El problema es la verdad

13 noviembre 2023

Seguro que recordáis la imagen del papa Francisco vestido con un llamativo abrigo blanco. Una imagen que recibimos masivamente por redes sociales y mensajes de móvil y que se hizo viral. Una imagen muy real pero totalmente falsa. Había sido generada por aplicaciones de inteligencia artificial, el nuevo umbral que, como sociedad, estamos cruzando en este desarrollo imparable de la cultura y tecnologías digitales.

El uso masivo de las redes sociales y la proliferación de la inteligencia artificial (IA) está revolucionando la manera en que consumimos y compartimos información, y el modo como nos acercamos a la realidad. Me parece que, viendo la evolución de estos años, podemos advertir que tenemos un problema para relacionarnos con la verdad. Y es que la verdad está saliendo malparada en nuestra época.

Por un lado, la verdad sobre nosotros mismos. ¿Quiénes somos? En las redes sociales proliferan perfiles falsos. Niños, jóvenes y adultos interactúan, muchas veces, con personas que no son quien dicen ser, y no digamos ya cuando, al otro lado de la pantalla, hay un programa informático. Pero, además, está en juego la verdad sobre nosotros que proyectamos en las redes.

En riesgo la libertad

Por otra parte, la verdad de las noticias, hechos, que se transmiten en el mundo digital. Estas plataformas y tecnologías, que prometían una democratización de la información y una comunicación más eficiente, y pueden ayudarnos en ello, están desencadenando nuevos desafíos en nuestra relación con la verdad y la realidad. Lo vemos a diario, pero es más evidente cuando explotan conflictos o se producen graves sucesos. Las redes sociales permiten que cualquier usuario pueda difundir información sin ningún tipo de filtro. Esto ha llevado a un incremento en la propagación de noticias falsas que, en muchas ocasiones, tienen un mayor alcance que las noticias verificadas. Alimentados por algoritmos que priorizan el contenido viral, datos e informaciones falsas navegan a sus anchas por el ciberespacio. Y ni siquiera la prensa, los periodistas profesionales, se ven libres de esta problemática y, en demasiadas ocasiones, se convierten en difusores, ellos también, de bulos.

Las plataformas y empresas tienen una responsabilidad ética de garantizar la integridad de la información y de trabajar para minimizar la manipulación. Los legisladores tienen que dar respuesta a esos desafíos y, como ciudadanos, debemos exigir que existan leyes que nos protejan de esos excesos.

Pero, ante estos desafíos, es imperativo fomentar una educación integral, en valores, y digital que capacite a los ciudadanos para apreciar el valor de la verdad en nuestras relaciones sociales y para discernir la información veraz de la falsa. Tal vez más que antes, hace falta desarrollar un espíritu crítico ante todo lo que recibimos, pues si nos jugamos la verdad nos estamos jugando, también, la libertad.

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