Con los primeros calores de julio, quiero recordar a Mamá Margarita como mujer, madre, amiga y vecina. Imagino su verano bajo el sol, sin dejar de trabajar en el campo, sin cesar de hacer las labores del hogar, sin detenerse en la educación de sus hijos y por supuesto sin dejar de ser ella misma.
Sus manos aún estarían más ásperas en verano debido a la sequedad de los días veraniegos pero seguro que continuaba acariciando en cuanto tuviera un momento a sus muchachos.
El verano nos da oportunidades, ocasiones diferentes de llegar a los que tenemos en cerca. Un paseo tranquilo, un baño en la piscina, un momento bajo las estrellas pueden ser el lugar idóneo para que surja una conversación que cambie la vida de los que tenemos al lado. O incluso la nuestra.
Jesús utiliza la descripción de ‘sal de la tierra’ para referirse a sus discípulos (Mt 5, 13-16). Eran pescadores, gente sencilla… Pero Jesús los mira con los ojos de Dios y les invita a ser la sal de la tierra y la luz del mundo. Casi nada. “Una misión para todos los bautizados, de ser discípulos misioneros y dar sabor de evangelio en los diferentes ambientes, lugares, ciudades donde nos encontremos” explica el Papa Francisco(*).
Don Bosco afirma en sus memorias que Mamá Margarita le enseñó a ser muy feliz en la pobreza. Mientras sacaban agua del pozo, desgranaban legumbres, espigaban en la era o limpiaban la cuadra no iban tristes y cabizbajos, sino que eran felices, teniendo la certeza de que Dios les cuidaba. Eran sal para el resto de los vecinos de su pequeño pueblo.
Como Mamá Margarita y su pequeño Juan Bosco, este verano, seamos sal para los que convivan con nosotros, se acerquen a saludarnos tras un invierno sin vernos, tengamos una palabra de ánimo para aquellos que han perdido a un familiar querido, el trabajo, o simplemente la esperanza. Echemos una pizca de sal y de luz en la vida de los demás, amemos como sólo Dios sabe amar.
Feliz verano.
(*)Ángelus de S.S. Francisco, 9 de febrero de 2014.
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