Pertenece a los dominios de la ironía mi peculiar condición de historiador, que se ha pasado gran parte de su vida, escribiendo sobre el País Vasco y los liberales, los carlistas, los masones; sobre la “Patria” y los judíos, los inquisidores, las brujas, los ejércitos, las revoluciones… guerreando en suma contra “dioses familiares”, con una tenacidad sólo propia del español más puro. Si del soleado sur partieron todas las revoluciones liberales –desde la Pepa o la Gloriosa– en las montañas de la Patria vasca se profesaba un entusiasmo indescriptible hacia el carlismo.
Amigo Javier, desnudando mi nombre de la apestosa retórica pietista –que quizá me cueste algún tiempo lavar del todo, pero que terminará imponiéndose, porque el logos (¿verdad Begoña?) siempre acaba imponiéndose al pazos– quiero quedar como un escritor de singular audacia (la de un chico de posguerra, con roña en las rodillas y una mano delante y otra detrás), un aprendiz de historiador (los chicos de Salesianos Atocha, todos éramos aprendices de algo) imbuido del espíritu moralista del gran Quevedo y de mis maestros jesuitas Villoslada, Kempf, Blet, Martina, y, en fin, un pedagogo salesiano y cura católico, como mi tío, mosén Gregorio, al menos tan visionario y práctico como él.
Mi mayor logro fueron mis diez primeros libros sobre vascos durante el siglo XIX y XX, considerados por mí apenas, apenas el prólogo, la premisa de mi inacabada gran obra. Que no debía de ser otra que la forja de una Historia General del País Vasco contemporáneo, a imagen de otras historias generales de grandes y amigos como Barandiarán, por ejemplo, Mañaricua, Revuelta, Ferrer Benimeli, Lekuona, todos a su vez excelentes curas católicos, oye. Finalmente, y cumpliendo como nadie la máxima de Vallery según la cual las obras no se acaban, sino que se abandonan, estoy a punto de entregar los varios cientos de páginas que conforman mi último y descomunal empeño, titulado: VASCOS. UN RELATO DE PASIÓN Y AUDACIA.
Fui, a mi manera, el delirio natural de un chiquillo de posguerra y en Madrid y en Casbas de Huesca; el enano de barrio tan popular, pillo y jaranero como Lavapiés; el pequeñajo de un piso de una de las tantas corralas típicas y tópicas –sin agua, sin baño, sin cocina; y después el estudiante de kilos de tochos de escolástica y una vez ordenado cura católico en Salamanca fan total de Pablo VI (en él está todo) y Juan XXIII (con su corazón se puede comprender casi todo) que prendieron en mí, como “nueva evangelización” –tantas– en cada generación, a través de la red eléctrica tendida por la Universidad Gregoriana que dura hasta hoy.
– Vaya amigos que tienes Paco –me soltó cierto día Idoia– qué cavernícolas todos.
– No me dirás que tú eres cavernícola, ni tu padre, ni Tuduri el del cine sobre carlistas, ni Kortadi.
Idoia Estornés Zubizarreta, historiadora y directora general de la Gran Enciclopedia Ilustrada Vasca me encargó en su momento para sus infinitos volúmenes la voz Iglesia, Misiones, Masonería, Carlismo y algunas más que se me escapan. La última fue Acción Católica, por consejo de Ignacio Olabarri, excelente historiador y amigo, y que no pude aceptar. No llegaba a más.
En pleno estallido del movimiento vasco presento mi tesis doctoral: 1. País Vasco y democracia revolucionaria 2. Iglesia vasca y sexenio revolucionario, bajo la dirección del Dr. Dn. José Manuel Cuenca Toribio, que pulió mis maneras, leyó tres veces mis párrafos más atrevidos y, además se enamoró del original Semanario Católico Vasco Navarro, fundado y dirigido por el canónigo de Vitoria y diputado por Guipúzcoa en Madrid (1869) y que se lo regalé con permiso un tanto forzado de su propietario.
Era 1981, después del Tejerazo.
Un locurón.
¡Ay, esta manía de buscarle siempre pecado a la historia de los vascos y al historiador libre e intentar corregirla y corregirnos es una vieja manicura de los “puros de alma”, tan feroces!; que del cuerpo ya se encargan ellos. Si yo te contara. – Resignifíquelo usted todo, Don Francisco, no nos vayamos a cortar todos– observó un catedro. – De los crímenes de verdad ya si eso hablaremos después –concluyó el secretario del tribunal. O sea, nunca.
Intentaron vaciarme el futuro como se vacían las arterias, ¡zas! de un golpe seco. Ni era la primera ni la última vez. Vivir también es esto. Como cuando niño me sumergía en la piscina El Lago o en la Playa de Madrid. Esa fiesta rapidísima que era flotar. Y nadar sin rumbo cuánta alegría. “¡Papá, papá!”. Y aquellas risas de mamá. Y esos gritos de Romanín, mi hermano y de Ninín, mi primo de Zurita 45. Y el correr por correr. Y el saltar por saltar. Y echar aguadillas por echar aguadillas. Y descubrir que el aire que te empuja, te detiene. Como el calor, como el frío. Como el miedo, cuando pasaba de noche a lo largo del cementerio de Casbas de Huesca. Como el no saber de la inocencia.
Murió mi padre Román de cáncer de garganta, mi madre Nieves de infarto cerebral, mi abuela Mamá Nona de una infección intestinal, mi tío Mosén Gregorio de varices y mi hermano Romanín de todos los males y de pena y algunos de mis primos más queridos por su apasionada biografía. La muerte de tus íntimos para quien la padece muy pronto y muy de cerca no es una herramienta de presión pasajera, un acoso esporádico, sólo la víctima sabe que es una angustia real, que no facilita moverse fuera del marco de acoso. Sólo el trabajo histórico y el silencio creativo fueron las disciplinas correctoras para salir del atolladero, mezclados con el afecto de mis amigos –tantos–.
Salesianos Guadalajara 1981. Me llaman al teléfono.
– Don Francisco Rd. Coro. – Sí, sí, diga. – Llamamos desde Euskoikaskuntza.
– Ya, diga – Eskerrik asko. – podemos contar con Vd. como ponente para el Congreso Internacional de Estudios Vasco. Iglesia y poder político… – ¿A Vd. qué le parece? – En la sociedad contemporánea (siglos XIX y XX)… – Pues claro. – Es el primer Congreso desde la Segunda República…
La Sociedad de Estudios Vascos me ungía con su diestra reverenda, concediéndome jerarquía intelectual, mientras yo preparaba con verdadero mimo mi primera conferencia ante el “todo Bilbao”. No es imaginable un mundo sin ficción, como no lo es uno en que todo fuese estrictamente lo que se ve, a palo seco, y ni un paso más. Pensé y repensé mi País Vasco mental en las guerras carlistas, en Loyola, en Ondarribia, en Donostia… ¡hala! Con idea de oxigenarme y seguir creciendo marché a Bilbao, la meca inevitable del estudioso sobre Vascos.
Y en Bilbao consolidé, en público, mi vocación de aprendiz de historiador (no te olvides que soy de Lavapiés y de Salesianos Atocha), para fortuna de mi aura y desgracia de mi integridad, mientras me sustituía en todas mis clases Juan Francisco Muñoz, el espléndido profe de inglés y el alma del Caja Salesianos de Guadalajara en Voley-vol: Sam del Pozo, Tole, Castillo, Llorente, Acebrón, Sanjacinto, Moratilla, Cortés, Andreu, Corrales, Ubeda, Peinado, campeones nacionales de 1982.
Bien consciente de los retos políticos de los nuevos tiempos mi exposición fue muy sencilla, directa, coloquial, apasionada y con datos de primera mano, extraídos de mis diez años ya de trabajo en Archivos de Roma, Madrid y vascos –Vitoria, Donostia, Bilbao, Durango– (Archivos menores, dijeron los cátedros de mi tesis doctoral. ¡Habrase visto ignorancia picardeada!).
Amigo Javier, hablé a los doscientos congresistas como a mis muchachos de COU de Salesianos Guada, o de Atocha, o del Paseo, o del “CES Don Bosco”. Les hice desfilar la realidad palpitante del siglo XIX, con palabras del siglo XX y de mi barrio y con trucos literarios del siglo XXI, antes de Cristo, que sólo puede capturar una mente intacta, poderosamente sana y en perpetua posesión de su juventud. Todavía hoy mi gran amigo Juan Laborda Barceló afirma, contundente y, preciso, que soy hombre del siglo XIX con mente del XXIII. Le puede el afecto. Leed a Laborda, puede ser una de las asas a las que agarrarse para amortiguar los mensajes difíciles de la realidad.
Al entretenido diálogo con los congresistas, que me sirvió para descargar mi buena conciencia, siguió un banquete en un restaurante de Bilbao. Caí entre el Consejero de Cultura, Idoia Estornés, Mañaricua y Tellechea. Garaia da! –dijo el Consejero–. Es el momento Paco de publicar su tesis en distintos libros. Su furia inicial hará furores, créame. Acosado por las palabras de los demás, a las que se añadió Ander Manterola, Edorta Kortadi y Joseba Goñi… fueron saliendo mis trabajos que traían historia, nunca creaban historia, no sin antes presentarlos a concurso, a cuerpo limpio, y con seudónimo, que fui ganando: dos Ciudad de Irún, dos Angel Apraiz de San Sebastián, un Unamuno de Gobierno Vasco y un Diputación de Álava.
Amigo Javier, estamos hechos de deseos e imágenes. Estamos llenos de cosas que nos ocupan más de lo que abulta el cuerpo. Mis inmortales libros van muriendo más o menos pronto en la Cuesta de Moyano. Mis insustituibles papeles se los fue llevando el COVID-19.
Empoderado de halagos y silencios volvía a Guadalajara.
La niebla vasca se iba retirando como una actriz enredada en sus velos, a medida que el tren avanzaba por Álava. Vasconia no estaba resuelta, como tampoco España en 1981. ¿Y hoy? Yo sigo curando mis duelos, escribiendo.
Admirados y admirables vascos. Qué buenos y gratos recuerdos compartimos de ellos y de lo que nos ofrece esa maravillosa tierra!
Con este prólogo estoy esperando poder leer su nuevo libro. La actitud de ser siempre “aprendiz” la aprecié de usted, en sus clases, y a mi me ha servido mucho. Y me sigue sirviendo. ¡A pesar de ser de Granada y bachiller de Salesianos Guadalajara!. ¿Soluciones? … mejor no crear problemas, ¿no?. Mucho ánimo. Abrazos