BURLAR EL SOLITRON PLANCHANDO LA OREJA

De andar y pensar   |   Paco de Coro

6 marzo 2024

  1. Ese yoga

En esta época de prohibiciones

todavía no han declarado ilegal

la pequeña muerte

el tiempo profundo adormecido

el fraude de los sueños a destiempo

la mordaza de la luz en pleno día,

el yoga ibérico sobre todo,

ese vicio mediterráneo

que practicaron con tanto esmero

las gorgonas,

los reyes salidos

los maridos adúlteros

los canónigos penitenciarios

las amas de llaves infieles

los caballeros “de triste figura”

y hasta los escuderos.

Sancho Panza sobaba cuatro horas

abrazado a la bota.

En la época barroca,

según cuentan,

España estaba repleta de bribones de la sopa boba

y de miles de zampalimosnas,

que pedían sin pudor en las iglesias,

o sin vergüenza en la puerta de los palacios:

Ahora no hay ingenio ni salero

para los clamistas de la siesta,

mientras, fugitivos y silenciosos,

nos acostamos por la tarde en gayumbos,

en la cama,

o vestidos en el sofá.

Respeta el personal la carroña de los besos caídos

y las olas rotas del tiempo y la eternidad.

En los mares de Alborán,

busco el consuelo de la lluvia, en vano,

allí donde se esponjan las muchachas

gaditanas y vejeriegas.

 

  1. Viajando

Antes de que me ensucien los oídos

la fanfarria de La Terremoto, por la noche,

hasta las tantas de la madrugada,

“a cuya tumba iré algún día a escupir, oye”,

si vivo, echo mi siesta, mi sagrada siesta.

No solo quiero descargar el sólido equipaje

de mi raíz andaluza fugitiva,

que siente a veces la pulsión de la muerte

en las letras de los Machado, Bécquer y de Cernuda,

o en los pinceles de Alonso Cano y de Velázquez,

sino relegar ocupaciones y preocupaciones

al nirvana celestial

en estas horas en que están clausuradas

las iglesias y las timbas.

También en Vejer.

Y llega la amada siesta

para disipar la memoria del sonido.

Empiezo a viajar por los celuloides de mi época,

que encierran a las diosas de posguerra:

Desde Carmen Sevilla a Imperio Argentina,

sin olvidar

a Rita Hayworth con Glenn Ford,

en la película Gilda,

de tanto fervor nacional,

que a las mejores tapas y pinchos

les pusimos por nombre “Gildas”, hasta hoy.

Menos mi abuela Mamá Nona, en Casbas de Huesca,

que se lo puso a la gata del arcipreste, mi tío.

Apartado, cálido y vivo

absorbo oscuridad

y cubro mis recuerdos y pensamientos

con fango y ceniza.

Menos mal que, casi muda,

brilla la rosa solitaria, en el cauce del río Barbate,

y en ella está la Virgen de la Oliva.

 

  1. Batalla del Guadalete

La siesta antes de ser española

fue romana y griega y etrusca,

y fenicia y cartaginesa.

La siesta se hereda.

Su importancia y singularidad

nace y surge dentro de uno mismo,

radica en la transcendencia de sus logros

y en el impulso de nuestra identidad.

Los bárbaros aprovecharon esas horas para saquear Roma,

que Horacio había cantado en la ribera del río Tiber,

oyendo el canto de las cigarras en los pinares,

que dos mil años después el poeta bético, Antonio Machado,

llama “la copla de marfil de la verde cigarra”.

Amigo Antonio,

“cuando llega el diablo, lo hace sobre las alas de un ángel”,

dicen por La Alcarria.

Ese sueño corto no fue solo la perdición de Roma,

sino la de España entera.

“Es el momento”, piensa Don Rodrigo.

De decidir el asalto. Es un asunto de vida o muerte.

Parece estar estudiando un tablero de ajedrez.

La cuestión es qué hacer al respecto.

El primer instinto es estallar y penetrar,

pero es un movimiento temerario, y la temeridad

no figura en su manual de operaciones.

Se impone el trilero que Don Rodrigo lleva dentro,

y en la corte de Toledo, fuerza a Florinda la Cava,

hija del conde de Don Julián:

– “Florinda perdió su flor, el rey padeció castigo”.

Ella escribe una carta a su padre

y entre don Julián y el obispo Oppas organizan

la invasión de los musulmanes por el Estrecho de Gibraltar

y llega la batalla del Guadalete.

– Lo sofocante del cuarto de la parroquial se torna abrasador.

El verano quema las calles de Vejer.

Mis propios ronquidos me despiertan.

Salto de un lado a otro como restos de grasa en una sartén.

Desesperadamente engullo dos tragos de agua,

y limpio y sobrio me pego una ducha.

 

  1. Falstaff

Este pequeño placer culpable

que a lo largo de la historia ha sido asociado

con la pereza y la ociosidad

–pecados capitales en este mundo moderno,

tiranizado por la productividad feroz–

es vicio grosero para los ahorradores del Norte europeo:

Noruega, Finlandia, Suecia, Dinamarca.

Falstaff

–ese personaje altivo, cobardón, vanidoso y pendenciero,

creado nada menos que por Shakespeare

se despierta

y a su lado está el príncipe de Gales,

al que le pregunta:

¿qué hora es hijo mío?

A lo que el príncipe Hall le responde

injuriándole:

“A la fuerza de beber jerez añejo,

de dormir la siesta en los bancos,

te has embrutecido.

¿Qué diablos te importa qué hora sea?

Al menos que tú creas

que la hora es un jerez,

los minutos unos capones,

los relojes unas lenguas de maquerel”.

Mi siesta vejeriega de reconstrucción personal

es la serpiente de un verano desde dentro

y “salvaje”

–leyendo a Isabel Allende y su Ciudad de las bestias–,

en el que para evitar la calorina gaditana

tendré que colocar los termómetros al revés,

como aconsejan las greguerías.

Para mí, en casa del párroco, don Antonio Casado,

il dolce far niente

La hora es cazón en adobe

los minutos tortillitas de camarones

los relojes unas copas de garnacha tinta,

a gloria de Pepi, la mejor ama de curas. Amén.

2 Comentarios

  1. Jedus

    Que la imaginación goce con metáforas chocantes

    Responder
  2. Antonio

    Bravo por la manera de contar la actualidad y la historia,de la mano de un magnífico escritor y por las preciosas calles y personajes de uno de los pueblos más bonitos de España.

    Responder

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