Carta de un niño de posguerra a la ministra de Política Territorial, Isabel Rodríguez.
Señora:
Espero que al recibo de ésta se encuentre usted bien. Yo bien gracias a Dios.
Soy un niño de posguerra, cuyas fuerzas se han gastado al cabo de los años. Mi discreto trabajo cultural y pedagógico fue mi felicidad más pura y cuya libertad personal fue mi más preciado tesoro.
Hijo de maestra nacional, formada en las Escuelas del Ave María, del Padre Manjón en Granada, ejerció durante la República, pero no durante la posguerra y de obrero del metal, afiliado al PC en los años treinta, por lo que bloqueó, sin saberlo, su futuro, endeudándose con él.
Traidores los dos, de vida bien dispuesta, hasta titulada, que bastaba solamente con llevar a cabo un reciclaje, y, en cambio, nada, se agarraron por las solapas y se arrojaron fuera sin la más mínima carta, sin dirección nueva, callados y embutidos de tenacidad, trabajo y optimismo, en la patria y en la vida propia.
La sangre que hoy me late en las sienes corre por venas de amianto, gracias al “Adiro 100” desde hace quince años.
Nos conocimos el día 26 de julio de 2019, fiesta de Santa Ana, en la Plaza de María Auxiliadora de Puertollano, siendo usted ya flamante alcaldesa de la ciudad y nos hicimos una foto, en compañía de Pedro Antonio Rodríguez, Pablo Labrado y Antonio Gómez, que yo envié por WhatsApp a mis mejores amigos políticos de Guadalajara: José Ignacio Echániz, José Manuel Leceta, Antonio Román, Javier Sevilla y Daniel Batanero. Todos me dijeron que era usted “muy mona”, pero Echániz me añadió que, además, era usted muy inteligente y muy práctica.
La instantánea duró poco, pero quedó sin embargo la impresión de coincidir.
Le observé: ¡Enhorabuena por su reciente nombramiento de alcaldesa! A lo que respondió: ¡Gracias, gracias! Su tono me envalentonó para preguntarle: ¿Se hace una alcaldesa a fuerza de mirar? Quedó usted descontenta de la pregunta y me contestó, seria y mansa: “No, no, a fuerza de hacer”.
Esa noche nada estaba lejos, sino que todo se nos echaba encima.
Pasamos a la sede de la “Cofradía de Santa Ana” para participar de un tentempié. Cambiamos de ruidos.
Con algunos de los presentes yo había establecido una amistad de esas que surgen en los estados de emergencia. Suelen ser relaciones fuertes, leales, pero fundadas sobre estados de excepción (en mi caso la predicación de doce novenas de María Auxiliadora a lo largo de la vida). Son relaciones únicas, no sobreviven del todo. El recuerdo que suelen dejar es como un agujero en la pared, una cicatriz.
Así, Marta Navarro, Vicente Vallejo, José Amador, José Carlos.
“Más”.
En un perfecto aparte con usted, tutelado por alguna de sus lugartenientes, hablamos de todo un poco, más bien poco. No todas las personas se alzan verticales siguiendo líneas rectas en la conversación. Me acordé del refrán castellano, que me enseñaron en Salesianos Atocha con 7 años: “Buen porte y buenos modales, abren puertas principales”. Me pareció que usted es capaz de levantar cimas oblicuas, precisamente por su porte y por sus modales.
“Más”.
Me preguntó usted del por qué de mis predicaciones en Puertollano. Salieron, como un desliz, mis años de “maestrillo” en Salesianos Ciudad Real, de 1961 a 1964 nada menos. Las nostalgias son, ay Señora, malarias a las que les hace falta la humedad de los ojos. Los míos estaban tan secos como el cebo del chipirón. O sea. Dicen que quienes tienen a alguien en otra parte han inventado los puentes. A mí esa construcción ni se me había ocurrido, ni se me había pasado por la cabeza. Pero mi docena de novenas puedan tener algo de eso.
“Más”.
Entre las herencias del mundo analógico, ejercer el derecho de botellón piadoso” permite concretar una existencia verdadera, táctil, visible. Lo virtual, yo creo, desgrava la realidad y a veces confunde la nada con ello. Y no. Por eso nos fuimos a cenar al Bar “La Plaza”, invitados y acompañados, por presidenta y junta de “Santa Ana”: Ana Rosa, Pilar Ruiz, Agripina García, Sonia García y María del Mar García. Entre los comensales no hubo ni contradicción ni flaqueza. Ni siquiera equidistancia. La atmósfera estaba llena de vientos distintos, que necesitamos todos, cantando “a grito pelao”: “Asturias, patria querida” y, a su vez, “La Mancha, patria querida”.
Señora, hacia tiempo que no disfrutaba así en La Mancha, aunque sé situar la orilla de aquello en lo que creo. No siempre es lo mismo, aunque lo parezca. Y se lo voy a contar como confidencia. Abrazar a ciegas es muy cansado y no sabe a nada. No se trata de personalidad, no tengo una propia. Tengo una múltiple, la de todos los chicos de posguerra, una época bien agitada.
Corría noviembre de 1961.
Me enviaron a fundar Salesianos Ciudad Real, junto a otros ocho salesianos. Antes de salir de la Estación de Ferrocarril, fui a despedirme de mi padre, que guardaba cama en la Clínica de la Concepción. En breves días le operarían de cáncer de garganta. Tenía un montón de felicidades surtidas con él, qué menos que compartir también las penas. Podemos tener nuestras inmensidades dentro de unos centímetros.
Ya en el Hospicio de San Francisco salí una de mis primeras tardes con los pequeños para “ver” la ciudad de Ciudad Real. Estaba en los veinte años, una de las edades más desérticas para mí. Me sentaba bien estar callado para aprender y observar.
Todo era para mí novedad, primicia de 70 chiquillos al amparo todavía de las Hijas de la Caridad, ahora camino de la ciudad. Recuerdo cada cosa, cada persona, cada palabra, esa es mi penitencia.
– Iván –salta uno– ahí está la puta de tu madre. – Oye –digo– venid aquí, pídele disculpas, pero hombre. Silencio total. Estamos todos muy juntos.
– Si es verdad “Don Francisco” –subraya Iván, el injuriado.
Seguí el ritmo del momento como mudo, me adaptaba a los dichos y a los hechos como forastero en La Mancha. Y pensaba: ¿Cuándo Iván le partirá la cara al deslenguado?
Al pasar por la Plaza de San Pedro ya se me subieron algunos a los árboles, felices de su orden público. Porque felicidad para ellos era un Hospicio insurrecto de repente, a nuestro lado, a nuestro alrededor y en la copa de los árboles. “Esta sí que es buena –volvía a pensar– de nuevo las cosas patas arriba. Ya no lo hacen con los tacos, ahora con las piernas y pies”.
Con el tiempo escandido en estos pequeños contratiempos llegamos a la Plaza del Prado. Hablábamos todos a la vez de buena gana, pero yo no lograba activar ningún relato mío de respuesta. El abismo de intemperie y desafío estaba listo y a la desbandada los 70 se me colgaron de los árboles. Parecía una militancia revolucionaria a pie de combate frente a la “Casa del Ave María”, donde cincuenta y cinco años después presentaría mi libro Juan Bosco, si tienes un sueño, realízalo, de la mano de Don Julián Sánchez, director del nuevo Salesianos Hermano Garate.
– ¿Pater, estos chicos son suyos? –me interpela el guardia. – Digamos que sí. – ¿De dónde son? – De la Escuela Hogar Santo Tomás de Villanueva. – No conozco… – Hemos llegado hace unos días. – ¿Qué calle es? – Calle Alarcos. – ¡Ah, el Hospicio! – Exacto. – ¡Entonces, Pater, tienen ustedes permiso para subirse a la torre de la catedral!
– ¡Maldita sea!, pensé. ¡Qué hipócrita es este mundo! Voy por la vida con la alegría indomable de 70 enanos, que hace que se aparten las personas, que hace que se cambien de acera las mujeres, porque las mujeres saben a simple vista.
Volvía, pues, sin alivio al Hospicio, aunque lo disimulaba. El aire movido por las palabras del guardia urbano se había vuelto más pesado. Me había sobrecargado con las voces más aplastantes, que un acta de acusación, de los 70 chiquillos.
De repente, oigo: – ¡Criminal, chuta! – ¿Cómo te llamas? –observo. – José María. – ¿Por qué te llaman criminal? Duda, tose, garraspea. – ¡Nada, es que mi padre mató a mi madre!
En distintos momentos de aquella tarde, me olvidé de donde estaba. Es la primera señal de adaptación.
Señora, observo la naturaleza de las cosas, tan sólo como nos es dada, con una especie de anestesia emocional, no lograda del todo, pero suficiente, propia de amortizados, desplazados, invisibles, de los que contemplan con sorna las novedades, las ambiciones y la vanidad.
Las miradas de usted en ruedas de prensa son las de quien ha llegado a un medio más elevado, casi fuera de todo alcance intelectual y moral. Hoy bastante difícil. Intuyo que cualquiera de sus intervenciones puede ser interpretada de mil maneras. Cada uno ve lo que ya lleva dentro.
Me han dicho que se gana usted a los vecinos puerta a puerta.
Eso supone la promesa de un regalo de valor incalculable. La obligatoriedad libera. La disciplina renueva. La humillación enaltece.
No poseemos lo que conseguimos. Solo poseemos lo que deseamos.
Quizá usted no deseaba ser ministra de Política Territorial y ya lo posee.
Es el momento de desearlo con toda el alma y con la alegría que le caracteriza.
La alegría es una de las máximas exigencias de Dios.
La alegría es algo fuerte, complicado, pide determinación y coraje. La determinación y el coraje que solo un “yo” herido y hasta machacado puede proporcionar. Todo lo demás es doctrina. La doctrina no es la fe, ni muchísimo menos. Maestros, magos y locos no necesitan de la doctrina. La alegría, el optimismo, nace de la dignidad del sufrimiento. Sin fragilidad no hay guerra. Y en esa gran lucha, que dura una vida, nace y crece, retoña siempre la alegría.
Señora, los salesianos se estamparon en caliente en La Mancha: primero en Puertollano en 1953 y después en Ciudad Real en 1961, para poseer lo que deseaban sobre los escombros de la mina y de la sociedad, en la ceniza de la larga posguerra y de las privaciones.
– ¡Ahí está la puta de tu madre!
– ¡Tienen ustedes permiso para subirse a la torre de la catedral!
– Es que mi padre mató a mi madre.
No se alcanza lo sagrado sin dolor. La determinación reside en el dolor y no en la fe. Si usted tiene el don de transformar el dolor en algo útil, bueno o bello, no desplace el sufrimiento, porque ese regalo fluye directamente de Dios.
Señora, hay muchas colas de muchas hambres en nuestra sociedad hoy. Cuando faltemos, alguien continuará.
Abrazo,
Paco
Preciosa carta
Yo he vivido lo mismo 24 años después de Paco…. Y recuerdo aquellos tiempos como tiempos de alegría a pesar de todo. Como siempre Paco tiene ese don de alquimista de saber llegar a la esencia de las vivencias y transformar el barro en oro. Perfecto.
«Buena porte y buenos modales, abren puertas principales»
«La alegría, el optimismo nace de la dignidad del sufrimiento.
Sin fragilidad no hay guerra, y en esa gran lucha que dura una vida nace, crece y retoña siempre la alegría».
«No desplace el sufrimiento, porque ese regalo refluye de Dios».
«No se alcanza sin dolor, lo sagrado. La determinación reside en el dolor y no en la fe».