“Ahora, pues, ve; yo te envío a Faraón, para que saques a mi pueblo, los israelitas, de Egipto.” (Ex 3,10)
El libro del Éxodo, el segundo libro del Pentateuco, (Torá para los judíos), cuenta el proceso de liberación de un pueblo, suscitado por Dios, a través de su enviado Moisés. Es una historia de liberación, en la que Dios es el principal instigador. El principal oponente a la liberación es el faraón de Egipto, que por aquel entonces era la primera potencia de esta parte del mundo.
En estos últimos tiempos hemos visto emerger a faraones que se creen por encima de leyes y tratados internacionales; que deciden invadir países, haciendo caso omiso de alianzas, y de soberanías de otros pueblos; que estiman los derechos humanos como una traba a sus intereses. Que consideran las leyes de protección medioambiental como una intolerable intromisión en el derecho de las empresas a enriquecerse. Faraones que tratan a los pobres y emigrantes como seres de categoría inferior. Estos nuevos faraones se creen investidos con la autoridad suficiente como para eliminar a pueblos enteros del mapa; en definitiva, con más poder que los antiguos faraones. Porque ejercen su poder a escala planetaria.
Lo tremendo de todo esto es que, a diferencia de los antiguos faraones, éstos no pertenecen a una dinastía. Éstos han sido elegidos por el pueblo, y con este poder delegado pretenden eliminar derechos laborales, sociales, políticos, medioambientales; en definitiva, pretenden organizar la sociedad en base a los intereses de una minoría que está por encima de leyes y derechos. Quienes les han hecho subir hasta el poder han sido seducidos por los mismos cantos de sirena que se utilizaron hace más de cien años para apoyar a los viejos totalitarismos: la ficción de creerse grandes, siendo parte de un todo, y la percepción de amenaza proveniente de un enemigo bien identificado. Ayer fueron los judíos. Hoy se señala a los inmigrantes. Pero funciona con la misma eficacia.
A través del conglomerado mediático, estos vendedores de humo han conseguido identificar la idea de libertad con la eliminación de los impuestos, caricaturizando al estado como el gran ladrón que roba a los ciudadanos sus recursos, en vez de dejarlos en manos de la empresa privada, que es la que genera riqueza y libertad. Es una caricatura muy burda, pero funciona. Así, el pobre infeliz que apenas llega a fin de mes, votará a partidos que defienden la libertad del mercado, ignorando que el mercado sin límites es la ley del más fuerte, y que los impuestos permiten organizar sistemas de salud pública cuyas prestaciones no podría pagar, y sin la intervención del estado, su salario dependerá de la conveniencia de la empresa, no de unos derechos adquiridos. El incauto aupará a quienes les van a dejar en la calle por no pagar el alquiler, y verá su pensión reducida, pues cualquier gasto social resulta para estos faraones una disminución de beneficios.
El pobre desdichado volverá a su casa después de ondear banderas y aullar con otros como él, satisfecho de haber vivido durante horas la ilusión de igualdad, gritando consignas contra el estado y a favor de la libertad del mercado; la misma que le va a arruinar la vida.
En cualquier caso, y por encima del análisis que podamos hacer de todo este estropicio, la única actitud coherente de los cristianos debe de ser la de enfrentarse a estos faraones, porque sabemos que cada persona es imagen de Dios, y esta no depende de la genealogía, de la raza, de la religión o de la cuenta bancaria. Que todos tenemos derecho a vivir dignamente.
El papel de los cristianos es el de recordar que Dios nos llama a vivir con dignidad y como pueblo, que no es solo una suma de individuos.
Que hay una tierra prometida que es don y es conquista: es don porque Dios nos ha dado todo lo necesario para que todos vivamos con dignidad, y es conquista, porque solo será posible desde la toma de conciencia colectiva, y la lucha por salir de la esclavitud.
Que Dios llama a la tierra prometida, más allá de la esclavitud del presente, y de la aridez de un desierto sin fin, erizado de dificultades, y plagado de situaciones en las que el pueblo se preguntará si no era mejor volver a la esclavitud conocida.
Los nuevos émulos de Moisés saben que la espiritualidad no se reduce únicamente a mejorar las condiciones materiales, pero sin ello, los discursos de Libertad, Dignidad, Justicia y Amor pueden quedar en palabras vacías.
Saben que el criterio de oro para entrar en el Gozo de Dios es el pan, el vestido, la bebida, que se da al hermano, y el compromiso decidido por recoger a quienes quedan al borde del camino; atenderles, y buscarles un lugar donde recuperarse de los golpes de la vida. El papel de las iglesias es el de hacer frente a la Bestia con contundencia, firmeza y sin ambigüedad. Moisés tuvo poco margen para la diplomacia y le espetó al faraón: “Deja salir a mi pueblo”. Porque es inaceptable la voluntad de los faraones de pisotear a los débiles, ya que son lo más sagrado, son los preferidos de Dios, aquellos con quienes Él se identifica.
El deber de los cristianos es gritar con fuerza frente a esta nueva ola de intolerancia y fanatismo disfrazado de libertad; es denunciar con coraje y santa ira que ya está bien de pisotear al débil. Pues la denuncia profética es una dimensión importante de la espiritualidad cristiana. Porque no se puede servir al Dios de la libertad sin enfrentarse a los ídolos.
Ojalá que haya nuevos Moisés sin pelos en la lengua, sin miedo a decir cosas inconvenientes, ni a ser calificados de buenistas, ni a ser denunciados por meterse en política, porque sí, la defensa del débil es cosa política.
Porque Moisés siempre supo que su tarea más importante fue librar al pobre de la esclavitud.
Si, Miguel, la defensa del débil es cosa política; pero uno diría que nos corresponde como ciudadanos alineados con fortalezas y virtudes universales (extraídas como solape en diferentes culturas y religiones), seamos cristianos, o no. Conviene recordar que la Iglesia española oficial se halla más alineada con la derecha política (atenta a los intereses del fuerte) que con la izquierda (la de los escudos sociales), seguramente por intereses, por la salvaguarda de los privilegios del nacionalcatolicismo, por lo que sea, pero reflexiona tú mismo al respecto.
También diría uno, siempre sin ánimo de poseer la verdad, que el deber de los cristianos es llevar una vida acorde con Cristo, pero sin perjuicio de la convivencia en democracia; no se trata de “gritar con fuerza”, ni siquiera en el Parlamento. Ya sé que la salesianidad empuja a sus antiguos alumnos (estatuto mundial) a ser una suerte de militantes ultracatólicos, pero no creo que don Bosco lo viera bien, que él no se metía formalmente en política, ni caía en trampas al respecto.
Asimismo puedo estar equivocado en lo de Moisés; yo creo que liberó a su pueblo no tanto por pobre, sino por ser el pueblo de Dios (creo recordar)… Hoy las cosas han cambiado mucho, han dado muchas vueltas. No se sabe ahora cuál es el pueblo de Dios, ni cuál es su Iglesia; y acaso lo mejor es tomar como referencia las virtudes universales, la democracia, la Constitución.
Muy rápidamente:
1.- De acuerdo con que las opciones políticas se pueden motivar desde muchas perspectivas. La nuestra es cristiana. Por eso escribo esta plataforma. También de acuerdo parcialmente con lo que dices sobre la Iglesia jerárquica. (Existe mucha iglesia que no es jerárquica, pero no menos Iglesia).
2.- El deber de los cristianos es parecerse a Cristo. Por eso la defensa del débil y la identificación con el menesteroso es primordial, pues fue una actitud fundamental de Jesús.
3.- Lo que dices sobre la salesianidad, no sé de dónde lo sacas. Jamás en el mundo salesiano que conozco se «empuja a los antiguos alumnos a ser militantes ultracatólicos.
4.- Lo de «gritar con fuerza» no se refiere al parlamento, sino a la vida de cada día… en las tomas de posición, homilías, clases… criticando la nueva distopía que nos viene encima.
5.- Cierto que Moisés fue enviado al pueblo escogido por Dios. Te recuerdo que, en la teología católica, se pasa del particularismo judío al universalismo, según el cual, toda la humanidad es potencialmente el nuevo pueblo de Dios. Y los cristianos lo son.
Esto no es nuevo. Basta leer las cartas de S. Pablo, y ver cómo la Iglesia primitiva se tomó el asunto.
Eso no es «de hoy». Es un viejo asunto. Así que seguimos en la línea de 2000 años de cristianismo (un poco menos, para ser más precisos)
6.- Tomar como referencia las virtudes universales no es incompatible con lo que he dicho. No son excluyentes. Como me dirijo a cristianos, tomo del acervo común de los cristianos, que coincide en muchos puntos con los derechos humanos, aunque esta formulación no es específicamente cristiana.
Finalmente, te recuerdo que estos textos no son un tratado de teología ni de filosofía, sino humildes reflexiones en forma de ensayo, para plantear preguntas, y crear opinión desde la perspectiva salesiana y cristiana. No pretendo ser exhaustivo, y entiendo que los lectores presuponen esto. En cualquier caso, te agradezco tu interés y ganas de participar, lo que da siempre algo de animación a estos foros, que suelen estar desiertos.