Una de las características de las ciencias que más me maravilla es que, por mucho que sepamos, siempre es poco. Siempre hay delante un abismo desconocido por el que hay que seguir transitando e investigando; siempre hay que revisar y actualizar lo que se sabe hasta ahora sobre el universo, el cerebro, el planeta, los animales o la historia.
Vemos en la televisión documentales que nos enseñan la vida animal mucho más detallada que hace años, leemos libros que muestran documentos recientes que cambian nuestra forma de ver algún hecho histórico o contemplamos en un museo un nuevo cuadro de algún pintor que estaba escondido en un almacén o en una casa particular.
¿No es maravilloso vivir sabiendo que siempre quedan cosas por aprender y experimentar? ¿No sería fantástico que tomáramos nuestra vida cristiana de esta manera? ¿No sería genial que asumiéramos que la fe no es una lista de verdades que se aprenden de una vez para siempre?
Hay quien se ha cansado de su vida cristiana, porque se ha dado cuenta de que lo que aprendió en la infancia no termina de encajar con lo que vive ahora. Hay quien piensa que la fe cambia cada vez que sale algo nuevo en algún libro o documental. Y hay quien cree que ya lo sabemos todo con sabernos el catecismo y leer la Biblia.
Dios no cambia
Dios no se deja atrapar por lo que hayamos escrito sobre Él. Dios no cambia, pero nuestra forma de conocerle y de acercarnos a él sí. El mundo cambia y se hace nuevas preguntas y busca maneras nuevas de relacionarse con Él. Nuestra forma de leer, meditar y comprender la Biblia es hoy distinta a la de hace siglos. Las ciencias han ayudado a ello y seguirán haciéndolo, porque no todo está sabido ni explorado.
En nuestras comunidades cristianas, parroquias o grupos abundan las propuestas de formación basadas en charlas, conferencias, jornadas o mesas redondas. También en nuevas experiencias de silencio y oración llenas de creatividad y profundidad con pedagogías novedosas. Son propuestas mimadas, bien preparadas y necesarias para escuchar, compartir, dialogar y actualizar nuestra forma de vivir y nuestros conocimientos sobre aspectos de la vida cristiana.
Son oportunidades que se nos ofrecen para descubrir qué se sabe hoy de Jesús de Nazaret, qué se está investigando sobre el origen del universo, qué es el ser humano, cómo orar desde nuestro yo, qué pueden ofrecer los libros de la Biblia al siglo XXI…
Busquemos el tiempo y la manera de participar en alguna propuesta de calidad. Vivamos ante Dios con la mirada de los grandes exploradores que se lanzaron hacia la inmensidad de lo que tenían por delante para maravillarnos de lo que aún no sabemos ni vivimos.
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