Días después, tras la cruel paliza de un magrebí a un hombre de la ciudad murciana de Torre Pacheco, se desató una persecución brutal y violenta contra todos los emigrantes de esta localidad murciana. Jaleado por colectivos políticos extremistas, se impuso la caza al “moro” y los discursos racistas, encendidos de odio, animaron esta villanía horrenda. Adolescentes y niños magrebíes huían de la ferocidad racista de cientos de agresores venidos de otros rincones de España y Europa.
Entre las personas que vivieron el miedo a salir a la calle fueron las monjas Reparadoras del Sagrado Corazón, una comunidad religiosa dedicada a enseñar español a inmigrantes y a gestionar un economato creado por ellas mismas en el que, a precios muy bajos, personas en situación de vulnerabilidad, en su mayoría familias con menores a cargo, pueden comprar bienes de primera necesidad. La calidad humana de estas hermanas es más que reconocida y son queridas entrañablemente por la población autóctona e inmigrada.
Por otra parte, en la noche del 12 de Julio unos desconocidos prendieron fuego a la mezquita del municipio catalán de Piera que iba a ser inaugurada pocas horas después. Las llamas acabaron con aquel centro de culto destinado a ser usado por la población islámica en sus encuentros y oraciones.
La parroquia de la localidad manifestó su repulsa total ante este hecho racista y manifestó la solidaridad con sus vecinos musulmanes. El obispo Xabier Gómez denunció estos actos xenófobos y reafirmó el compromiso de la Iglesia para trabajar en favor de “la cultura del encuentro y la paz, y se pone al servicio de la comunidad musulmana de Piera para lo que pueda necesitar en estos momentos tras estos ataques que repudiamos”.
Días después la única parroquia católica que resistía en Gaza fue bombardeada y tiroteada por el ejército israelí. En el ataque murieron tres personas; además el párroco, el argentino Gabriel Romanelli, fue herido en una pierna. La parroquia era lugar de refugio físico y espiritual de cientos de gazatíes. Desde que empezó la guerra, el padre Romanelli se negó a abandonar Gaza y reafirmó su compromiso de vivir fraternalmente junto a los habitantes de la Franja. Cada día a las ocho de la tarde le hacía una vídeo llamada su compatriota, el papa Francisco, que se interesaba por su misión y su salud.
Todos estos acontecimientos ocurrían en los últimos 30 días. Por eso permítanme que exprese mi sorpresa por la actuación de la ¿cómica? en su monólogo obsceno sobre un altar en la iglesia de Arberatze. Su monólogo es, como las soflamas racistas de algunos de algunos colectivos, un discurso de odio, una incitación al desprecio y a la agresividad. Profanar groseramente un templo, poniendo como excusa la pederastia de algunos eclesiásticos, es una generalización tan mezquina como acusar a todos los inmigrantes de dar palizas a los ancianos. No es arte, no es provocación, no es una performance inteligente, es el odio puro y duro, disfrazado de política o de espectáculo pretenciosamente rompedor. Lejos de ser un gesto revolucionario e innovador, es una ofensa grave a los pobres y oprimidos, es de nuevo el discurso de odio. Es el mismo odio que impide reconocer la bondad de una Iglesia que apuesta por los pobres, los inmigrados, los vulnerables y los indefensos, independientemente de cuál sea su credo o su raza. Una iglesia que celebra en la Eucaristía la muerte en cruz del inocente Jesús, víctima del discurso del odio religioso. Una Iglesia que encuentra su fuerza y su sentido en la Eucaristía, que alienta el compromiso por los pobres de las religiosas de Torre Pacheco, de la comunidad cristiana de Piera, del padre Romanelli en la desangrada Gaza. Una iglesia, en fin, que celebra este acontecimiento … en un altar.
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