Los monos

Las cosas de Don Bosco  |  José J. Gómez Palacios

11 marzo 2025

El enigma de las gorras blancas

No somos monos de carne y hueso. Nunca hemos ido de plaza en plaza haciendo cabriolas. Jamás hemos bailado al son de una tarantela interpretada al acordeón por un feriante titiritero.

Somos la imagen de una manada de monos. Recalamos hace años en la mente de don Bosco. Desde aquel día, el joven sacerdote cuenta nuestra historia de tanto en tanto. Cuando lo hace, cobramos vida. Hacemos las delicias de los oyentes. Don Bosco recurre a nosotros en los momentos más insospechados: en una sobremesa, en un sermón, en el patio… Gracias a él somos famosos entre sus chicos, aunque seamos tan solo una idea.

Nunca olvidaremos aquella tarde. Los jóvenes del Oratorio hacían Ejercicios Espirituales en la población de Giaveno, al pie del monasterio de San Miguel. Don Bosco estaba exultante. Ofrecía una vivencia espiritual a sus muchachos. En su predicación intentó sembrar profundas reflexiones en sus vidas jóvenes.

En un descanso, les preguntó sobre las meditaciones escuchadas. Se hizo un silencio denso. Personalizó la pregunta. El primer joven interpelado miró al suelo sin saber qué responder. El segundo, se rascó la cabeza. Lo mismo hizo el tercero, el cuarto, el quinto… Desolación. De pronto, dijo una voz: «¡Yo lo sé! ¡Nos ha contado la historia de los monos!».

Al escuchar estas palabras, yo y mis compañeros, nos llenamos de orgullo. Nosotros, unos monos irreales, éramos la única imagen que recordaban aquellos jóvenes.

Don Bosco disimuló su preocupación. Alabó al muchacho. Le invitó a recordar la historieta. Y el chico la repitió con todo detalle: «Un vendedor de gorras blancas se detuvo a la sombra de un árbol a descansar. Se quedó dormido con una gorra en su cabeza. Al verle dormido, unos monos bajaron del árbol. Le imitaron. Tomaron todas las gorras del vendedor y, colocándoselas sobre sus cabezas, jugaban entre las ramas. Al despertar, el comerciante maldijo su suerte: ¡Le habían robado sus existencias! Pero, al alzar la mirada reparó en los monos. Les echo piedras. Les gritó para que le devolvieran sus gorras. Todo en vano. Tras muchos intentos, enojado y desesperado, se quitó la que llevaba puesta y la tiró al suelo… Acto seguido, todos los monos imitaron su gesto. Se quitaron sus gorras, las arrojaron… Y el comerciante recuperó su mercancía».

Aplausos. Los monos éramos los vencedores de aquella batalla contra el olvido. Pero en el interior de Don Bosco se levantó una tormenta de dudas. Y se prometió hacer más amenas sus pláticas. Desde aquel día, nosotros, los monos, le hemos ayudado a tejer sus predicaciones con graciosas y amenas narraciones… porque en eso de «hacer monadas», siempre fuimos unos expertos.

Nota. Septiembre 1850. Los muchachos del Oratorio celebran Ejercicios Espirituales. Tras una charla, Don Bosco les pregunta por alguna reflexión espiritual escuchada. No recuerdan ninguna, tan sólo la simpática narración de un vendedor de gorras y una manada de monos (MBe IV, 97-98).

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