No ha sido esta una Navidad al uso. Mascarillas, allegados, cierres perimetrales, aforo, distancias sociales… han formado parte del vocabulario de estos días en los que se han trastocado las tradiciones litúrgicas y familiares de estas fechas. También el papa Francisco, como ya hiciera la pasada Semana Santa –y toda la Cuaresma previa– ha celebrado una Navidad con limitaciones de todo menos de intensidad y puede que de autenticidad.
Una misa temprana
El toque de queda en Italia ante el incremento de contagiados y muertos que está dejando últimamente el coronavirus ha obligado no solo a celebrar la Misa del Gallo con un aforo reducido –aunque al final no fue tan reducido como en la Semana Santa y la representación de congregaciones religiosas femeninas de disparó un poco–, sino con un horario bastante anticipado. Si los liturgistas ya hicieron piruetas para justificar el adelanto de Benedicto XVI de la que propiamente se llama “Misa de Medianoche”, no digamos en este caso para que los textos litúrgicos no fueran los ‘prenavideños’ de la Misa de la vigilia.
Más allá de estas disquisiciones, el papa Francisco recordó que el mensaje salvador de Jesús en Navidad “no te lo dice con palabras, sino haciéndote hijo como tú y por ti, para recordarte cuál es el punto de partida para que empieces de nuevo: reconocerte como hijo de Dios, como hija de Dios. Este es el punto de partida para cualquier nuevo nacimiento”. Para el Papa, “este es el corazón indestructible de nuestra esperanza, el núcleo candente que sostiene la existencia: más allá de nuestras cualidades y de nuestros defectos, más fuerte que las heridas y los fracasos del pasado, que los miedos y la preocupación por el futuro, se encuentra esta verdad: somos hijos amados. Y el amor de Dios por nosotros no depende y no dependerá nunca de nosotros: es ‘amor gratuito’. Esta noche no tiene otra explicación: sólo la gracia”.
Celebrar la Navidad, insistió Francisco, es recordar una vez más que Dios “siempre nos ama, más de lo que nosotros mismos seríamos capaces de amarnos. Ese es su secreto para entrar en nuestros corazones. Dios sabe que la única manera de salvarnos, de sanarnos interiormente, es amarnos: no hay otro modo. Sabe que nosotros mejoramos sólo aceptando su amor incansable, que no cambia, sino que nos cambia. Solo el amor de Jesús transforma la vida, sana las heridas más profundas y nos libera de los círculos viciosos de la insatisfacción, de la ira y de la lamentación”.
Contemplando al Niño de Belén, meditaba el Papa: “Su amor indefenso, que nos desarma, nos recuerda que el tiempo que tenemos no es para autocompadecernos, sino para consolar las lágrimas de los que sufren. Dios viene a habitar entre nosotros, pobre y necesitado, para decirnos que sirviendo a los pobres lo amaremos”. Un mensaje que trasciende a cualquier pandemia.
Una bendición frente a la soledad
“En este momento de la historia, marcado por la crisis ecológica y por los graves desequilibrios económicos y sociales, agravados por la pandemia del coronavirus, necesitamos más que nunca la fraternidad”. Este ha sido el llamamiento inequívoco del papa Francisco al comenzar su discurso previo a la bendición Urbi et Orbi que el pontífice impartió desde el otro lado del balcón habitual, en el aula de las bendiciones.
Francisco repasó algunos conflictos y preocupaciones de medio mundo, aportó por “una fraternidad basada en el amor real, capaz de encontrar al otro que es diferente a mí, de compadecerse de su sufrimiento, de acercarse y de cuidarlo, aunque no sea de mi familia, de mi etnia, de mi religión; es diferente a mí pero es mi hermano, es mi hermana”; algo que llevó hasta el campo de las nuevas vacunas contra el coronavirus como “una luz de esperanza”.
No es esta la única enseñanza que puso de manifiesto el Pontífice en su mensaje. “No podemos tampoco dejar que el virus del individualismo radical nos venza y nos haga indiferentes al sufrimiento de otros hermanos y hermanas. No puedo ponerme a mí mismo por delante de los demás, colocando las leyes del mercado y de las patentes por encima de las leyes del amor y de la salud de la humanidad”, reclamó.
Por eso, Francisco ha tenido un recuerdo particular a “todos aquellos que no se dejan abrumar por las circunstancias adversas, sino que se esfuerzan por llevar esperanza, consuelo y ayuda, socorriendo a los que sufren y acompañando a los que están solos”. Por ello en pontífice se acordó de “las familias: las que no pueden reunirse hoy, así como a las que se ven obligadas a quedarse en casa. Que la Navidad sea para todos una oportunidad para redescubrir la familia como cuna de vida y de fe; un lugar de amor que acoge, de diálogo, de perdón, de solidaridad fraterna y de alegría compartida, fuente de paz para toda la humanidad”. Auténtico sentido navideño (aunque sea confinado).
En el Blog ¿Me lo pregunto? de la Revista Vida Nueva
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