En Estados Unidos los grupos de extrema derecha hacen gala de su fe cristiana, al tiempo que defienden la segregación racial, y la violencia política. Suelen estar en contra del aborto, lo cual coincide con planteamientos cristianos, hecho que suscita simpatías por parte de muchos creyentes. Recientemente se han reunido en Madrid representantes de la ultraderecha de varios países. Hacen alarde de cristianismo, como elemento fundamental.
A algunos creyentes nos provoca náuseas escuchar a estos personajes de la vida política que defienden el neoliberalismo, con lo que conlleva de precariedad; el abandono de políticas sociales; la criminalización de inmigrantes; en algunos casos la defensa del racismo sin trabas, la utilización de la violencia política para defender a las clases pudientes de los desfavorecidos; la demonización de las minorías en general. Todo ello forma parte de un cóctel que compone la identidad de los grupos de extrema derecha que están proliferando por todo el mundo.
¿Cuál es la razón de esto?
En primer lugar, hay que distinguir en el cristianismo el bloque católico, y el protestante. En la Iglesia Católica, a pesar de la gran pluralidad de tendencias, corrientes y espiritualidades, existe una cierta unidad, marcada por el Magisterio de Roma. Pero en el mundo protestante, especialmente en Estados Unidos, hay una enorme fragmentación de iglesias, aunque tienen un denominador común: la libre interpretación de las Escrituras, lo que ha dado lugar precisamente a esa fragmentación.
Esta libre interpretación ha dado lugar a una proliferación exótica de iglesias, que leen los textos aislados del conjunto; no aplican la crítica histórica a los textos bíblicos, lo cual es la base de interpretaciones en ocasiones aberrantes. Porque la Biblia refleja el proceso histórico de un pueblo y es muy peligroso aislar un pasaje bíblico del contexto en que fue escrito.
Desde una lectura fundamentalista de los textos bíblicos, en el calvinismo, el éxito económico es visto como el signo de la benevolencia de Dios. Así, la riqueza no es valorada con sospecha, y se justifica a sí misma, por lo que no se cuestiona la legitimidad de los medios empleados para obtenerla. Me remito al libro de Max Weber, “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, un clásico en la sociología de la religión que estudió hace un siglo la relación entre capitalismo y protestantismo.
El éxito económico es valorado como un premio al trabajo perseverante, y existe un sesgo innegable de desprecio hacia los pobres, a los que se les atribuye la culpa de no haber sabido abrirse paso en la vida. Así, no es necesario preguntarse por las causas estructurales y sociales de la pobreza. Todo es resultado de la acción de Dios, y todo está bien. Al final, es Dios quien justifica el desorden social.
Otro elemento importante es que en el mundo anglosajón ha existido siempre un clasismo y racismo evidentes, que ha llevado a las clases dirigentes a creerse superiores a las demás, por designio divino. No olvidemos que el colonialismo anglosajón jamás admitió el mestizaje. En los Estados Unidos, la doctrina del “Destino Manifiesto” pretende legitimar el derecho de la raza blanca a gobernar el mundo, por encima de leyes, normas y códigos de conducta. Aún hoy día.
En el mundo católico es cierto que el Magisterio ha atenuado las interpretaciones exóticas de ciertos grupos fundamentalistas protestantes. En el catolicismo se ha dado más importancia a los aspectos sociales, gracias a las acciones de las congregaciones que, a partir del siglo XVIII se ocuparon de ámbitos abandonados: educación, sanidad, cuidado de ancianos; pero también ha existido un cierto fundamentalismo derivado del poco interés que se le ha concedido al estudio bíblico, y, por otro lado, una toma de posición institucional en favor del orden establecido, y de las clases altas, a la que pertenecía el alto clero durante siglos. En España es muy aleccionador dar un repaso a la historia de todo el siglo XIX y parte del XX. Incluso en la actualidad es ilustrativo escuchar a los opinadores de los medios de la Iglesia en España, y enseguida se ve de qué lado están.
Después de ver de pasada todo esto, podemos preguntarnos qué lectura de la Biblia han hecho estos grupos, pues el evangelio de Jesús va en contra de todos sus postulados esenciales.
Frente al nacionalismo excluyente, hay en el evangelio una llamada al universalismo.
En oposición a su racismo, está la potente convicción de que todos los hombres son hijos de Dios, independientemente de su origen, cultura o religión.
En contraste con su enfoque depredador de la economía, la idea cristiana del destino común de los bienes, y la relativización del derecho de propiedad privada.
En oposición frontal con sus arengas violentas, el cristianismo propone la resistencia pasiva a la violencia, el perdón y la misericordia.
Frente al autoritarismo están las actitudes de Jesús que instaba a los discípulos al servicio de los demás y a la mansedumbre.
Y, sobre todo, el cristianismo ofrece la potente creencia de que Dios ha renunciado a su poder, y se ha hecho un ser humano, para ponerse a su altura, y mostrar el camino que cualquier creyente ha de seguir.
Frente al individualismo extremo, la idea de Pueblo que rige en toda la biblia.
Estas convicciones han hecho posible el florecimiento de iniciativas en favor de los más desfavorecidos, y desde el Concilio Vaticano II, la Iglesia Católica hizo un esfuerzo de adaptarse al mundo moderno, abandonando la actitud condenatoria de la modernidad, y recuperó los grandes principios de la doctrina social, que estaban casi olvidados.
El Papa Francisco profundizó la senda del Vaticano II y alzó su voz profética, denunciando la injusticia estructural en la que se basa el mundo actual, y este sistema económico que aplasta a las personas vulnerables, y destroza el medio ambiente. Nada parecido a los discursos negacionistas y supremacistas de las extremas derechas de todo el mundo.
En los tiempos actuales urge recuperar esta dimensión de la denuncia profética, por defender a los más débiles, los desechables, a costa de provocar críticas.
Ojalá que nunca falten en la Iglesia voces proféticas que griten cuando se aplasta al pobre, pues es en ellos donde se descubre el rostro de Dios.




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