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San Lucas
Amigo Javier:
Mantuve amistad inacabable
con los magníficos profesores salesianos
del teologado de Sanlúcar la Mayor,
primero en Roma, después en Sevilla:
Antonio Muñoz, Antonio Calero, José María de los Santos,
Antonio Escudero, Jesús Borrego, Valentín Viguera…
durante los años dorados de mis estudios
en la Gregoriana y la Sapienza,
con mi inquieta inteligencia en el Archivo Vaticano
y con mis entusiasmos pastorales en Cerdeña,
en la Gallura y la Costa Esmeralda sobre todo.
Son muy pocos los que recuerdan
la vertiente escriturística del salesiano Antonio Escudero
y su magnífica tesis doctoral: “Devolver el evangelio a los pobres”.
El evangelio de San Lucas, que yo releí varias veces.
San Lucas,
inmenso escritor y médico
ágil y minucioso narrador
discípulo predilecto de San Pablo
incansable periodista,
que escuchaba con los ojos a los muertos
y veía con los oídos a los vivos.
Sin prisa, sin pausa.
Ceñido a la Virgen María en su biografía
brilla en su capítulo segundo
con su cosecha comunitaria
sobre los sentimientos de la Madre de Dios,
en la Anunciación, Visitación, Navidad,
Infancia de Jesús…
Traerá después los Hechos de los Apóstoles
para clavarlos en el alma de todos los vientos,
de todos los espacios,
de todas las épocas,
tras velar el legado del acontecimiento
de Jesucristo, Nuestro Señor,
dibujando la línea de su vida,
en la arena del sol y de la historia.
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“Niña de los ojos”
El diálogo de María con Gabriel,
tal y como lo cuenta San Lucas, no tiene desperdicio.
Tal y como lo cuenta Lucas.
Porque no vamos a meternos para nada,
ahora,
en profundidades exegéticas sobre la sustancia
de la revelación
y lo que es elaboración propia: literaria, catequética.
La verdad de la revelación recibida por María,
queda en este precioso diálogo:
– Alégrate, llena de gracia (favorecida, amiga de Dios,
sujeto del favor de Dios, galope tendido de la esperanza…).
El Señor está contigo
(te ama muy especialmente, la feminista más fulgurante,
inundada por los amores divinos, abrasada por el corazón de Dios).
Eres como la niña de sus ojos…
– María se turbó al oír estas palabras.
Esplendida sentidora de la vida, se pone nerviosa,
y se pone roja,
y tal y qué se yo,
deslumbrada por aquellas alabanzas desmesuradas,
para caer en la ardiente oscuridad,
abrasada por las palabras del ángel…
– Preguntándose qué saludo era aquel.
Herida de consideración, tiembla como un flan,
pues el “anuncio” tiene mucho de promesa,
más aún, de profecía,
abiertamente esperanzada.
Se recrea en el futuro inmortal
de la palabra,
aplasta la música de los címbalos
bajo los tilos
y llena su cobija
de futuros vacíos,
aunque desafía la ley del ocaso.
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Sonríe el enviado
Y el enviado,
si los “enviados” tienen sonrisa, sonríe
como el padre o la madre sonríen
ante el niño que recibe un misterioso y enorme paquete
inesperado
y empieza a desatar y desatar el envoltorio
sin dar pie con bola.
Sonríe el enviado.
Surca el océano de la desesperanza.
Dobla la esquina del aire,
olvidado, de que María,
se encarama en la directiva del plan de salvación
por obra del Espíritu del Señor.
– No temas, María, que Dios te ha concedido su favor.
Gabriel tiembla, conmovido, ante tanta luz.
Ni quiere romper su precinto,
ni separar las páginas intactas de la profecía,
ni retirar el velo de la madrugada,
porque la luz aurora
es silencio que ilumina
el sonido del prodigio.
– Tranquilízate, María.
Pues sí que es para tranquilizarse.
Y María se pone más nerviosa aún
y lo único que saca en limpio es que,
ni más ni menos,
va a ser madre del Mesías, anunciado, anhelado,
profetizado.
Sus palabras no reportan el ultraje
de la tranquilidad
y se venga huyendo hacia la virginidad:
esa especie de olvido,
esa especie de ademán de mármol,
esa especie de aullido, que “tiene
no solo algo de promesa, sino de profecía
secretamente esperanzada” (Velaza).
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La esclava
Amigo Javier:
Cada uno justifica su existencia como puede.
La vida te trae hasta aquí,
te sitúa donde considera, y unas veces aceptas lo que toca
y otras intentas burlar lo asignado,
braceando hasta la revancha…
María no se mete en disquisiciones
ni pregunta por qué ha sido ella escogida.
Saborea el momento.
Gusta el tiempo suspendido.
Aguarda.
Ella se toca el vientre, se lo palmea,
y esta vez suena seco y oscuro,
el ruido de zuecos en una iglesia.
Va y pregunta:
– ¿Cómo sucederá eso si no vivo con un hombre?
(Ni pienso hacerlo).
Gabriel continúa sus explicaciones.
La cosa se agrava, porque asegura que ese Mesías
será, además, Dios.
Un escalofrío y se abraza las rodillas.
Las historias inventadas para ella,
las ondas sonoras aceleradas,
la tensa aventura única,
la intriga promovida para ella
la han retenido durante el tiempo
de muchacha en el que las escuchaba
en el templo.
Y María ya no pone dificultades, no duda,
y dice: “De acuerdo, sí, aquí está la esclava,
hágase”.
La esclava del Señor.
La que es amada y ama.
La que se rinde al amor más misericordioso.
María.
La que aspira con la nariz el aire de cuando se cierra
la página final del gran relato.
Con un solo impulso de los talones,
se aparta del lado de Gabriel.
El cielo incrustado de estrellas
rodea de luces el cuerpo de María, la madre de Dios,
y lo puntea.
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