Ya se sabe que los ríos corren hacia el mar.
Ya se sabe que la vejez es un río que va desembocando en el mar, que es un pequeño mar confundiéndose con el océano.
Pido oír un sí. Sí.
Es una compensación mínima para seguir adelante, una satisfacción. A veces puede ser suficiente.
Casi todos los días recorro “cien” veces las aceras impares, de Ronda de Atocha, camino de El Retiro. Me quito un poco de serrín de la cabeza.
El mundo de mi infancia hace muchos años que escupió sus últimos dientes, cuando la Ronda era un boulevard y pasaban por aquí los tranvías que iban a Carabanchel.
– Tienes que entender que los pies están para llevarte lejos.
– ¿Lejos?
– ¿Lejos? ¿A dónde?
– Busca siempre en otras partes.
Mi tío, mosén Gregorio, me contaba lo atractiva que podía ser hasta una guerra al principio.
– Robos, deudas, contratos, desaparecen. La guerra quema todos los papeles, ¿sabes?
– Pero qué va a saber el chiquillo –cortaba mi abuela Mamá Nona.
– Luego las casas empiezan a arder con todo dentro y todos salen perdiendo.
– ¿Con los niños también?
– También.
Fueron tres años largos de guerra.
Los campos de alrededor de Atocha y de Méndez Álvaro estaban inmóviles. En nuestro mismo patio de Salesianos Atocha crecíamos los niños con una montaña prohibida en el mero centro.
Nos hubiera gustado saber más entonces.
Los salesianos sólo hablaban deprisa, sin dar satisfacción a los porqués. Sentían que no les correspondía, sino a alguien que viniera después y, que si le apetecía, fuera en su busca por curiosidad y misericordia. Ahora yo siento eso y doy porqués a nuestra historia. A mi historia.
Me acabo de parar en el restaurante Pando. Antes lo hice en el estanco para renovar mi tarjeta de transporte y antes en la Confitería La Rosa para comprar una “milhoja” de posguerra (2 euros). Por cierto todos estos bajos y otros saben cómo salir adelante donde estas casas llamadas las “Casas de Olózaga”, Don Salustiano Olózaga. Nada menos.
Me parece ya tanto tener una historia –un temazo– con el vasco de Oyón, oriundo de Guipúzcoa, que renunciar a algo de su biografía es un desperdicio total de la gran historia de Madrid y de España y hasta de Salesianos Atocha.
Desde la acera del Reina Sofía levanto la vista sobre las Casas de Don Salustiano. Las miro. Las observo, como un espacio para la ficción.
Me da una vuelta de tuerca a los nervios.
¿Sabías, amigo Javier, que en ese lugar, sobre la mismísima plaza de Atocha quisieron fundar el primer colegio los salesianos en Madrid?
Rinaldi y Oberti habían empezado a pintarrajearse cabezas de caballo en su borrador de fundación de Talleres Salesianos en la Villa. Les causó buena impresión Don Salustiano. Respiraba muy despacio el diputado progresista. Tenía algo de inexorable y de prócer. De animal político. Lo era.
Se reía con los salesianos y les decía que era bueno reír y que la fe viene después del reír, más que después del llorar. Oye, como Don Bosco. Y que podían llegar a un acuerdo económico. Que para eso está el progreso. Que él era progresista desde pequeñajo. Que en sus filas militaba lo más granado del liberalismo español.
Nada menos que Madoz, Figuerola, Alcalá Zamora, Montero Ríos, Prim y Prats en su momento, el que trajo a Don Amadeo de Saboya, su paisano, para rey de España, y que perbacco! El dinero se ha hecho redondo para que ruede. Y que ¿qué mejor que en la plaza de Atocha?
Me descalzo ante las palabras de Don Salustiano.
Y me cuesta un rato sacar una respiración profunda, para poner distancia. Chapóó!!!
Ni para Oberti, ni para Rinaldi, se trataba de un juego, sino de una manera más de saber que la vida es un ejercicio entre lo probable y lo improbable. Ni demasiado en serio, ni demasiado en broma.
Qué verdad es más verdad.
Qué sueño es menos sueño.
Entrar en Madrid y por la mismísima Plaza de Atocha…
Decían de Don Salustiano que era un chulo y decibelios como los suyos sacaban la risa por delante en el Foro. Y por detrás, más.
Decían de Don Baldomero que era un galán de monjas.
Decían de Don Baldomero que había dentro de él algo portentoso: un hombre parodiándose a sí mismo, un hombre amando la vida, una mujer codiciada y despechada, Sor Patrocinio –“¡La monja de las llagas!”– Rafaela Quiroga de Capopardo y Palacios y haciéndonos algo extraños de nosotros mismos en las aceras vivas de los Madriles.
Decían de Don Baldomero que, cuando arrancaba tardaba en parar; que se le iba la fuerza por la boca y detrás la boca entera.
Decían de Don Baldomero que en la oscuridad de las noches sin luna sonaba su voz en El Retiro, sonaba y sonaba, y los del partido de Cánovas se sentían avisados por aquel vozarrón. De qué ya no lo sé, recuerdo sólo que era un sonido amable, de esos que en una estación de provincias anticipan el anuncio de que está pasando, o va a pasar, a toda máquina un tren y no se detendrá.
Decían de Don Baldomero que asumía las ceremonias del Congreso, del Senado, del Palacio Real, sus pompas, como una galaxia teatral, con la intensidad propia de una puesta en escena.
Decían de…
Saco una respiración profunda, para poner distancia con la época.
Acabo de sentarme en “Nubel”, la cafetería del Reina Sofía.
Perpendicular a mi asiento veo la esquina de Marqués de la Valdavia, las oficinas de Eurocaja Rural, es decir, Caja Rural Toledo. Oriento, de nuevo, mis pies hacia Ronda de Atocha, donde la voz blanca de la infancia se oxidó y gruñe arañando la tráquea.
“El Pasadizo” lo llamábamos, hoy Marqués de la Valdavia.
Partí dejándolos a todos, padre, madre, hermanos, casa, Salesianos Atocha, unos cuantos amigos y los miles de semanas de residencia en Madrid, todas las que hacen falta para formar trece años. Era 1953.
Me cubre la sombra de las “Casas de Olózaga”.
Hay certezas que durante años, a veces siglos, aguardan a oscuras hasta que alguien vuelve a ellas, las encuentra sin más, las vuelve a descubrir cuando menos lo esperaba. Basta con tirar de un recuerdo o abrir el portillo de un desván inexplorado.
Hoy me ocurre algo imprevisto, incluso se da el milagro.
Te traigo el cofre del “Guernica” de Picasso, el Reina Sofía. En mis años el Hospital Central. Con los ojos de la mente, lo escaneo de una manera hermosa sin pedir permiso a nadie. Me alivia ese perdido mirar entendiéndome del malagueño universal.
Concentración tajante de vida y realidad esta mañana.
Me vuelven a invadir las “Casas de Olózaga”.
Me aparece una carpeta. Aparecen unas hojas escritas que alguien tapió o escondió para preservar su mensaje, su pacto roto con los salesianos Rinaldi y Oberti, sus medio contratos, sus decisiones finales, su realidad impresa.
El mundo no siempre es amable con los demás. Ni a principios del siglo XX ni ahora. Este es uno de esos tiempos, amigo Javier, estúpidos, ruines, que se dan en la historia sucesivamente, de ahí tanto ruido por nada y para nada. Pero no son excepción, son norma.
Decían de Don Baldomero que prefería el progreso por parálisis (no por impulso). Los metros cuadrados sobre la Plaza de Atocha valían más que los de la Ronda. Los salesianos, ni con la ayuda de los jesuitas, San José María Rubio y Javier Garzón, podían cubrir los primeros gastos de Olazabal; de ninguna manera.
Don Baldomero, liberal progresista, del partido de Sagasta, tenía una personalidad aristocrática, un código propio: el dinero. Iba a su rollo, sin atender, de hecho, las necesidades sociales de Lavapiés, Embajadores, La Latina. ¿Los hijos de las lavanderas? ¿Y qué es eso?
Los salesianos permanentes o transeúntes por la Villa: Cagliero, Buzzetti, Rinaldi, Oberti, Branda, Luguera, preferían el desengaño y la roña, la bastardía y la pobreza al pedigrí, la solera. San Juan Bosco, su fundador, confiaba igual en los milrazas que en los pura sangre, regresando desde su mundo en el instante exacto, de quien conoce de otro modo las estribaciones del amor.
El amor y la amistad, por ejemplo.
No hay en ellos norma para siempre.
Ni hay formulas y proyecto al uno.
Dejarían ipso facto de ser amor y amistad.
Vivir es una expedición de dentro a fuera y se hace despacio.
Más de ciento veinte años le ha llevado a Salesianos Atocha su trayecto, no en las “Casas de Olózaga”, sino en los atochares de la Ronda, porque el metro cuadrado era más barato.
Curioso… mientras leía me imaginaba la manzana de Salesianos Atocha lindando con la glorieta Santa María la Cabeza… ¡yo creo que estamos mejor donde estamos! Menos gente, menos tráfico… también menos perspectiva abierta. Pero más identidad en una manzana de cuatro calles salesianas cien por cien. Qué bueno que alguna vez, alguien como Paco nos recuerde que todo lo que vemos tiene su historia… y por debajo de ella, sus protagonistas. Esperemos que Ucrania pueda seguir manteniéndola sobre una patria libre y autónoma, unas ciudades con edificios históricos, como las casas de Olózaga, y no con montones de ruinas…