Ha comenzado el verano, un tiempo de descanso y esparcimiento, necesario para respirar y recargar pilas. Serán días de vacaciones y, quizás, de reencuentro con amigos y familiares que durante semanas o meses no hemos visto o con quienes no hemos convivido como nos hubiese gustado; más aún teniendo en cuenta de dónde venimos, una pandemia que ha restringido nuestros encuentros sociales.
Desde marzo del año pasado han sido muchos meses complicados, pero siempre se puede sacar alguna enseñanza positiva. En este tiempo hemos aprendido la importancia de cuidarnos y de cuidar a los demás, especialmente, como es obvio, a esas personas que más nos importan. Cuidar al otro implica siempre una actitud de servicio que implica sacrificios. La pandemia, como referíamos antes, nos puede servir de ejemplo gráfico y esclarecedor. Hemos pasado mucho tiempo sin relacionarnos con personas que llenan nuestras vidas, pero que hemos tenido que proteger y cuidar sacrificando, precisamente, el encuentro con ellas. Cuidar al otro supone, en cierta forma, renunciar a nosotros mismos, a lo que nos apetecería, a lo que nos pediría el cuerpo; y se hace en pro del otro. No es sino otra forma de amar.
Cuando el propio Jesús nos invita a amarnos unos a otros, nos está llamando, también, a esa actitud de cuidado de unos con los otros. Es evidente, como decíamos antes, que prestaremos más atención en el cuidado a aquellas personas que son importantes en nuestra vida o entorno. Es lógico, humano y, hasta necesario, pero no debemos soslayar que como discípulos que somos del Señor en este siglo XXI, también estamos compelidos al cuidado de aquellos otros que están más alejados de nuestro círculo e incluso que se apartan de nuestro espacio de confort.
En este sentido, hace unos días el Evangelio se convertía en un aldabonazo que nos despertaba, recordándonos que debemos superar los reparos que a veces nos lastran y abrir nuestro corazón a aquellos que, de una u otra forma, hemos alejado porque no piensan como nosotros, no creen en lo que nosotros creemos, o proceden de un lugar distinto al nuestro. También estamos llamados a cuidar de ellos. La forma la eliges tú, pero el fondo ha de ser el mismo: en tu corazón debes sentir que cuidándolos estás cumpliendo el más importante de los mandamientos: amar a Dios y al otro, como a ti mismo.
Paco Jaldo Gómez. (SDB)
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