Cuando mis hijos eran pequeños, solía contarles cuentos que me inventaba sobre la marcha. Creando personajes, engarzando historias, enrevesando tramas… Era una eficiente manera de comprobar que, aunque los años pasaban, seguía manteniendo intacta mi imaginación. Ahora lo echo de menos. Quizá por eso, o quizá porque los cuentos nos permiten decir algunas cosas inapropiadas que igual, si no, no diríamos, me atrevo a proponeros uno.
Érase una vez, hace muchísimo tiempo y en un lugar muy lejano, un Reino donde sus gobernantes querían perpetuarse en el poder (¿y cómo se les podría reprochar?, ¿qué gobernante en todo el orbe no quiere eso?) e implantar sus ideas, fueran o no las mejores, simplemente porque eran las suyas… pero como quiera que vivían en un Reino en el que la gente podía decidir y expresarse libremente, decidieron que lo mejor sería que los pregoneros, los cuentacuentos, los narradores de historias y los cronistas que recorrían el territorio, fueran de su misma tendencia, y así las noticias les llegaban a los aldeanos previamente matizadas por esa visión. Se implantó un cierto principio de “no hace falta que usted reflexione y piense, que ya lo hacemos nosotros por usted”.
No entendiendo suficiente eso, uno de los gobernantes propuso que valoraran lo bueno que sería que las escuelas del Reino respondieran a sus mismos valores, a sus ideas, a su cosmovisión. Los otros gobernantes aplaudieron enfervorizados la medida; tener a todos los niños del Reino desde muy pequeños escuchando sus consignas sin duda sería espléndido. Uno de ellos, quizá el más ingenuo, propuso que los gobernantes crearan algunas escuelas propias donde se expusieran esas ideas y que los padres que quisieran pudieran elegirlas, como hacían con otras escuelas que habían construido grupos de aldeanos, que ofrecían sus propios idearios. Pero los demás gobernantes abuchearon esa propuesta: no querían tener alguna escuela, ¿de qué serviría eso?… ¡Querían tenerlas todas! El gobernante que había sido criticado puso cara de espanto: “¿Cómo podría ser eso?, ¿Qué pasaría con las otras escuelas?” Pero los demás gobernantes dijeron que inicialmente dejarían que las otras subsistieran, pero poco a poco las irían desprestigiando y alegarían que la escuela de los gobernantes era en realidad la escuela del pueblo, darían más dinero a sus escuelas que a las otras y más recursos, y los padres acabarían entendiendo que esa escuela era mejor. E incluso dirían que la única manera de garantizar que todos los hijos de los aldeanos fueran a la escuela era precisamente que los gobernantes las crearan. De esta forma conseguirían que en un futuro fuera la única. El gobernante que discrepaba volvió a insistir: “¿Pero los aldeanos dirán que para garantizar que todos vayan a la escuela no es necesario que seamos nosotros quienes las creemos, bastará con que financiemos la escuela que elijan los padres, creadas por los propios aldeanos, para que sea gratuita para cualquiera de ellos?” Pero los demás le contestaron: “No, porque diremos a todos que nuestra escuela es la escuela del pueblo, de todo el pueblo, frente a la otra, que es de algunos aldeanos con intereses propios, espurios y egoístas”. Y continuaron: “… y que con el dinero del pueblo solo se debe financiar la escuela del pueblo”. El gobernador cuestionado no se callaba: “¡Pero nosotros no somos el pueblo! ¡Los aldeanos son el pueblo! ¡Y el dinero no es nuestro, sino de los aldeanos, también de los que han creado esas escuelas y de los que las eligen!”. El resto de gobernantes, ya molestos y aburridos, lo mandaron callar: “¡Nosotros representamos al pueblo, es más que suficiente!”, dijeron. Cuando el gobernante díscolo volvió a insistir: “¡Pero no somos el pueblo, ni debemos sustituirlo!”, fue expulsado del Palacio de los gobernantes.
Implantaron su modelo. Pero algo debió salir mal. A pesar de que crearon escuelas propias de los gobernantes al lado de las que ya existían creadas por otros aldeanos o por grupos de ellos, incluso alguna de ellas innecesarias y con la única finalidad de “robarles” sus alumnos, que las dotaron de más bienes, más recursos, más maestros y que hicieron campañas, por parte de los cronistas oficiales, a su favor, muchos padres seguían eligiendo esas otras escuelas. De hecho, algunas de las escuelas creadas por los gobernantes estaban vacías y eso provocó su indignación y su cólera. Así que como no habían podido convencer a los padres de que abandonaran esas otras escuelas y sus idearios, en beneficio de la escuela de los gobernantes y los suyos, decidieron cerrarlas, quitándoles la financiación.
De este modo, para justificarse, dijeron que esas escuelas no cubrían necesidades de escolarización, porque las escuelas de los gobernantes, que se habían creado después, tenían plazas suficientes para atender a todos los niños, y dijeron que el Reino no tenía dinero para mantener todas las escuelas y que preferían mantener solo las propias de los gobernantes (aunque fueran más nuevas o las eligieran menos padres), e incluso llegaron a decir que como los aldeanos ahora tenían menos hijos, ya no hacían falta tantas escuelas y que por ello era mejor quitar esas otras, que no eran las suyas. Los gobernantes decían que lo hacían por los aldeanos, aunque era evidente que no respetaban las opciones de los mismos.
Las escuelas que habían nacido de los aldeanos y de grupos de ellos fueron al Juez y después a los Jueces Supremos. No estaban en contra de la escuela de los gobernantes, pero se quejaban porque decían que, si ellos no ofrecían esos distintos idearios y cosmovisiones, los padres no podrían elegir la educación de sus hijos y se impondría un único ideario. Y esto, a pesar de que los gobernantes dijeron que ellos no tenían ningún ideario, que eso eran los otros, que ellos eran puros y neutros y ajenos a cualquier interés e ideología, que eran los representantes del pueblo y que solo querían su bien. Los jueces les dieron la razón mayoritariamente a las escuelas de los aldeanos frente a los gobernantes y decidieron mantenerlas, pero con la condición de que los aldeanos las siguieran escogiendo.
Indignados ante tal varapalo, los gobernantes movieron todos los hilos: insistieron en seguir cerrando aulas de estas escuelas al negarles la financiación, obligándoles a acudir una y otra vez a los jueces, se inventaron nuevos argumentos para probar suerte, modificaron las normas para que favorecieran sus intereses, y utilizaron, en fin, todos los recursos a su alcance, y eso que, siendo los gobernantes, eran muchos. Pero los jueces siguieron diciendo que mientras los padres demandaran esos centros se debería seguir con su financiación pública.
Ante tamaña desautorización, los gobernantes idearon un nuevo plan, y así obligaron a algunas de esas escuelas a que cuando llegara el momento en que los padres debían elegir centro, en el proceso de admisión de alumnos, no podrían poner en los tablones de sus puertas todas las plazas que tenían, sino muchas menos. Con ello pretendían que, obviamente, menos padres solicitaran esas escuelas, ante el miedo a quedarse fuera, y así poder alegar después que la demanda era menor, permitiendo así ir reduciéndolas.
Pero tampoco esa estrategia dio buen resultado porque las escuelas reaccionaron con celeridad y descubrieron ante los jueces las aviesas intenciones de los gobernantes.
Desde entonces, año tras año, las escuelas de los aldeanos que ofrecen una educación diferente y singular, con unos valores y una cosmovisión propios, distinta a la escuela de los gobernantes, se afanan en conseguir que en el proceso de admisión de alumnos tengan solicitudes suficientes, sabiendo que cada año acechan los gobernantes, esperando a que baje la demanda para imponer como única escuela la suya. Es muy importante que los aldeanos sepan esto y conozcan que sus escuelas permiten un mayor respeto a la pluralidad social y la libertad de enseñanza, y que estas libertades no deberían perderse nunca, porque a los padres de los aldeanos les costó mucho conseguirlas y hasta hubo guerras, enfrentamientos y derramamiento de sangre, pero eso debe ser objeto de otro cuento.
Menos mal que esto es solo un cuento, y cualquier parecido con la realidad es ajeno a la intención de su autor, y que se produjo hace muchísimo tiempo y en un lugar muy lejano… aunque, quién sabe, el tiempo y el espacio son conceptos tan relativos…
El argumento que se utiliza no es más que una falacia. Los gobernantes van cambiando, y con ello cambia lo que les interesa enseñar a los futuros ciudadanos; a diferencia de los equipos de dirección de los colegios privados y concertados, que perpetúan un sistema educativo y unas normas morales, en muchas ocasiones, ancladas en el pasado. Y lo digo después de haber cursado primaria, secundaria y bachillerato en centro. No tilden a sus niños de «bien educados» y a los demás niños de aborregados y adoctrinados, cuando más bien sucede justo al contrario.