A propósito de esta pandemia que estamos padeciendo han corrido ríos de tinta, no solo en los medios tradicionales, sino también en las redes sociales. Una periodista, colaboradora de “El País”, escribió en su twitter: “Yo no veo que la Iglesia esté haciendo nada solidario en estos momentos tremendos. Aportad edificios, dinero, apoyo, ALGO, por favor. Sois el colectivo más invisible en esta crisis”. Ante el aluvión de críticas recibidas mostrando la ingente tarea de centenares de instituciones de la Iglesia, la periodista dijo que ella se refería a «la institución», y quiso salvar las iniciativas «absolutamente maravillosas» de «individuos cristianos» y a «la gran Cáritas»… como si ambos no fueran Iglesia… Por eso me gustaría hacer un breve elenco homenaje a tantas personas de Iglesia que, con su entregan, han sido auténticos héroes, sin menospreciar, ni dejar de valorar a tantas personas, que, creyentes o no, han entregado lo mejor de sí mismos, y hasta la vida, en combatir la pandemia.
A pie de calle, la Iglesia, a través de Caritas y sus párrocos y feligreses han repartido miles de comidas a domicilio. Los centros de acogida han recibido a cientos de personas sin hogar, proporcionándoles cobijo y comida. En Zamora más de 1.300 personas han recurrido durante este tiempo a Cáritas diocesana por la crisis económica. Hace unos días se ha creado un fondo solidario de la diócesis para dar respuesta a la crisis, invitando a todos a la colaboración, siguiendo una iniciativa de la Conferencia Episcopal.
Algunos obispos han convertido sus seminarios en improvisados albergues para personas sin techo para que pudieran cumplir la consigna del “quédate en casa”, o para acoger a las Fuerzas de Seguridad del Estado para que pudieran descansar y recobrar fuerzas. La creatividad cristiana ha llegado también a los conventos de religiosas de vida contemplativa, que mucha gente piensa que solo están para rezar, y de vida activa, que han aportado su granito de arena, poniendo muchas horas de trabajo en la elaboración de mascarillas y viseras.
Muchos sacerdotes y párrocos han sido los auténticos motores y coordinadores de familias de sus parroquias que preparaban los alimentos para luego repartirlos a la gente necesitada y hacer centenares de mascarillas. Tantos sacerdotes capellanes de hospitales y cementerios que han prestado y siguen prestando ayuda espiritual, humana y psicológica y muchos de ellos han caído contagiados y, en torno a un centenar, han fallecido.
Ciertamente toda esta ingente acción caritativa de la Iglesia no se hace para ponerse medallas, pero sí conviene que se sepa, “No se enciende una luz y se pone bajo el celemín… Brille así vuestra luz ante los hombres, que vean el bien que hacéis y den gloria a vuestro Padre del cielo” lo dice el Señor.
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