Esta semana mi pareja recibió una llamada, bueno, un audio. Un mensaje de voz de su antigua jefa en el centro de día para niñas, niños y adolescentes en el que trabajó más de 10 años y del que no se ha desvinculado ni emocionalmente ni en la práctica gracias al voluntariado.
Era para contarle a él y al resto del equipo su conversación con un ex destinatario, un joven que estuvo en el recurso hacía ya varios años. El chico le puso rápidamente al día de su vida. Había acabado sus estudios de bachillerato e iba a comenzar un ciclo formativo superior. Estaba muy contento y satisfecho tras un “curso redondo”. Después de este año de éxito, le confesó que no se quitaba de la cabeza el centro de día y al equipo de educadores y educadoras que le apoyaron, y sobre todo la confianza que siempre tuvieron en sus posibilidades. En aquel momento él no lo entendía.
Estaba muy agradecido por todo lo que habían hecho por él cuando estuvo en el centro de día, un recurso que entonces veía como un castigo y que ahora sabe que fue una gran oportunidad. Así se lo transmitió a su antigua educadora y ella quiso compartirlo con quienes tanto “batallaron” con este adolescente, hoy un joven encaminado hacia la vida adulta.
Sabe que nada de lo que le ha pasado es suerte sino fruto del esfuerzo, pero reconoce el valor del acompañamiento que hicieron con él. Hoy ese equipo educativo es una referencia en su vida así como su manera de ser y de entender. Las tardes con los educadores y educadoras en el centro de día, un recuerdo imborrable y su paso por este recurso socioeducativo, un regalo.
Es cierto que estas historias no son tan frecuentes como deseamos. Pero todos los proyectos sociales que trabajan con la juventud están llenos de historias como las de este chico que dan sentido al trabajo de las personas que están en las plataformas sociales salesianas.
La labor de las educadoras y educadores es como cultivar la tierra.
Hay cultivos que dan fruto en poco tiempo, pero otros no. En demasiadas ocasiones las educadoras y educadores sienten que su esfuerzo es en balde, que por mucho que lo intenten, esa chica o ese chico parece no mejorar. Y llega el momento en que deja el centro por una u otra razón. Y un sabor de amargo fracaso acompaña esa despedida. Pero en ocasiones, años después, vuelven a saber de él o de ella, o se cruzan en la cola del supermercado y le cuenta lo bien que está, saliendo adelante, protagonizando el cambio que no llegaron a ver, y saben que han tenido algo que ver en ello.
Ser educador/a requiere la paciencia del viñador, se necesita perseverancia. Saben que no se debe abandonar el cultivo porque no se vean los brotes. Pueden pasar años sin ver un solo grano de uva. La siembra es un acto de Fe, de creer incondicionalmente a pesar de no ver los resultados. Lo importante es no dejar nunca de sembrar.
Imagen: www.freepik.es
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