El otro día, escuchando la homilía del Rector Mayor en la eucaristía de clausura de su visita a Madrid, me quedé rumiando el titular: “Y si nos engañan, que nos engañen…” (no será la primera vez).
Me vino enseguida a la cabeza la escena en la que Don Bosco permite entrar en Valdocco a un joven que esa misma noche le roba y se marcha. Y veo a Mamá Margarita apoyando a su hijo. Intentando entenderlo, para saber acompañarlo.
Ángel Fernández Artime, X Sucesor de Don Bosco completaba su propuesta: “Nuestras casas, nuestras comunidades deben ser, humildemente, un espacio de frescura en este mundo. Ser un oasis para quien lo necesita. Ser una comunidad cristiana de puertas abiertas donde todo el mundo se siente bienvenido ¡cuántos hay que tienen el alma herida! Esa es nuestra misión”.
Eso lo entendió bien la madre de Juan Bosco. Quizá porque formaba parte de su ADN, quizá porque lo fue adquiriendo a lo largo de su vida. Humildad y frescura; espacios de paz que den seguridad; todos los jóvenes se sentían bienvenidos en Valdocco, sentían que alguien recogía su dolor y su alegría. Que les cuidaba de verdad, con amor real.
No nos deben preocupar las posibilidades de engaño, tenemos que confiar y si se rompe la confianza, recomponernos y avanzar. Así de fácil…o no.
En un tiempo tan lleno de incertidumbre, de situaciones complicadas, de cabezas y corazones rotos…me pregunto
¿soy capaz, en mi casa, en mi familia, en mi trabajo, en mi tiempo libre ser ese espacio de frescura?
¿soy capaz de ver lo bueno en sus miradas, en sus proyectos? ¿de ver a través de sus ojos?
¿Voy a poder sacar estas ideas del papel y arriesgarme a sentirme engañada o descubrir una luz nueva y diferente?
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