La utilidad de las cosas inútiles
Finalizaba el mes de junio. El Oratorio vestía sus mejores galas para celebrar el onomástico de Don Bosco y la fiesta de san Luis Gonzaga.
Éramos tres barriles. Estábamos formados por duelas, que así se denominan las piezas de madera curvadas que otorgan ese perfil redondeado de los buenos toneles. Habíamos nacido para guardar en nuestro interior agua, vino o aceite. Pero desde hacía varias semanas permanecíamos vacíos en un rincón de la despensa. Ignorábamos nuestro destino.
Llegó el día de la fiesta. Patios y edificios amanecieron adornados con banderas multicolores, guirnaldas y gallardetes.
De pronto un muchacho fornido llegó hasta la despensa donde nos hallábamos. Con la ayuda de varios compañeros nos subieron sigilosamente hasta el balcón del primer piso. Cubo a cubo nos llenaron de agua. Luego conectaron el pequeño grifo que hay en la base de nuestros cuerpos a tres mangueras de goma y caucho que descendían hacia el suelo del patio y desembocaban en tres pequeños estanques. Intercambiamos miradas de sorpresa. ¿Cuál iba a ser nuestra misión?
Todavía andábamos en esas cuestiones cuando llegó el joven que nos había subido hasta el balcón. Vertió en el interior de cada uno de nosotros el contenido de un líquido espeso que contenían tres botellas distintas.
Fue mágico. El agua del primer barril se tornó de color rojo. La del segundo tonel se transformó en un líquido verde como la hierba. Yo vi cómo el fluido de mi interior se teñía de un amarillo tan intenso como el sol.
Comenzó la fiesta. Los chicos entraron en la iglesia. Desde el balcón donde nos hallábamos se escuchaban los cantos del coro. Concluida la misa se distribuyeron por el patio. Casetas de feria. Juegos. Voces. Carreras. Alegría…
Hacia el final de la mañana subió el joven que con tanto secreto nos había preparado. Abrió los grifos. El agua que conservábamos en nuestro interior fluyó por las mangueras de caucho hacia abajo. Y cada uno de nosotros dio vida a un estanque que se fue llenando de agua roja, verde y amarilla. Se arremolinaron decenas de muchachos. Tenían en sus ojos el asombro de lo desacostumbrado.
Los tres barriles observamos a Don Bosco. Esperábamos que él explicara el sentido de aquel símbolo tan magnífico: tres manantiales de colores brotando en el suelo del Oratorio. Pero no dijo nada. Simplemente contempló nuestra agua coloreada con enigmática sonrisa.
Con las primeras sombras de la noche concluyó la fiesta. Finalizó nuestra misión. ¿Habíamos contribuido a crear un arco iris sobre el suelo del Oratorio? ¿Nuestros tres colores habían sido símbolo del amor, la esperanza y la oración? Nunca lo supimos.
Al día siguiente los tres barriles volvimos a la monotonía del agua, del vino y del aceite en los rincones oscuros de la despensa del Oratorio. Pero ya nada fue igual. Habíamos aprendido la utilidad de las cosas inútiles y la belleza de las cosas efímeras que hacen más amable la vida.
Nota: 24 junio 1851. Fiesta del onomástico de Don Bosco y de san Luis Gonzaga. Don Bosco ordena al joven Felix Reviglio que prepare tres barriles con agua coloreada. De cada uno de ellos brotará un manantial de color. Llenarán tres pequeños estanques. Don Bosco nunca explicó el significado de esta actividad (MBe IV, 211-212).
Fuente: Boletín Salesiano
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