Ser padre es una aventura apasionante y una opción que cualifica toda la existencia. Este mes de marzo, a las puertas de la primavera y con motivo de la fiesta de San José, celebramos el Día del Padre. He tenido la inmensa alegría de experimentar el gozo de la paternidad en cuatro ocasiones y cada mañana sigo afrontando mi paternidad como un reto. A pesar de llevar 23 años en esta tarea, no dejo de aprender que la educación es un camino que necesita de enormes dosis de generosidad y amor para ser recorrido. Si en la infancia nos preocupaban la fiebre, los dientes o cuando gatearían, conforme van creciendo nos preocupan su marcha en el colegio, la rebeldía de la adolescencia o las amistades con las que se relacionan.
Mi conclusión personal en estos años es que somos instrumentos de Dios para que nuestros hijos sean felices y tengan las suficientes herramientas para ser independientes y desarrollar por sí mismos sus propios caminos de felicidad. Para ser padre creo que se necesitan dosis infinitas de paciencia, humildad, corresponsabilidad, creatividad y, sobre todo, mucho amor.
Un regalo divino
Doy gracias a Dios por el maravilloso regalo que me ha hecho con mis cuatro hijos, pero siento como salesiano cooperador que mi vocación paterna no se limita a la experiencia que vivo en el ámbito familiar. Con los ojos puestos en san Juan Bosco –Padre, Maestro y Amigo de la juventud–, he vivido con desvelo durante estos años como existen en nuestra sociedad jóvenes en situación de vulnerabilidad que requieren y demandan, con sus comportamientos, la figura cercana, entrañable y protectora de un padre. En muchos barrios desfavorecidos, en la prisión, en casas de acogida, en la calle hay muchos niños y jóvenes abandonados y en peligro. Muchos de ellos viven rotos, porque carecen de la figura de un padre o porque han sufrido las consecuencias de una mala dinámica familiar.
Asisto con estupor a la proliferación de campañas que pretenden estereotipar o criminalizar a menores extranjeros no acompañados que deberían ser protegidos y cuidados, no solo por las administraciones, sino por toda la sociedad. Quienes formamos parte de la Familia Salesiana, laicos y consagrados, estamos llamados a ser hogar y refugio para cada niño, para cada joven que crece sin amor en medio de conflictos y carencias. Como Don Bosco… Padres, Maestros y Amigos.
Pie de foto: Hijos de José Ramón, por los que se siente bendecido por Dios cada día.
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