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La comisión
“Todo el mundo tiene un precio”.
Amigo Javier, también tú. También yo.
A las 15 p.m. tengo la entrevista en “Bárbara de Braganza”.
Pulso el timbre del despacho señalado.
La comisión está al abrir, mirando de frente, pasillo abajo.
Abro la puerta. Visto traje DUSTIN gris y camisa blanca con el cuello abierto –el más barato de El Corte Inglés–.
– ¿El señor Rodríguez de Coro?
– Sí, sí, buenas tardes.
– Pase, por favor, pase.
Echo un vistazo a la habitación. Estrecha. Descuidada.
– Pero siéntese, siéntese.
– Espléndido “curriculum”.
– Son sesenta años… de insistencia.
– Precisamente le iba a preguntar, por qué a tal edad, afronta…
– Con sinceridad, el proyecto de un nuevo Museo/Ciudad en Madrid
me parece ilusionante… a cualquier edad.
Sonríe el que parece el presidente. Tiene unos cuarenta años y
pinta de haber llevado una vida académica sedentaria.
– Mire estoy encantado de presentarme a esta convocatoria.
Siempre he querido ser especial por algo.
– ¿Y le ve suficiente fuelle a la iniciativa?
– Pues claro, como una herramienta educativa excelente y nueva.
El señor de la derecha parece asentir a mis dichos. Escribe.
Y el de la izquierda me observa sin mediar palabra.
Siempre me pongo nervioso el día que me presento a exámenes. Tantos ya.
“Nunca seas predecible, –decía mi padre–, porque hay que ir a la
contra, es de cajón, hijo”.
Noto el imprescindible subidón de adrenalina.
– “Quién me mandará a mí meterme en estos líos”.
– “Todavía, puedes dejarlo, Paco”, me digo.
– “Coges el tren y te largas a Azkoitia, donde estás tan ricamente”.
– “Este asunto te va a entretener y… quien mucho abarca,
poco aprieta”.
– “Si lo que querías era perderte, pienso, venir a la Consejería de Sanidad
de Madrid puede ser un acierto”.
– ¿Pero, chavalote, quien te dice que vas a ganar la plaza?
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El sindicalista
El presidente le indica al de su derecha:
– Puede usted preguntar a Don Francisco.
Parece un chofer de un servicio de coches de alquiler. No sé.
“El que es flojo, viste flojo”, decía mi abuela Mamá Nona.
Por eso mi tío, mosén Gregorio, iba siempre elegante, aunque con sotana,
como correspondía a un arcipreste de Casbas de Huesca.
Porque sabía, lo que sabe cualquier pelao, otra regla de oro:
“que uno tiene que vestir de acuerdo con su negocio”.
Y a bocajarro me pregunta:
¿Cómo una mente conservadora va a dirigir un proyecto progresista?
Ya estamos. Atacando sin motivo. Bueno, vale, ya.
Despacio, Paco. En peores garitas has hecho guardia.
“El chofer de servicio de coches” quiere un cuerpo a cuerpo –quizá–
de vietnamitas de matorral,
entre gentes de la misma orilla,
los del carnet de toda la vida.
– Señor…
– Antonio
– Pues don Antonio, con la mente conservadora de un José María de Llanos,
el padre Llanos, por ejemplo. Ya quisiera yo.
¿Había derrapado al nombrar al jesuita?
¿Había dejado en evidencia al sindicalista de CC.OO.?
– O con la mente conservadora de Diez Alegría, por ejemplo.
La sustancia de mis dos nombres es la cautela, primero.
– Vd. sabe, de sobra, don Antonio, que los dos conservadores jesuitas
no se desprendieron de CC.OO. Estuvieron en su origen.
Las primeras, las primeras. Los primeros, los primeros.
– ¿Entonces?
– Entonces sus mentes conservadoras no han sido de exclusión
o de directa confrontación, sino, antes bien, de interiorización
a su lenguaje real y al de su vida personal hasta el fin.
– Nuestro Museo/Ciudad querría chequear el patrimonio cultural
de Madrid y situarlo en el destacado lugar que le corresponde
y descubrir día tras día –son 187 o 200 los días de vacaciones
de los estudiantes madrileños– los principios de expresión de cada ciudadano
que venga a vernos, que viva con nosotros, a través de una escuela.
“Escuela y despensa” (Joaquín Costa).
“Los males de España se curan con escuela y despensa”.
En esa línea quería yo introducir mi/nuestro
“MADMUSEUM LAIN ENTRALGO”.
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Don Isidro
– Algo extrañísimo, ¿no le parece?
Ahora mismo lo que importa a la Consejería de Sanidad es controlar el
patrimonio y mucho menos la escuela –añade el tercer examinador.
– Señor…
– Isidro
– Don Isidro, el segundo fin del Museo/Ciudad, complemento del primero,
es igual de necesario y esencial.
No se trata de jugar a dar vueltas alrededor de dos sillas.
No, no.
Uno se quedaría fuera de juego, casi con seguridad, sino avanzamos
con las dos al mismo tiempo.
Es ridículo recuperar nuestro patrimonio –habrá que comprarlo a
precio caro, creo– y no saber manejarlo con la discreción elemental
y ciencia ajustada.
– ¿Le parece fácil? Llevamos a la espalda unos cuantos años de retraso.
Como siempre, aquí nadie está a salvo.
– Mire, don Isidro, hay que empezar.
No sé quién decía que empezar, es medio acabar.
– En grandes ciudades ha sido una aspiración quebrada ese Museo de las Ciencias Médicas y la Historia de la Medicina.
Hay que contar con todos los implicados en este asunto. Con tacto.
No será fácil.
– Don Isidro, ahora todo es antena ilícita
ahora todo es ventana indiscreta
ahora todo son máscaras confusas
ahora todo son fuerzas contrarias que se solicitan
ahora todo es aliento hipócrita entre lobos reales.
O sea.
– ¿O sea, que tiene sus dudas?
– Claro, don Isidro, la rivalidad es parte del trabajo, de todo trabajo.
Supongo que en la Consejería habrá también gusanos y no de seda.
– ¿Le va a usted la literatura, eh?
– No crea, prefiero la cautela y el trabajo diario.
Leo novelas policiacas. Sin adoctrinar a nadie.
Creo en el proyecto. Haremos camino al andar.
– Lo reafirmo, le va la literatura.
– La pereza no me ha permitido dejar de trabajar. Gracias.
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¿Un cebo?
Detrás de los visillos del despacho del Consejo de Sanidad,
José Ignacio Echániz Salgado
están los expedientes de los candidatos. Cuarenta y siete, creo.
En Madrid, como en cualquier parte, puedes tener mucha pasta,
pero eso es mucho menos que tener buena agenda.
El dinero impresiona más en provincias.
Aquí he visto a gente muy poderosa conduciendo un coche
de segunda mano de peor gama
que el de su secretario o mayordomo.
El poder más temido, y por tanto, respetado
es el de quienes no lo exhiben.
– ¿Quiere usted volver a preguntar a don Francisco?
– No, no, no vaya a ser que nos suelte aquí todo un surtido de
Jesuitas… o que nos cite aquí al mismísimo San Ignacio.
– No hombre, no, don Antonio.
Me puso usted el palito y… me subí sin querer.
– Los de Lavapiés no estamos acostumbrados a que nos ignoren
y se lo hice saber.
Ahora la voz del señor de CC.OO. –las primeras, las primeras– es profunda
y parece sincera, hasta cálida y me provoca un profundo sobresalto.
– ¿A dónde le gustaría llegar?
– No es trabajo para un solo hombre.
Una operación exitosa precisa de un equipo.
– ¿Podría recabar apoyos en CC.OO.?
– Por qué no… Cada vez que me acerqué a Llanos, Díez Alegría… hasta el P. Gamo, que fue amigo de mi padre, me sentí cómodo.
– Ha sido un placer conocerlo.
– Igualmente a ustedes.
En un hábil gesto de don Antonio, ya de pie, me deja medio a solas
con el presidente del tribunal. Demasiado envarado.
Cuando me dispongo a marcharme, don Isidro me pregunta:
– ¿Gallardón o Aguirre?
– Ruiz Gallardón, por supuesto.
“Por supuesto” –pienso–
si no se cambia nada, nada cambia, así que ha llegado el momento
de realizar un pequeño movimiento a mis sesenta años.
El MADMUSEUM LAIN ENTRALGO es una loma resbaladiza,
que puedo no ser capaz de escalar,
pero si gano la plaza
no tengo otro sitio por donde empezar
en la administración. Con nivel 29.
A gloria de San Juan Bosco. Amén.
Por supuesto.
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