De la sombra de la soledad a la luz de la esperanza

Aprendiendo a Vivir

17 julio 2025

Begoña Rodríguez

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Una de las nuevas pobrezas a las que se enfrentan muchos de nuestros jóvenes es la soledad. Incapaces de expresar lo que sienten, su salud mental se ve afectada y es necesario que observemos, acompañemos y actuemos desde el sistema preventivo.

Vivimos en una época donde muchos jóvenes enfrentan una presión constante: destacar en lo académico, cumplir con estándares sociales, estar siempre conectados… y, aun así, pueden llegar a sentirse muy solos. La salud mental se ha convertido en uno de los mayores desafíos de nuestra generación. Sin embargo, también han surgido historias poderosas de jóvenes que, al tocar fondo, encontraron una salida, y hoy inspiran a otros con su fortaleza. ¿La diferencia? Pedir ayuda a tiempo en el caso de quien sufre, y no dejar nunca de observar con mirada apreciativa en el caso del que puede detectar desde lo preventivo.

Encontrar el camino

Este artículo no pretende romantizar el sufrimiento, sino demostrar que, incluso en los momentos más oscuros, hay caminos que transitan la esperanza si estamos atentos a la luz que llevamos dentro, a las fortalezas que podemos compartir con los demás.

Leo, de 22 años, pasó años luchando en silencio contra la ansiedad y ataques de pánico. Lo escondía porque pensaba que “los hombres no deben ser tan emocionales” y que pedir ayuda era una señal de debilidad, de ser frágil y no poder con todo. “Aguanta, que ya va a pasar”, se repetía, pero no pasaba y un día colapsó en medio de una clase. No fue bonito. No fue heroico. Fue crudo y real. Una frase fue el inicio de todo, el camino para poder sanar: “No estoy bien, necesito ayuda”. Y la pidió. Hoy, Leo no tiene todas las respuestas, pero ya no se esconde. Comparte lo que siente, escucha a otros, y aprendió que pedir ayuda no te hace débil. Te hace valiente. Actualmente, forma parte de una ONG que da charlas sobre salud mental en escuelas.

Marian tenía 16 años cuando fue diagnosticada con depresión clínica. Entre la medicación, el aislamiento y la sensación de no pertenecer, pensó en rendirse. Pero una profesora notó su silencio y la animó a buscar ayuda profesional. “Nunca olvidaré que alguien creyó en mí cuando yo no lo hacía”. Esa pequeña chispa fue suficiente para que Marian comenzara terapia. Cuatro años después, fundó un grupo de apoyo virtual para adolescentes donde hablan abiertamente sobre sus emociones. Su mensaje es claro: “hablar puede salvar vidas”.

Estas historias muestran que la salud mental no es un destino, sino un camino, a veces difícil, pero posible. La esperanza no siempre aparece de golpe: se cultiva con cada paso que damos para pedir ayuda, hablar con alguien o simplemente resistir un día más.

Nadie debería sentirse solo.

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