Los couldhunter (cazadores de tendencias) son los profesionales que se dedican a la predicción sobre los cambios o las novedades de la moda y el consumo. Estos expertos recolectan información, analizan los estereotipos, siendo de vital importancia el conocimiento de las tendencias y de las novedades para poder dar una idea clara. La calle e internet son las principales fuentes de las que beben estos profesionales.
Estos sabuesos del comportamiento han descubierto que lo que hoy vende es el “yo”, el pensar única y exclusivamente en uno mismo. Algo que en mi infancia estaba mal visto, incluso denostado. “Ser egoísta” era lo peor acusación que podía recibir un semejante. Sin embargo, todo ha cambiado, ahora ser egoísta es un valor, es algo bueno, está muy bien visto socialmente. Porque lo importante es pensar en uno mismo, en la felicidad propia, sin que los demás puedan estorbar lo más mínimo.
Hace unos años escuché a un periodista que argumentaba que la gran crisis de nuestro tiempo no es económica, ni política, ni laboral. Decía que la crisis del momento que nos toca vivir es una “crisis de alteridad” y cada día lo compruebo con más claridad.
El “otro” es un estorbo para mi felicidad, que es el principal objetivo. Si el otro me molesta o me impide conseguir mis objetivos estoy autorizado moralmente a eliminarlo, utilizando los diversos métodos que existen hoy de matar socialmente de modo higiénico y sin marcharme las manos: criticándolo, ridiculizándolo, bloqueándolo, borrándolo, ignorándolo. De ese modo elimino con la misma facilidad que utilizo la tecla del ordenador o del móvil.
Puede que no interese eliminar el prójimo, ya que es posible que su existencia pueda serme útil para satisfacer mis deseos y de ese modo lo pueda usar, manipular, influenciar, presionar, siempre con el única meta de satisfacer los propios deseos.
El altruismo generoso y servicial se ridiculiza y se rebaja a cualidad de los seres más débiles y vulnerables que no son capaces de imponer su personalidad. Pobres infelices que no han descubierto el Evangelio del “Yo” que es lo que de verdad tiene futuro y no en sacrificarse por los demás.
La propuesta del Evangelio de Jesús no está de moda y es bien distinta. Consiste en reconocer que yo no soy Dios, ni el dueño de todo lo que existe, ni la vida gira en torno a mí. Es reconocer que somos criaturas, que hemos recibido todo de nuestro creador. Que Dios es Padre y por lo tanto todos somos hermanos. Y la felicidad consiste, precisamente en invertir todas las energías en hacer felices a los demás, a los otros cercanos y a los otros lejanos. Es caer en la cuenta de que cualquier decisión que tomas tiene repercusiones para bien o para mal en la vida de otras personas. La felicidad que nos ofrece Jesús es la de “ser feliz haciendo felices a los demás”. Esto implicará renuncia, sacrificio, olvidarse de sí mismo, pero la satisfacción de ver felices a los otros, gracias a tu esfuerzo, supera con creces cualquier esfuerzo.
No pretendo convencer de nada, simplemente apelo a tu experiencia. ¿Qué te hace más feliz, sólo recibir y buscar tu ego o desvivirte por tu hermano? Piénsalo serenamente y descubrirás que lo segundo te reporta muchísima más paz y una alegría verdadera. Cambiemos el “yo”, por el “tú”, por el “nosotros”, por el “vosotros”, por el “ellos”.
Gracias una vez más por tus reflexiones, siempre oportunas y reveladoras del mundo en que nos ha tocado vivir, donde se exalta la egolatría.
Esa forma de pensar es tóxica. En el origen de infinidad de disfunciones mentales está el desajuste de la propia percepción de la realidad. Porque el egocentrismo es una forma de infantilismo. Un mundo con millones de seres que siempre quieren ser los primeros, lleva inevitablemente al conflicto, y personalidades incapaces de entender al otro respiran y expiran toxicidad. Son eternos inmaduros que llevan el conflicto con ellos allá donde vayan. En el fondo, la mejor terapia es centrarse en el otro. La mejor terapia para ser feliz, es adoptar la actitud de Jesús: vivir para los demás. Des-centrados en uno mismo y centrados en el OTRO. Allí se encuentra el horizonte de posibilidad de nuestra realización personal como seres humanos, y como seres capaces de entender a Dios.