Educar y amar

2 febrero 2022

Toda mi vida me he dedicado a la educación, se puede decir que no he hecho otra cosa. He educado en la escuela, en centros juveniles, en ámbitos de exclusión, en el terreno parroquial… Después de muchos años de ser educador, me he preguntado por qué lo soy, qué es lo que me da la autoridad moral para entrar en el misterio de la vida de un adolescente e intentar acompañar sus pasos para que en un futuro sea feliz.

Creo que, por encima de la pedagogía, la psicología, la técnica y la profesionalidad, que doy por supuestas, sólo el amor puede ser motor de educación. Si no quiero a los chavales con los que estoy, creo que no tengo ningún derecho a inmiscuirme en su intimidad para orientarles de cara a su futuro. Por eso me pregunto qué es el amor.

El amor es una actitud que no se centra en una persona específica. Es un ir por la vida amando a los otros. Esto supone una actitud de apertura y confianza en los demás. Y esto no quiere decir ser un inocentón, pero sí que implica, de entrada, tener una actitud de confianza en las personas.

El amor es fundamentalmente dar, no recibir. Dar significa ganar. Los padres dan a sus hijos lo más precioso que tienen, su vida, su alegría. No deben dar con el fin de recibir, porque saben que darse es ganarse. Lo mismo los educadores… damos, porque amamos. En la vida llega un momento en el que casi todo se pierde, el amor es lo único que permanece.

Amor es acoger el don del otro. Se acoge al sonreír, al estrechar una mano, al comprender… Es valorar al otro tal y como es; y esto se expresa en mil detalles: saludar con afecto sincero al que llega, interesarse por sus cosas, escucharle sin prejuicios, corresponderle desde él, sin proyectar mis cosas.

Esta acogida debe manifestarse más con el que queda marginado, con el peor dotado, con el que tiene menos posibilidades… con el que alguna vez es mal visto y ahora nadie le hace caso.

Amar es dejar ser, es dar a cada persona el respeto que merece, dejarle ser lo que realmente es. En general, los humanos nos empeñamos en hacer ser; somos felices cuando conseguimos que el otro dice y hace lo que nosotros queremos que diga y haga (claro que esto no supone renunciar a unos objetivos educativos, a unas metas a las que queremos llegar).

Esto los chavales lo saben muy bien; para que se les quiera aprenden a actuar como sabe que los mayores esperan que actúen.

Dejar ser es respetar lo que es real en el otro. Es ayudar a ser lo que realmente se es (Educar viene de ex-ducere, sacar hacia fuera lo que uno es). Educar es animar a que la persona busque en su propio misterio, se conozca, descubra sus cualidades -lo que realmente es- y las potencie.

Amar es marcar límites. Dejar ser es lo contrario de una permisividad tolerante que todo lo consiente. El chaval necesita límites, los pide. Los límites -cuando son razonables- ayudan a encontrarse, a probarse a sí mismo, a superarse, a estructurar su libertad… Educar desde el amor supone ayudar a que el hijo o hija respete los límites. Transigir sin más, por la comodidad de no afrontar el conflicto es una falta de amor.

Amar es cuidar el ambiente, crear una atmósfera donde cada uno pueda sentirse a gusto, sentirse él mismo. Ordenar la casa, vivir con un cierto horario, crear espacios de diálogo, celebrar los aniversarios, las fiestas, cuidar todos estos detalles. Hacer que el ámbito educativo en el que uno está tenga un ambiente de amor.

Amar es leer en profundidad los sentimientos del otro. Saber captar sus demandas de amor, sus manifestaciones de amor, sus problemas, valorar lo que ellos valoran. Para eso hay que tener muy en cuenta que el amor se percibe y se expresa de modos muy diversos en diferentes edades. Además, no todos los chavales saben expresar el amor; el educador tendrá que saber leer en medio de esa dificultad de exteriorización del afecto.

Amar es respetar siempre la libertad del otro. No consiste en mendigar cariño. Amar es aceptar -desde su libertad- que el chico y la chica pueden rechazar el amor que se les brinda. Hay que desterrar toda pretensión de monopolizar el afecto de los chavales.

Amar es enseñar con sencillez que el sexo sincero y limpio es la más hermosa expresión de amor. Y en esto hay que ser consciente de que habrá que nadar a contracorriente, porque la visión del sexo en nuestra sociedad está muy despersonalizada y vacía.

Amar es dar a conocer a Dios, el que más nos ama, vivir coherentemente con la fe y, por tanto, hacer del perdón el gran signo. Amar es ayudar a que el joven se haga preguntas y, a partir de ahí, busque respuestas. Por tanto, hay que tener, por amor, un escrupuloso respeto a las convicciones religiosas de cada cual.

Sentirse amado es el motor educativo que hace transformar positivamente la vida de las personas. De todos los afanes educativos, el amor es el que no pasa nunca (1Cor 13).

Tras estos años bregando en el ámbito educativo, creo que sólo el amor da sentido a la tarea educativa. Intentar educar sin amar es una intromisión sin escrúpulos en lo más sagrado de cada vida humana. Deberíamos poder decir en nuestro interior “Te educo porque te quiero”.

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