Registro exhaustivo en el Oratorio
Era yo una caja de madera. Ninguna ornamentación resaltaba mi figura. Una mano de pintura marrón y otra de barniz pregonaban mi humildad. Nací vacía por dentro y adusta por fuera. Ocupaba un rincón en la modesta habitación de Don Bosco.
Cuando el sacerdote hacía girar la llave y abría mi cerradura, yo me tropezaba indefectiblemente con su mirada preocupada. Don Bosco, con semblante pensativo, se limitaba a depositar en mi interior pequeños papeles escritos. ¡Cuánto me hubiera gustado poder leerlos! Pero las cajas de madera no sabemos leer y no comprendemos el significado de las palabras y los números.
Nunca olvidaré aquel día de mayo. Gruesas voces me despertaron de mi letargo. Cinco hombres penetraron en la habitación apremiando a Don Bosco. Dos de ellos vestían uniforme de policía. Los otros tres lucían trajes impecables… Urgían a Don Bosco. Buscaban documentos comprometedores. Le amenazaban: la subversión contra el gobierno acarrea penas de cárcel…
Comenzó el registro. Se abalanzaron sobre la papelera. Husmearon cada trozo de papel. Volcaron los libros de la estantería. Ante las protestas de Don Bosco, nuevas amenazas y expresiones descorteses. Violación de la correspondencia. Cajones del escritorio desparramados sobre el suelo. Más que comisarios, parecían perros de presa.
De pronto, el pie de uno de ellos tropezó conmigo. Se agachó. Me tomó. Me alzó con gesto triunfal. Todos le miraron. Cuando intenté protestar, ya me hallaba sobre la mesa. Acosaban a Don Bosco para que les entregara la llave de mi cerradura. Él protestaba: “en esa caja tan sólo hay papeles confidenciales que no deseo que trasciendan”.
Cuando sentí sus miradas intentando traspasar mi cuerpo, apreté con fuerza mis maderas para preservar los secretos de mi dueño… Esfuerzo vano. Don Bosco entregó la llave al fiscal. Éste abrió la cerradura.
Las manos finas de los comisarios se abalanzaron sobre los papeles de mi interior… Pero al comenzar a leerlos, decayó súbitamente su entusiasmo… y creció una imperceptible sonrisa de triunfo en los labios de Don Bosco.
Leyeron en voz alta: Pan entregado a Don Bosco por el panadero Magra: 7.800 liras. Piel suministrada al taller de zapatería del Oratorio: 2.150 liras… ¡Los papeles depositados en mi interior eran las facturas sin pagar del aceite, el arroz, la harina, la pasta…! Memoria cierta y evidencia de los esfuerzos que Don Bosco hacía para cuidar a sus muchachos.
Me llené de orgullo cuando mi dueño, señalándome, les apostilló: “Ustedes se han empeñado en saberlo todo. Pues, ya conocen los secretos de esta caja… Y harían una buena obra si se dignaran pagar alguna de esas facturas o las llevaran al Ministerio de la Gobernación”.
¿Se avergonzaron los comisarios ante el hallazgo? Lo ignoro. Yo, la sencilla caja de los secretos de Don Bosco, nunca supe leer… y menos aún, adivinar los sentimientos de aquellos políticos que tan sólo sabían fiscalizar el Oratorio y poner trabas sin colaborar en nada.
Nota. 26 de mayo de 1860. El fiscal Tua y los comisarios Grasso y Graselli, custodiados por 18 guardias, realizan un registro en el Oratorio. Buscan documentos contra el gobierno. Creen encontrar el cuerpo del delito en una caja cerrada con llave… donde Don Bosco guarda facturas de alimentos y materiales adquiridos para sostenimiento de los muchachos pobres del Oratorio.
Fuente: Boletín Salesiano
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