En la parroquia de Nulvi me llaman
“lo spagnolo”, “il stecchino”:
“el cura sepulturero”.
Nano, Feliciano García, lo traduce por
“el cura horizontes”
los horizontes de La Mancha,
sin más acotación que unos mustios collados
encienden
las calenturas de la fantasía
la guerra interior de la vida
el matacán de la conciencia
el cuajo de la audacia
la derrota del tiempo.
Los horizontes de La Mancha
resultan demasiado vagos, como aprendidos de memoria,
extraídos de alguna enciclopedia. En vano.
Hay que visitarlos,
vivirlos,
amarlos,
apresarlos,
tocarlos.
Juro que no se oye otro sonido que
el zumbido de las moscas,
el zureo de las palomas,
el trinar de las golondrinas
que anidan en las torres de las parroquias
del siglo XVI:
Consuegra, Mota, Belmonte, El Toboso.
Empiezo a tiznarme el rostro de un moreno,
de gañán honrado, de chiquillo trotamundos,
que es un color más ético que estético,
porque es el que se liga trabajando,
porque es el color de mi padre Román.
-
Regazo
En el cruce de Puerto Lápice, el escritor aprendiz,
el cura católico aprendiz,
del barrio de Lavapiés,
jornalero desde los 10 años,
en “Ultramarinos Legazpi”, calle Bolívar
en la posguerra,
extravía el motivo de su paso,
le basta con haber llegado una vez más,
–tantas–
necesarias o forzadas,
afortunadas o desdichadas
mis sentimientos tienen aquí una estación central
donde se clasifican.
Aquí es donde el Quijote se alcanza.
Él está sentado, yo estoy sentado más adelante,
donde la superficie se detiene
y el viento ya no tiene polvo que levantar.
Estoy, amigo Javier, en uno de mis centros de vida,
uno de esos centros que llegan sin aviso alguno,
sin programación, sin proyectos, sin planazos,
que escarchan la sangre,
y la voz, y las pupilas, y los dedos, y los músculos,
antes que la artrosis o la osteoporosis.
Quienes se hallan aquí, quieren permanecer aquí,
en este eje de rotación.
Después se nos expulsa,
ahuyentados de un regazo:
El centro más perfecto del universo,
de mi pequeño universo.
Ancha la sonrisa aterida,
ancha la mirada febril
ancha la curiosidad permanente (Val dixit)
ancho el deseo prohibido,
ancha la rabia desplazada,
acechados todos
de recuerdos muertos,
tan vivos.
-
La necesidad
Me sucede de nuevo
en el principio yo estaba aquí, antes de nacer en Madrid,
era una hormiga engullida por otras hormigas.
era una abeja engullida por otras abejas,
era un gusano de seda engullido
por una mariposa.
Era bacterias, organismos de hidrógeno, oxígeno y carbono.
Mas fósforo y otros metales, viles para los alquimistas serios
nacido junto al aprendiz de río,
el Manzanares,
en mis aguas no hay rastro de oro.
El mar, oye, tan lejano, lo contiene en grandes cantidades
diluido, disuelto y divido en partes iguales.
La mejor distribución de la riqueza:
¡Qué raro que el comunismo no haya tomado el mar como ejemplo!
Amigo Javier,
aquí la ficción no es un lujo, sino una primera necesidad
¿No es este el desierto en que han nacido
y se han desarrollado las grandes voluntades
fuertes, poderosas, tremendas,
pero solitarias, anárquicas, antojadizas,
de aventureros, navegantes, conquistadores:
Hernán Cortés, Pizarro, Cabeza de Vaca,
Cervantes, Lope, Quevedo, “Señor de la Torre de Juan Abad”,
la cabecera de mis palabras, ironías, metáforas, decisiones morales?
¿No son estos los collados que encienden
las calenturas de la fantasía,
donde la manía de fabular
termina causando efectos tan reales y duraderos
como los de los vasos Unamuno, Maeztu, Baroja,
o los de los andaluces Gauvet o Machado,
pasando por los del gallego Valle-Inclán,
y los primeros últimos y clásicos de
Clara Sánchez, de Guadalajara
Ana Iris Simón, de Campos de Criptana
María Dueñas, de Puertollano. O sea.
Puerto Lápice
optamos por obreros y jornaleros,
nacidos junto al Tajo, Hences, Guadiana,
en nuestras aguas no hay rastros de oro,
dejo La Venta El Quijote
me distraigo y me devuelvo a las calles de la villa.
Me devuelvo al borde de las aceras y de la noche
recuerdo haber venido, una vez más, por una cita insensata,
con una estatua, nido y cruce,
el blanco de la barba y las sienes
no me ha mejorado la experiencia.
Estoy, de nuevo, en vela, casi a oscuras,
dentro del embalaje de una espera.
De pronto el suelo cede bajo mi pie derecho:
He pisado una mierda fresca de perro
esto me concede un cierto efecto
de realismo narrativo.
El hecho es que ocurrió.
P. S.
- Dedico este artículo a mi padre Román Rodríguez-Osorio de la Osada y a toda mi familia de Ocaña, Santa Cruz de la Zarza y Socuéllamos, cuyos últimos vástagos emigraron a Alzira en los años 70.
- A los 60 y pico chicos que encontré en noviembre de 1961 en el Hospicio de San Francisco de Ciudad Real. Sobre todo a José Mª Llorente, Juan José Mejías y Joaquín Caraballo, que me ayudaron a apoyar los pies en La Mancha de 1961 al 64.
- A los 150 chicos de nuestro primer Oratorio Domingo Savio de Ciudad Real, que fundamos en torno a Don Bosco de 1962, siendo sus fundadores José Aguilar, Teodomiro Lara, Jesús Santiago y Paco de Coro.
- A los más de 200 chicos de Salesianos Ciudad Real que integramos el primer “Camping Domingo Savio”, durante todo el mes de julio de 1962, en Río Záncara y el segundo, durante todo el mes de julio de 1963, en El Tamaral.
- Al delegado nacional de medios de comunicación, Javier Valiente Moreno, manchego de pro y colaboradores Daniel Díaz-Jiménez, Álvaro Blanco, también manchegos, y a Leticia del Amor, Silvia Montalvo, Carlos Sáenz, Manuel Serrano, Alberto Mas, Begoña Rodríguez, Cristina Otero y Carmen García, ilustres manchegos de adopción.
- Y, en fin, para la magnífica comunidad de Salesianos Ciudad Real… José Pablo de Cabo, Antonio Esgueva, Manuel José Fernández, Francisco Ferreras, Miguel Ángel Muñoz y Antonio Vallejo.
0 comentarios