Vivir humanamente

20 diciembre 2024

Estamos a pocos días de la Navidad. Como cada año, los cristianos celebraremos el estallido de la vida en la Historia con el nacimiento de Jesús. A este acontecimiento le llamamos muy solemnemente la Encarnación; es decir, Dios se hace carne… se hace un niño… una persona.

Descubrimos así que Dios tiene una gran fe en el ser humano. No ha querido ser una súper estrella, un supermán, un ser extraterrestre, un héroe con súper poderes… sino un bebé, una criatura.

Pero esta fe en los hombres y mujeres que se da en la Encarnación no acaba en Belén. A lo largo de su vida, Jesús apostó por las personas de una manera superlativa.
Estuvo por encima del racismo, se acercó con cariño a los samaritanos y les trató con un respeto exquisito. Puso a un samaritano como ejemplo de solidaridad, por más que esto fuera ofensivo para los judíos.

Respetó otras creencias religiosas y no rechazó a nadie por pensar distinto, habló con el centurión romano, propició la curación de su criado y puso al romano como modelo de fe.

Se sentó a comer con los pecadores, los publicanos y los excluidos por los más diversos motivos.

Bendijo a los niños, que eran insignificantes. En una sociedad machista, trató a las mujeres con toda la dignidad del mundo. Se saltó la Ley y las tradiciones religiosas para acercarse a los que sufrían. Acarició a los leprosos, abrazó a los enfermos, tocó los cadáveres, dio dignidad a los tratados por locos … bendijo, curó, amó…
El mismo que tuvo que refugiarse en el Egipto politeísta, el mismo que fue rechazado por los profesionales de la Religión y fue crucificado acusado de blasfemia… es el mismo cuyo nacimiento celebramos en Navidad.

Es, ni más ni menos, la Encarnación, la manifestación de la opción de Dios por el ser humano.

Por eso, no hay otro modo de celebrar la Navidad más que acercarse con un respeto reverencial a cada persona sabiendo que en el corazón de cada cual late el mismo Dios.
Urge amar, perdonar, saludar, reconciliarse, intentar descubrir lo bueno de cada uno –por más que no nos caiga bien-, urge seguir celebrando la Encarnación en cada momento de nuestra historia. Cada hombre, cada mujer, es imagen de Dios. Dios se ha hecho humano. Urge, pues, vivir humanamente.

Si no nos acercamos fraternalmente a las personas, nuestra Navidad será un puro espumillón tan brillante como vacío, tan sintético como carente de alma.
Atrevámonos a vivir como humanos.

Feliz humanidad.

Feliz Navidad.

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