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Playa del Palmar
Este es uno de tantos días sin más.
Me sumerjo sagazmente en el calor veraniego
de la Costa de la Luz
que se me revela “como un delirio”.
Robustecida por una devoción mariana,
sabiamente seleccionada:
La Virgen del Cañillo de Barbate
la Virgen de la Regla de Chipiona
la Virgen del Rosario de Cádiz
la Virgen de la Oliva de Vejer de la Frontera.
Esto es, pues, uno de tantos días sin más.
En tierra se revuelven por sí mismos, por sí solos;
O no se resuelven, pero las soluciones parecen más a mano.
En el Atlántico, en el mar de Alborán,
la infinitud desorienta,
la incertidumbre acompleja
la zozobra cuestiona.
Las gaviotas y los mascatos juegan con las corrientes de aire,
al compás perezoso y “bullebulle” de las barcas en el puerto,
en los puertos
amanece.
Paseo por la playa de La Palma. Pienso en Salesianos Cádiz,
San José del Valle, Campano,
el océano está como echado sobre sí mismo,
ondulándose con una pereza taciturna que alienta la inquietud
y aviva mis supersticiones.
Pepe Ortiz, el alcalde, me habló el otro día de la locura.
La locura de algunos hombres de mar.
Una locura brusca, sin aspavientos.
Un desquicie lento, taimado, progresivo,
que ultraja y perfora la mente muy despacio
hasta que la troncha.
La locura en el mar es la más ciega de todas,
porque se construye hacia dentro
y es muy difícil adivinar cuando descarga.
Llevo ocho días de Vejer.
Llevo ocho días de playa El Palmar.
Llevo ocho días de océano.
A cada amanecer mi realidad es más desportillada.
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Marrakech
Fue el 9 de septiembre de 2023, a las 23:11,
un devastador terremoto en Marrakech
dejó cerca de 3000 muertos y casi la misma cantidad de heridos.
Ese turbión de calamidades proyecta catástrofes sucesivas
sobre la población marroquí
–carestía, desabastecimiento, plagas, hambrunas–
que trotan sin frenos y sin estribo;
Dejando a sus gobiernos agarrotados.
Se agudiza la tensión social.
Fallan la cadena de suministros.
El desempleo masivo se endurece.
Lo de menos es seguir soportando miserias;
Pueden ocurrir cosas peores… y…
en la oscuridad azul plomizo de la noche
cerca de 200 inmigrantes llegan a las costas de Cádiz
a bordo de cuatro pateras.
Han podido soportar extremos de fatiga incalculables
en medio del Atlántico, pero continúan y continúan.
Han vivido cotas terribles de intemperie.
Noches donde el estertor del agua es un presagio desproporcionado.
Desconcierto.
Después de tantas sombras y tantos hachazos
saben que hasta los cayucos les niegan ya,
con sus agrietadas huellas,
la vida desterrada y huidiza,
negándose a acariciar la piel de agua clara
y días de agobio. Y semanas de inclemencias.
Y meses en que humea la sospecha constante del fin del mundo.
Desconcierto y mucho asombro.
Acosados por el temor y el temblor
se mantienen en pie porque su gran asunto
no es vencer el miedo, sino negar la vulnerabilidad
–la hondura del océano–
y desarrollan como antídoto
sacar de los Hades a Eurídice,
la que tenía en los ojos los puñales de Orfeo
y en el tobillo el diente atroz de la serpiente.
Marrakech sigue roto. Se rompe cada día más.
Algunos hombres se amurallan en mi tristeza acantilada.
Otros son pulverizados por sus delirios. Otros se enganchan de alcohol.
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Playa de Zahora
Justo, justo, debajo del chiringuito Saprami Beach,
en la playa de Zahora
una patera de madera alcanzaba tierra.
Los inmigrantes, en su mayoría marroquíes, emprenden una desesperada huida
de la que son testigos los bañistas de la playa, perteneciente
al término municipal de Barbate,
excepto los menores que deciden quedarse hasta la llegada de la policía
acompañando a un compañero herido de la misma edad.
A pie firme, esperan, sin instalarse, para nadie.
Llegan indemnes solo por fuera, pues cada migrante
aloja una variante propia de zarpazos, de averías,
de heridas, de desequilibrios,
de certezas que impresionan, si en algún momento las dejan ver
o se despliegan solas.
Son daños de código íntimo, que asoma en su mirar,
en su manera de mirar, de moverse, de estar quietos,
de esperar.
Y hasta en la forma de estar callados. En silencio.
Cómo es ese silencio, su silencio sumergido, medio ahogado,
de no tener ya nada alrededor,
ese silencio perdido de la familia, del país, de la tribu;
ese silencio sumergido de no tener ya nada alrededor,
ese silencio admirable, puro, de la memoria misma de lo hundido.
Dicen haber pagado hasta 3.500 euros por viajero
desde Marruecos a España
a bordo de esta embarcación que al parecer ha sido robada,
porque por sus características parece formar parte de una flota pesquera
como barco de luz.
El viento arremete con desprecio. Es uno de esos días fieros,
cuando el agua se aúpa como un gigante sádico.
El océano se ha instalado en sus ojos, en la cabeza,
en los pulmones, en las manos endurecidas y gastadas,
en la conversación entrecortada y lenta
en la sonrisa escasa,
en los ataques de hipo o de epilepsia.
En la mochila de los enseres.
En los sacos de dormir.
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Con “Concepción Arenal”
Amigo Antonio:
Mi enumeración de ansiedades se reduce como ves a lo elemental:
Adaptarme a estos escenarios calamitosos, pero humanos y esperanzados.
Antes de avanzar,
quiero resaltar las sensaciones propias, que resultan enormes junto al mar.
Conviene apaciguar algunos temores imaginarios y muchas manías tontas,
suspicacias absurdas y malentendidas
egoísmos maleducados y podridos
vanidades enraizadas y enteras
envidias y otros placeres de vidas mediocres que aquí no importan a nadie,
y además estorban.
La llegada de 80 emigrantes a la Playa de El Palmar hoy
destaca la banalidad de cierto confort de Europa,
los caprichos confusos de nuestra cultura.
“Los 80 o 90” podrían morir ahora de golpe o llegar muertos
y su muerte, como mucho, sería un inconveniente para Salvamento Marítimo.
Nunca un daño propio.
Nada es más anónimo que acabar hundido en el océano,
donde otros tantos miles de seres sin huella,
sin nombre, sin lápida, sin identidad,
sin lugar donde honrarlo,
con los huesos al vaivén de las corrientes.
Los muertos del mar de Alborán, del Estrecho, nunca están quietos.
Pueden flotar algún día, quizá días, incluso semanas,
pero en algún momento el cadáver se hunde, se abisma
y el esqueleto ya sumergido se esparce, se dispersa
con lentitud
desconcretando, deshaciendo,
a un hombre, a una mujer, a un niño,
reduciendo su existencia a despojos disgregados,
carnes tumefactas, calaveras, miembros amputados,
restos óseos,
que se devuelven al mar, porque solo a él pertenecen.
Por historias así,
salir más o menos intactos, recogidos y acogidos
en el “Concepción Arenal” (bonito nombre)
es una exaltada afirmación de la vida.
Y de las más rotundas.
A gloria de Vejer de la Frontera. Amén.
Y de su Virgen de la Oliva, auxilio de cristianos y musulmanes. Amén.
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