Si paseas todos los días, a la misma hora, por los mismos lugares, el paisaje, los accidentes de las calles y las personas entran dentro de tu agenda de manera que puedes anotar quién es fiel a la cita y quien ha variado su recorrido, que es lo mismo que decir que alguien ha malogrado el encuentro. A todo el que falla le echas de menos.
La hora del encuentro con este caballero se puede concretizar. Con frecuencia, también los sábados y domingos, coincidimos a las 9:50 horas, a la puerta de la que debe ser su casa… Al llegar a la acera de la izquierda de nuestra calle, entra en un portal con claridad de hogar. Viene cansado, hasta bosteza con cierta frecuencia, espero que no por encontrarse conmigo. Probablemente trabaja en un hospital… y, con seguridad, su trabajo se realiza en la noche. Además, es intermitente. Una semana es fiel a la cita; y a la semana siguiente desaparece. Su profesión se ajusta a un horario de turnos semanales, semana de día, semana de noche. Entra en el circuito la semana en que trabaja de noche. ¿Por qué lleva cruzada una bolsa de color alegre que hace juego con su vida? ¿Por qué siempre la misma? ¿Cuál es su contenido?
Cariño y alegría
Cuando entra en el portal, hay esperándole una señora y dos niños de corta edad. Intuyo que toda la familia baja a recibirle. Ahora me viene a la memoria aquel dicho: “Nada más triste que llegar a un lugar donde nadie te espera”… Pues este no es su caso. La alegría y los abrazos se sienten desde la calle. Luego todos desaparecen en el ascensor camino del hogar. No sé por qué adivino que la casa de este invitado sabe a pan y a hogar. Entre tanto inesperado o mal esperado, hay alguien que es recibido con cariño y alegría. Mi compañero de calle es uno de esos afortunados. No es difícil imaginar las palabras que se cruzan los miembros de esta familia gozosa por la vuelta del padre. El lector podrá fácilmente imaginar la conversación de esta familia.
Todos los excesos terminan ahogando, incluso los de cariño. Eso es lo que piensa alguna vez mi compañero de calle. Pero cómo se alegra de encontrarse, en el frescor de la mañana, con el cariño de los suyos que, vestidos de fiesta, le reciben a la puerta de casa. Alguien cuenta que algo semejante sucede cuando uno llega a las puertas del paraíso.
Fuente: Boletín Salesiano
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