EL PUERTO, BOTELLA AL MAR

De andar y pensar   |   Paco de Coro

15 noviembre 2023

  1. Sin tarima

La vida de cualquier muchacho es una incógnita interminable para todos, también para ellos mismos. Es un espacio ajeno a las normas por las que se mueve el colegio concertado o sin concertar, el público o el privado. Es un lugar fuera de mis conciertos o desconciertos por los que yo me muevo o me detengo.

Los muchachos, los “teenegers” son inquilinos de enigmas legendarios. Su realidad no tiene forma, ni cabe en la forma, ni en las formas cabe. Una vez que el garzón se adentra en la adolescencia, en ese vasto dominio propio, sobran los testigos que él no quiera, todo lo posible es posible. O imposible, si él quiere lo imposible.

Como un autómata acudo al claustro de profesores, la primera evaluación de un COU cualquiera, poco antes de la Navidad. Si me miras al detalle puedes concretar en mí un estado de ánimo irascible, una inquietud fantasmal. Son 29 horas de clase sobre 30.

Subo y bajo de un extremo a otro del edificio, confundiendo sensaciones: de la indiferencia a la ansiedad, como un autómata, absorto y desconcertado. Vivir entre bachilleres del COU puede mantenerse más despierto de lo normal. O más lúcido. O más ajeno. Cuando un hombre hecho y derecho (37 años) vive entre muchachos amplía la nostalgia de sí mismo.

– Estos chicos, Don Francisco, sólo quieren dos cosas –avanza el profe de Religión.

Acuso ya el golpe venidero, abrazado a la formulación por pronunciar.

– Discoteca y acostarse. Ahí tiene usted el listado, las notas y la cátedra de Religión.

– No se preocupe la sostengo entre mis clases de otras materias y la introduzco en la clase de Constitución, sin problema, sin tarima.

– Eso, sin identidad propia. Me mira y no asiente.

– Pues, sin identidad propia, hombre.

 

  1. La metáfora

Caer de la cátedra es caer del todo, sin opción de regreso.

Tiene los ojos medio espantados, el gesto seco del daño posible.

Ahora no habla, solo parpadea con fuerza, mientras espera comentarios, respuestas. Un silencio repentino agrieta el fondo de la reunión como un látigo celeste, tratándose de la Religión.

“No dramatizar”, “no dramatizar”, me observaba siempre Don Aureliano Laguna, uno de los salesianos más sensatos que he conocido.

Don Aquilino (nombre supuesto) finge una cierta armonía, apunta una formación teológica redonda y holgada y pensaba instalarse en el centro de los muchachos, dispuesto para el lucimiento.

En vano.

No se imaginaba que ponía el cimiento

de la metáfora más exitosa de mi vida

el calzador de Nieves– el calzador de mi madre

sobre la lucha entre el ideal y la vida.

Los caminos de la invención son inescrutables

y el Espíritu sopla donde le da la gana.

– “Pues, oye, mira tú por donde, en los ratos libres

que me dejan las clases –viernes, sábados y domingos–

debo frecuentar las discos alcarreñas, al par que finalizo

la tesis doctoral sobre vascos, me doctoro en pastoral juvenil

sin cursillos” –pienso.

El cura católico en la disco es una sílaba en el diccionario,

es una tela de araña tendida en un paisaje,

que se pega a la ropa, y se deja llevar.

Es un tañido de campana.

Es la señal de una grieta

–en el bar de copas La Grieta también, ¿Nooo Sanjacinto?–

es la linde del profe meticón (zascandil me llaman algunos).

Es la medida que mejor aprende de los chicos.

Es el nido que no está en las cumbres

–púlpitos, cátedras, altares, tarimas–

es el aprendiz de cura –codo a codo–

no a codazos, con 37 años, oye,

edad perfecta para destellar energías.

Todavía.

 

  1. Vestido de viento de Elohin

Viernes y sábados por la tarde/noche estaba en las discos.

Despierto palique, asombro y chisme. Olee.

Admiración también. Hala.

Riachuelos de luz atraviesan las pistas de baile

desde el techo.

Atruena la misión, el vocerío.

El pelo se me eriza él sólo,

lo que quiere decir que uno está

en el campo de la centella, como dije antes.

Fuera de sitio, pero está.

Los rayos de las estrellas contra mis lentes

levantando como una humareda de yunque y de fuerza.

Hasta salgo a bailar en la pista

con Fernando Pouso, Proco, Zurro, Cuenca, Leceta, Ibáñez, Echaniz…

Se me queda mirando el dueño de El Puerto: Genin.

y después se le ocurre decir:

– Usted tiene la cara de un zapato de cuero

que ha caminado mucho y se ha adaptado al pie

como un guante.

No reacciono. Trago saliva.

Él tampoco. Traga saliva.

Frunce un poco los ojos, con arrugas a los lados,

un ademán de sonrisa.

Amigo Javier, existe en las escrituras sagradas una expresión:

Vestido de viento de Elohin.

Se refiere a un hombre marcado por una profecía

que tiene que transmitir.

Nadie, nadie sabe excepto él de qué vestido se trata.

El aprendiz de cura católico está vestido de viento.

En la tempestad de la disco se deja envolver por las ráfagas,

son su capa. Son su mérito. Son su triunfo.

El pelaje de los aprendices de Lavapiés, de posguerra, todos

–botones, conserjes, mancebos, secretarios, chóferes, maestrillos–

brilla hinchado ante el estallido de los chicos de Don Bosco

en Guadalajara.

Cierro los ojos y me dejo abrazar por el aire desatado

de los bachilleres del cole (1978-85).

Los chavalotes del COU 82-83,

“que sólo quieren discoteca y acostarse”

están a salvo allá donde todas las demás criaturas

advierten una amenaza.

Tengo una alianza con el viento,

cura católico vestido de viento de Elohin.

Mi corazón roto –60/40– late ligero hoy

cargándose de la energía arrojada por el cielo

contra la tierra.

 

  1. Olfateo las discos

Aquel día de diciembre de 1982 y de cansancio

olfateo las nieves próximas,

detrás de la curva breve del sol.

Olisquean los chicos la nieve amiga

de las vacaciones de Navidad y Año nuevo 1983,

que hacen que su clan se reparta por las discos:

Zoika 1, Zoika 2, Nardos, La Calle, Hipopótamo,

El Puerto.

El sol da su vuelta rápida de despedida

por los prados altos del Clarín, Yebes, Horche,

los grupos de “moteros, zoikeros, diskotequeros, puerteros”

están nerviosos.

Han olfateado la fiesta, la danza, el alcohol,

la familia, la diversión, las pibas, los belenes,

y lo pierden poco después.

No tengo más remedio que ir a El Puerto:

Está en mi planazo de la clase de religión.

Pago mi entrada y “pa dentro”.

Me aplasta algún olor de aire detenido.

Mi aliento apelmazado resopla como un silbido.

Saludo a Genin, el dueño

y a los camareros, Javi (el Tordo), Juan Julián (el Ju),

cómplices, colegas y amigos hasta hoy

en los funerales de don Julián Sevilla en Salesianos.

Por allí los Rebollo, los Sevilla, los Román, los Orozco, los Castillo,

los Santos, los Ruiz, los Tole, los Rodri, los Acebrón, los Hernando,

los Aragonés, los Balaguer, los Iñigo, los Velasco, los Cámara…

Me ronda la idea de marchar…

Pero a Sánchez hay que llevarle a “La Antigua”,

de la que soy capellán y “lavarle el estómago”.

Sánchez aturdido se pega a nuestra ropa y se deja llevar.

Me acompaña Orea y Luisfran y Joseli. Y Nardo.

Les he echado encima mis pensamientos,

y no consigo sacudírmelos.

Les pondré sobresaliente de religión a todos.

De las otras cinco: Historia contemporánea, Lengua, Arte,

Literatura, Constitución, ya veremos.

En este tipo de asignatura no se puede uno distraer,

ni ceñirse a un horario, ni interrumpirse,

se “trata de corazón” y de cabeza.

Es noche de luna, el viento mueve

la ropa de los balcones

y nos manda llevar a Sánchez a mi cuarto, a dormir.

Una vieja forma de decir que fuera pasean

los fantasmas.

Yo encontré cama en la enfermería.

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