“Spes non confundit” “La esperanza no defrauda” (Rm 5,5): con esta afirmación de San Pablo a los romanos, el papa Francisco nos convocó a toda la Iglesia al Jubileo ordinario del año 2025. No obstante esta exhortación, observando nuestros círculos cercanos me pregunto ¿No les parece como que existe mucha desilusión? ¿No les parece que hay muchas personas tristes sin ganas de nuevos horizontes? Pues a mí sí. Es más, me doy cuenta de que siempre hay alguna excusa que nosotros mismos nos ponemos para desilusionarnos. Como cuando empiezan un proyecto que crees que te motivaba, pero a las pocas semanas de empezarlo te desmotivas dejándolo de lado. También esto tiene su punto de comprensión: basta abrir cualquier periódico para leer… guerras, violencia, pobreza, corrupción, juegos de poder, injusticias… A mí, las noticias que más me sorprenden, y cada vez con más frecuencia, son sobre la delincuencia juvenil.
Este año, tengo la oportunidad de estar en contacto con los jóvenes que aparecen en las noticias, de entre 15 y 25 años. En Italia, las personas que han cometido delitos de una gravedad media están internadas en un centro que de ordinario llamamos centro penitenciario, o cárcel, donde se priva las libertades de los internos. Es decir que, por condena, uno está encerrado en una celda hasta que los guardias te digan que es el momento de “aire” u otro momento concreto (como la escuela, coloquios familiares, audiencias, o la misa de los domingos) esto según la condena que se tenga: algunos solo unos meses, otros incluso sobrepasando la decena de años. Estos jóvenes que están en el centro penitenciario cometieron los delitos siendo menores de edad, y para no juntarlos con los mayores de edad adultos, tienen la posibilidad (en caso de que la condena se ajuste) de estar hasta los 25 años aproximadamente; en caso de que sea mayor, los transfieren a adultos.
Contaré ahora la experiencia de Jonay, (nombre ficticio). Jonay es un joven de 17 años, que recién entró en Italia sin muchas aspiraciones, solo intentando sobrevivir y mantener a la familia. En un momento de desesperación, comenzó a robar varios negocios con arma blanca, obteniendo una suma de dinero considerable, lo suficiente como para comprar un pequeño apartamento. Hace unos meses fue detenido por la policía italiana y acabó en el centro penitenciario para permanecer cerca de un año.
Cuando hablas con Jonay, te das cuenta de que es consciente de su equivocación, y no solo: te justifica el porqué de sus acciones “No podía ver a mi madre que sola, sacaba adelante a mis cuatro hermanos” es la desesperación que lo llevó a actuar objetivamente mal, de forma equivocada, de la que él además era consciente. Me preguntaba mientras él me contaba ¿Qué nos diferencia? ¿Los contextos? ¿Las decisiones tomadas? ¿La suerte? realmente no encontraba una respuesta clara.
Como Jonay en el centro hay más de 50 jóvenes (entre chicos y chicas) que en su vida han cometido acciones que los ha llevado a los tribunales, acabando con condenas más o menos largas. La esperanza a la que nos invitaba el papa Francisco, cuando recién entran, no existe. No hay ningún horizonte. No se materializan motivaciones para vivir incluso. Solo hay un propósito: salir cuanto antes, y tener suerte para no acabar reincidiendo.
No obstante, la experiencia de estar encerrado en un lugar así lleno de tristeza, desilusión y amargura hace que en algunos se despierten las preguntas más esenciales, y en sus respuestas me dan lecciones de vida ¿Cuál es el sentido de sus vidas? ¿Cuáles son las motivaciones que de verdad cuentan? ¿Cuál es la dignidad de sus vidas? “Cuando salga, solo quiero estar una semana entera con mi familia, no quiero hacer nada más”. “Si no me vuelvo loco, me gustaría cambiar, no quiero seguir viviendo así” “Mi hijo es la única razón que me empuja a seguir” Son las respuestas de jóvenes, en los que la esperanza se vive de la forma más simple, concreta y verdadera.
Ojalá nosotros, que tenemos la oportunidad aún de atravesar las diferentes “puertas santas” de nuestras diócesis, lo hagamos con la misma fe y actitud que estos jóvenes en ciertos asuntos, auténticos maestros en la vida. Que en el sacramento del Perdón podamos confiar en la misericordia infinita que Dios tiene por todos sin excepción. Que al rezar por las intenciones del Papa le pidamos por una Iglesia unida, que al centro tenga a los pobres y la construcción del reino de Dios en la Tierra. Y que al recitar el credo lo hagamos viendo la fe y el bautismo como una gracia recibida y no meritada. Acuérdense también de rezar también por los jóvenes más marginados, como Jonay, ellos necesitan brazos abiertos y testimonio de vidas felices. Y como decía don Bosco “De la sana educación de la juventud, depende la felicidad de las naciones”.




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