
Begoña Rodríguez
No me he equivocado de fecha, sé que no es 28 de diciembre y tampoco voy a hablar de algo que nos saque una sonrisa. Hoy no. Hoy no porque las imágenes son tan brutales y expresan tanto dolor que sobran las metáforas y los eufemismos. Sobra todo lo que no sea alzar la voz por todos los niños que no pueden hablar. Niños de miradas perdidas, cuerpecitos casi transparentes y rostros de madres que reflejan dolor, como el de María al pie de la cruz. La imagen de La Piedad viene a mí constantemente estos días.
Madres que sostienen a sus hijos, que albergan esa última esperanza en su corazón, donde guardan todo lo que no pueden entender, como María.
La persona piadosa es aquella que tiene un corazón sensible y ganado para Dios; que toma a Dios en serio, que le ama y camina con la decisión de tenerle como Señor de su vida; y por extensión se orienta al amor y compasión hacia el prójimo. Quizás “piedad” no es una palabra que usemos frecuentemente, pero ¿la practicamos? No dejemos que sea un arcaísmo en nuestro corazón.
No es la primera vez que vemos imágenes de niños malnutridos en las noticias o en las redes sociales, pero nos adormece esta anestesia común y cruel que nos hace ir por la vida a golpe de tareas que realizar, de fotos que publicar, de sueños por cumplir… Soñar es importante, claro está, pero ¿quién sueña todavía con erradicar el hambre? ¿Quién no forma parte de este silencio cómplice? A mi mente llegan rostros de personas en misión, organizaciones a pie de barro, jóvenes que se hacen estas preguntas. ¿Los apoyamos? ¿Los escuchamos? ¿Los priorizamos?
Si nada lo remedia, entre el 2016 y el 2030 casi 70 millones de niños menores de cinco años habrán muerto por desnutrición. Sin embargo, del hambre no habla casi nadie, no es un tema que interese, ni tampoco el sacrificio sistemático de los más vulnerables en el altar de la desigualdad. ¿Qué nos está pasando? ¿Lo hemos “normalizado”?
¿Quiénes son los “Herodes” actuales? ¿Qué podemos hacer cada uno de nosotros?
Muchas preguntas y pocas respuestas. Sí existe una pregunta clave, una que le hicieron a Jesús y que tiene una respuesta contundente:
“Porque tuve hambre y me diste de comer…” (Mt 25, 35-36)
No es solo un pasaje bíblico para reflexionar, sino una guía de vida para cada cristiano. Nos desafía a salir de nuestra zona de confort y a ver el rostro de Cristo en cada persona que encontramos.
Sigamos hablando del hambre, de la desnutrición, de la pobreza extrema, sigamos combatiéndola cada uno en la medida de sus posibilidades, sabiendo siempre que la medida del amor es amar sin medida a los más pequeños: los santos inocentes del hambre.
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