El Papa Francisco y la Familia Salesiana en su autobiografía

21 abril 2025

El 21 de abril ha fallecido el papa Francisco a los 88 años, el Papa número 266 de la historia. En su autobiografía “Esperanza”, publicada en enero de 2025, mencionaba repetidamente la influencia salesiana en la vida. Quiero recordarlo con sus propias palabras. Una influencia que recibe ya antes de nacer en 1936:

– “Mi padre viajó varias veces de Entre Ríos a Buenos Aires. En la capital se alojaba en la gran casa salesiana de la calle Solís, en el barrio de Montserrat. Su proximidad como católico piamontés a la experiencia y a la familia salesiana hizo que esa elección fuese natural y casi inevitable”.

– “Regina Maria Sivori, mi madre, era una chica reservada, pequeña, con grandes ojos negros y una elegancia que parecía innata, cuando mi padre la vio por primera vez en el oratorio salesiano de San Antonio, en Almagro, en 1934. Los dos jóvenes se enamoraron y, cuando decidieron casarse, fue el padre Enrique [Pozzoli, salesiano] quien celebró la boda, el 12 de diciembre de 1935, en la basílica de María Auxiliadora y San Carlos Borromeo.

También tiene origen salesiano su amor por el fútbol:

– “¡Yo era un forofo del San Lorenzo! En el barrio de Boedo, cerca de la casa de mis abuelos maternos, el azulgrana del San Lorenzo de Almagro era familiar: sus colores teñían las calles, ondeaban en los balcones, enmarcaban las ventanas. Era una sociedad polideportiva fundada a principios de siglo por un sacerdote salesiano de origen piamontés, el padre Lorenzo Massa, y sus colores eran el rojo y el azul del velo de María Auxiliadora.

– “Siempre iba con mi padre y mis hermanos Óscar y Alberto a ver jugar al San Lorenzo en el Viejo Gasómetro, el estadio cuna de los «cuervos», como nos apodaban los aficionados rivales a causa de la sotana negra de los salesianos”.

Muy interesantes sus recuerdos del curso en que fue alumno salesiano:

– “A Óscar y a mí el padre Pozzoli nos consiguió una plaza en el colegio salesiano Wilfrid Barón de los Santos Ángeles, en Ramos Mejía, una localidad del área metropolitana de Buenos Aires, donde cursé sexto. La vida de colegio era un todo. Te sumergías en una única trama y los días pasaban volando, sin tiempo para aburrirse. Me sentía sumido en un mundo que, a pesar de haber sido preparado «artificialmente» y con finalidad pedagógica, no tenía nada de artificioso. Desayunábamos, asistíamos a misa y a clase, jugábamos en el recreo y estudiábamos, todo de manera natural, sin interrupciones. Los diferentes aspectos de la vida no se vivían en compartimientos estancos, sino que formaban parte de una única experiencia formativa. El colegio formaba en una cultura católica en absoluto mojigata ni desorientada. Infundió en mí una conciencia no solo moral y cristiana, sino humana, social, lúdica y artística. El estudio, los valores de la convivencia, el cuidado de los más necesitados, de los que estaban peor —recuerdo que fue allí donde aprendí a privarme de algo para dárselo a quienes eran más pobres que yo—, el deporte, la competición…, El colegio tenía sus fallos, por supuesto, pero la estructura educativa, no… Luego estaba la hora de las buenas noches, una actividad reservada al director, el padre Emilio Cantarutti, aunque a veces también corría a cargo del inspector, el padre Miguel Raspanti… Inconscientemente, sentíamos que crecíamos en armonía, algo que sin duda entonces no podíamos expresar, pero que sí haríamos más tarde. En definitiva, los salesianos me prepararon para la escuela secundaria y para la vida.

– “Junto con mi abuela Rosa, otro gran regalo que el padre Pozzoli me hizo, y por el cual le guardo una profunda gratitud, es la devoción a María. Muchas veces, en su iglesia del barrio de Almagro, me he detenido a rezar ante la figura de María Auxiliadora, que fue bendecida por el mismo don Bosco y trasladada a Buenos Aires desde Turín”.

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