Ser mediador de la misericordia de Dios en la cárcel

23 febrero 2022

Pensando como comenzar esta comunicación, rápidamente me vienen las palabras del Papa Francisco en la homilía dirigía a los reclusos en el Jubileo de los presos en Roma: “Hoy celebramos el Jubileo de la Misericordia para vosotros y con vosotros, hermanos y hermanas reclusos, que una cosa es lo que merecemos por el mal que hicimos, y otra cosa distinta es el «respiro» de la esperanza, que no puede sofocarlo nada ni nadie. Nuestro corazón siempre espera el bien; se lo debemos a la misericordia con la que Dios nos sale al encuentro sin abandonarnos jamás”.

Tengo que confesar, que mientras escuchaba al Papa en la basílica de San Pedro, se me fue la mirada a la imagen de Don Bosco y recordé aquellas dolorosas palabras después de visitar la cárcel: “Me horroricé al contemplar cantidad de muchachos, de doce a dieciocho años, sanos y robustos, de ingenio despierto, que estaban allí ociosos, atormentados por los insectos y faltos en absoluto del alimento espiritual y material. Constaté, también, que algunos volvían a las cárceles porque estaban abandonados a sí mismos.” (Memorias del Oratorio, 111).

Esta es la sensación que también yo experimento cuando paso por los distintos módulos y me encuentro con tantos jóvenes que entran y salen, como si se tratara de una espiral de la que no se pueden salir. Jóvenes que han llegado a delinquir por una falta de apoyo socioeducativo y, sobre todo, por la falta de afecto y cariño.

Es impactante encontrarme con chicos del barrio a los que he bautizado, les he dado la primera comunión, que los he tenido en el oratorio o en la Fundación Don Bosco. Y quedo sorprendido al encontrarme a algunos que hace más de treinta años ya los visitaba en la cárcel y, tras salir y entrar una y otra vez, aún están ahí. Y más duro aún, cuando me encuentro a los hijos de estos, como si se tratara de transmisión genética.

Una nota de esperanza: ser mediadores de la misericordia de Dios

El trabajo en la prisión es un trabajo muy duro por lo que significa acompañar a tantas vidas rotas y frustradas y, al mismo tiempo, es alentador al comprobar cómo están esperando una palabra que despierte en ellos esperanza, y un horizonte de libertad.

Son vidas, muchas veces con pasado, pero sin ningún futuro. Vidas tan dañadas por tanto dolor que no sabes cómo sanar esas heridas. Cómo calmar tanto sufrimiento.
El papa Francisco, a propósito de esto decía: “Para hablar de esperanza con quien está desesperado, se necesita compartir su desesperación; para secar una lágrima del rostro de quien sufre, es necesario unir a su llanto el nuestro”.

Esto es lo que trato de hacer cuando me encuentro con los reclusos: compartir su desesperación y tratar ser mediador de la misericordia de Dios.

Trato de humanizar la misericordia en la realidad de cada uno de ellos, les ayudo a abrir horizontes nuevos en esas vidas rotas, hundidas y fracasadas y, sobre todo, procuro “estar con ellos”, acogerlos, escucharlos, atenderlos…

Cuánta necesidad tienen de ser escuchados, de ser tratados como personas. Necesitan de alguien que se acerque a ellos, sin prejuicios y sin verlos como el delincuente que está cumpliendo una condena, sino como la persona que quiere salir de ese error.

Por eso es tan importante ser mediador de Dios Misericordioso, facilitarles que descubran de modo personal y experiencial cómo Dios les quiere, les perdona y les da una nueva oportunidad. Que se encuentren con ese Dios, que envió a su Hijo no a condenar, sino a salvar. Ser esa mano afectuosa que le ayude a levantarse y no dejarlo tirado, abandonado… Ese Pastor que va en busca de la oveja perdida arriesgando a las noventa y nueve restantes.

Este es mi trabajo, que no lo hago en solitario, sino dentro del Equipo de Pastoral Penitenciaria. Un trabajo que me hace vibrar y sentirme un privilegiado, por tener la suerte de trabajar con estos destinatarios. Estando con ellos, me resulta muy familiar y cercana aquella expresión de Don Bosco: “Sois unos ladrones, me habéis robado el corazón”. Y es que cuando tú te das, ellos te buscan esperando esa sonrisa de complicidad que hace que se ponga en juego la pedagogía del corazón, esa pedagogía del amor llevado a la ternura hacia aquellos que sólo han recibido desprecios y rechazos. Un amor que les lleva al convencimiento de saber que, aunque para muchos son molestos, para Dios son los primeros.

Quiero terminar con una cita de Dostoieswsky en “Crimen y castigo”: “Si a los gobernantes, si a la cárcel, si a la justicia le quitamos corazón, la humanidad se asfixia”. Se deshumaniza, pierde sentido su razón de ser. Aunque la justicia se pueda equivocar no se la puede despojar de sentimientos ni de humanidad. Si al hombre le quitamos el amor y la misericordia, le quedan solo los principios más primarios, más vitales, que llegan a asfixiar la humanidad, y anulan los sentimientos.

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