“Sin embargo, todavía hay quienes parecen sentirse alentados o al menos autorizados por su fe para sostener diversas formas de nacionalismos cerrados y violentos, actitudes xenófobas, desprecios e incluso maltratos hacia los que son diferentes. La fe, con el humanismo que encierra, debe mantener vivo un sentido crítico frente a estas tendencias, y ayudar a reaccionar rápidamente cuando comienzan a insinuarse”. (Papa Francisco, Fratelli tutti, nº 86)
Estos últimos días ha habido un brote de violencia en Torre Pacheco, una población agrícola situada en la provincia de Murcia, donde se registra un alto porcentaje de emigración proveniente sobre todo del Magreb. Éste no es un caso aislado. Estos últimos meses hemos oído noticias semejantes provenientes del Reino Unido, Países Bajos, Irlanda, Italia; y no digamos lo que está ocurriendo en este momento en Estados Unidos, que ninguna distopía del siglo XX, ni ninguna serie de terror había podido anticipar.
El suceso que movilizó a neonazis venidos de toda España fue una brutal agresión a un anciano por parte de un grupo de magrebíes, recogida supuestamente en un vídeo. Aunque el vídeo no correspondía a esta agresión, como aclaró el mismo agredido. Pero, ¿Qué importan los hechos? Lo que importa es el relato. A raíz de esto se publicaron imágenes de pretendidos agresores, y se procedió a la cacería del inmigrante. De cualquier inmigrante.
Todo esto tiene una causa común: es el resultado de una siembra sistemática de odio. Durante años se ha criminalizado a los inmigrantes, como si ellos fueran los culpables de los problemas sociales que atraviesa Occidente.
Cualquiera que tenga un poco de conocimiento de la historia encuentra fácilmente paralelismos con lo que ocurrió en Europa hace cien años y propició el origen de los fascismos: la frustración de la población en Europa causada por el desmantelamiento del Estado del bienestar, especialmente como consecuencia de la crisis de 2008, ha sido canalizada hacia la población inmigrante por parte de la ultraderecha. No ha ayudado a calmar los ánimos el hecho de que otros partidos han adoptado las tesis ultras, y, por otro lado, la mala praxis periodística también ha contribuido, al propagar los bulos, en vez de contrastar la información y combatirlos.
Proponen una limpieza étnica irracional, que, además de ser incompatible con los Derechos humanos, y con los principios jurídicos, va en contra de la realidad: España es un país con un bajo índice de criminalidad, a pesar de contar con una población de más de nueve millones de extranjeros.
Ayer fueron los judíos; hoy son los extranjeros, pero solo si son pobres, porque los ricos no molestan. Hoy la ultraderecha habla de invasión; retuerce los datos; inventa bulos, siembra discordia, y utiliza las emociones del miedo y del odio frente a una supuesta amenaza externa para cohesionar a sus hordas aulladoras con el rancio nacionalismo exclusivista. Y presenta la inmigración como una “invasión” amenazante, olvidando su incidencia positiva en la producción agrícola y el sector servicios.
Es siempre el viejo timo de la estampita: conseguir adeptos apelando a los sentimientos más oscuros del ser humano para distraer la atención de las causas del malestar social: así, en vez de exigir mejores salarios; mejor sanidad; una ley de vivienda que facilite el acceso a la misma; una mayor protección del medio ambiente; más medidas para reforzar el estado de bienestar, estos neofascistas responsabilizan al inmigrante de todos los problemas, y enfrentan al pobre con otros pobres más pobres que él, en un sádico ejercicio de crueldad. Estos grupos carecen de cualquier propuesta social de la que todos puedan beneficiarse. Solamente ofrecen nacionalismo oxidado y xenofobia corrosiva. Constituyen una clara defensa de los intereses de la oligarquía.
En el colmo del cinismo, algunos hablan de defender la Europa cristiana de la pretendida “invasión” musulmana. Pretenden defender la Europa cristiana, en choque frontal con los valores del Evangelio y de toda la tradición bíblica, que considera al huérfano, la viuda y al extranjero como grupos sociales prioritarios de atención y cuidado.
Lo más triste es la actitud de algunos obispos que coquetean con la ultraderecha, como si les fuera el futuro en ello, si bien saludamos como algo excepcional el comunicado del obispo de Sant Feliu de Llobregat, don Xavier Gómez. Es triste que algunas instituciones de la Iglesia se identifiquen con estas formaciones políticas. Y más, si tenemos en cuenta que la Iglesia es la institución que más inmigrantes acoge y ayuda en España. Pero el rostro institucional de la Iglesia y algunos de sus medios de comunicación dicen lo contrario.
Estos “Defensores de la civilización cristiana” olvidan que Jesús propone al extranjero; al samaritano, como ejemplo a seguir, por encima del sacerdote y el levita, que sabían mucho de la Ley de Dios, pero no estaban dispuestos a dejarse complicar la vida por ella.
Olvidan que Jesús mismo se identifica con el extranjero: “Fui extranjero y me acogisteis”. Olvidan que la mejor forma de defender la civilización cristiana es vivir las actitudes de Jesús. Como Iglesia podemos cometer muchos errores, pero no podemos equivocarnos de bando.
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