El derecho a cambiar (pensando en voz alta)

Aprendiendo a Vivir

10 febrero 2022

María Ángeles Alés

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Acostumbrados a hacer la mismas rutinas cada día, los cambios suponen un nuevo resurgir en cada persona. Una forma de crecer personalmente que nos hace progresar en nuestras vidas.

Todos creen conocerte, creen poder adelantarse a tus respuestas, pero la verdad es que nada está más lejos de la realidad. La irreverencia de algunos de mis pensamientos dejaría sentado a más de un amigo. Sigo siendo fiel a un modelo de vida del que me enamoré y que he ido fabricando artesanalmente, pero que también caduca en muchas de sus manifestaciones.

Con los añicos de mis sueños rotos he inventado otros. No soy la misma. No, imposible afortunadamente. Reivindico el derecho a inventarnos cada día, a cambiar de opinión, a practicar actividades que no hemos hecho nunca, a disfrutar con un sencillo sorbo de vino, con el roce cariñoso de las manos de tu madre, con atravesar un pasillo lleno de sol en mi colegio tras cruzar por galerías gélidas… detenerme, sentir ese calor reconfortante y seguir caminando.

La vuelta a lo genuino se vuelve en mí una necesidad. Consciente como nunca de esa cuenta atrás que nos acompaña desde que nacemos, no estamos para perder el tiempo en lo que no nos llena. Necesito sustituir “la costumbre, la buena educación” fruto de la doma social, por el respeto profundo a la idiosincrasia de cada uno, incluida yo misma. Cuánto tiempo he perdido en juzgar a otros. Cuántas veces he permitido que el miedo bloquee mis decisiones.

Frente a comentarios tales como: “Tú siempre has hecho esto, a ti siempre te ha gustado tal, pero a ti nunca….”. Respondo: “Pues ahora sí”. Ante afirmaciones como “me sorprende que…”, reacciono con seguridad: “Pues vas a seguir sorprendiéndote, amigo”, porque descubrir de lo que soy capaz ha significado sentirme viva, quererme, regalarme tiempo, multiplicar mis dones.

¿Y con los talentos?

Cuando mi Padre me pregunte: “¿Qué has hecho con los talentos que te di?”, quiero contestar que gasté sus regalos de tanto usarlos, tanto que hasta los remendé, que me hice con otros nuevos, también regalé algunos, los menos los desperdicié, los perdí… pero aprendí con dolor de esas pérdidas que me hicieron y me hacen ser hoy, sin duda alguna, mejor persona.

Sólo necesitamos detenernos, parar el tiempo, respirar profundamente y ponernos unas gafas sin cristales para ver con transparencia nuestra vida y darnos cuenta de que el cambio es inherente al crecimiento personal, a la resiliencia y a la consciencia sobre la fugacidad de la vida.

Fuente: Boletín Salesiano

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