Imagen: Fotograma de ET de Steven Spielberg.
No soy una persona a la que le salga de forma natural el abrazar, pero le estoy poniendo remedio porque el abrazo es reparador, sanador, fuente de energía y no sé si te alarga la vida pero la hace más bonita.
Hay estudios científicos que han explicado los beneficios de los abrazos, e incluso cuantifican los segundos que debe durar un abrazo “de calidad” o la cantidad de abrazos que necesitamos al día para sentirnos más felices. No hay que ponerse tan técnicos, lo importante es que el abrazo sea sincero si lo das y si lo recibes seas capaz de acogerlo y devolverlo con agradecimiento.
Tengo la suerte de recibir abrazos y cada vez más me nace darlos. Es una forma de conexión sincera. Menos protocolaria que los dos besos de rigor en el saludo y la despedida. Son versátiles pues sirven tanto en momentos alegres como tristes. Puedes darlos, puedes recibirlos, puedes pedirlos, y siempre valorarlos.
Gracias por ese abrazo espontáneo cuando viste que flaqueaba.
Gracias por ese abrazo de bienvenida que me hizo sentir en casa.
Gracias por ese abrazo de cariño que me contagió tu alegría.
Gracias por ese abrazo de agradecimiento, “no había por qué”.
Gracias por cada abrazo de buenos días que recibo antes de salir de casa cada mañana. Me dan la vida.
Y ¿por qué escribo sobre esto hoy? Por nada en especial y por todo. No celebramos el día del abrazo, que por cierto lo tiene y es el 21 de enero, para reflexionar la extraordinaria capacidad de impacto positivo de un gesto tan simple. Pero si con esta letras te invito a practicar más el abrazo (en casa, en el trabajo, hacia tus compañeros y compañeras, con tu alumnado, con los chicos y chicas de los proyectos sociales…) habrá merecido la pena.
No te guardes ningún abrazo. Lo cantaba Víctor Manuel. “Adónde irán los besos que guardamos, que no damos. Dónde irá ese abrazo si no llegas nunca a darlo…”.
Deja que brote porque un abrazo no dado es una oportunidad que perdemos de ser y hacer un poco más felices.
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