Los pequeños gorilas pierden la alegría

4 julio 2025

Estoy en la parada del tranvía. Es día de “cole”, y hay niños y niñas, acompañados o no, también esperando. Una madre joven tiene al lado a sus dos niñas, y el hijo mayor, a una cierta distancia (la que marca la preadolescencia). La mayor de las niñas hace gestos como indicando que en el andén falta animación y pone cara de que algo va a liar. Y, efectivamente, en pocos segundos comienza a cantar y a moverse con los gestos que la canción requiere:

“Las manos hacia arriba, las manos hacia abajo,
y como los gorilas ¡uh! ¡uh! ¡uh! ¡uh!
todos caminamos.”

La hermana pequeña se une al canto y a la gesticulación, el hermano se distancia un poquito más, y la madre sigue mirando el móvil, no muy sorprendida por la escena, señal de que ya está acostumbrada a esas pequeñas locuras infantiles. Algunas personas, las menos, observamos y sonreímos.

Llega el tranvía, y, al entrar, se capta en el ambiente que algo desagradable ocurre. Un hombre va tras una mujer; los dos van mal vestidos, con cara de haber dormido poco o nada, se mueven con gestos violentos, se increpan, se gritan, se insultan, se llaman de todo, se reprochan todo lo que uno pueda imaginar y más. Ella quiere bajar en la siguiente parada, él no le deja, la retiene con violencia; dos paradas después consigue esquivarlo y logra bajar del tranvía, pero él también… La discusión continúa, y durante un rato aún se siguen oyendo los gritos. Todo sucede en pocos minutos, pero la sensación es que ha pasado mucho tiempo, y que esa mañana, el recorrido de esas tres paradas ha durado una eternidad.

¿Y las “pequeñas gorilas”? Observo que nada más entrar al tranvía se calla su canto y se acaba su baile. Quedan inmóviles, serias, desconcertadas, sin saber dónde mirar. Aparentan que no ven ni oyen, pero es evidente que captan todo, que no les gusta, que no saben qué hacer, y que tienen ganas de que se acabe. Cuando se puede decir que “ha pasado ya el peligro”, todavía mantienen el silencio y la quietud. Despacio, se van acercando un poco más a su madre; la mayor apoya la cabeza en el regazo de mamá y se deja acariciar por ella. Luego, con gesto lento, revisan la mochila, el bocadillo, el botellín del agua, alguna libreta… Y poco a poco van recobrando la sonrisa, pero sin la alegría que antes manifestaban.

De la observación de esa larga escena me surgieron algunas preguntas, unas pensando en aquellas niñas, que se ven sorprendidas por una situación para nada prevista y que rompe su momento de alegre espontaneidad. ¿Cuánta alegría infantil truncamos con la exhibición de nuestros odios adultos, con nuestros reproches, y ya no digamos con nuestras guerras injustas e inhumanas? ¿Cómo protegemos a esa inocencia de nuestras “barbaridades adultas”? ¿Cuántas caricias serán necesarias para ayudar a recuperar las ilusiones que echamos a perder?

Otras preguntas me las hacía pensado – ¿por qué no? –  en mí, y en las personas de nuestro entorno. Porque también nos pasa que situaciones o momentos de relativa tranquilidad pueden verse invadidos por elementos que no controlamos y que alteran la estabilidad de la que estamos disfrutando. Cuando eso ocurre, cuando el plácido viaje en tranvía se ve alterado por algo que no está bajo nuestro control, cuando llega un temporal y agita las aguas sobre las que navegamos… ¿en quién nos respaldamos y buscamos apoyo? Si la “agitación” se da en un equipo, en un colectivo, ¿disponemos de recursos para saber mantener la calma, parar, analizar y actuar con un mínimo de serenidad?

Que no nos falten “caricias” que ayuden a recuperar la alegría a la infancia que sufre agresiones adultas fuera de medida. Que no olvidemos fortalecer la cohesión de los equipos, por si llegan momentos de zozobra. Que, por la misma razón, no descuidemos cultivar nuestra interioridad. Y no dejemos de agradecer todos los apoyos que, cuando los necesitamos, recibimos de personas cercanas: son una gran riqueza que a veces no sabemos valorar lo suficiente.

Finalmente, ¿por qué no recordar el “Soy yo, no temáis”, que el Maestro lanza a los discípulos cuando los ve muertos de miedo dentro de la barca azotada por las olas?

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