Dentro de la cuerda más sensorial y sensitiva de Don Bosco está María Auxiliadora como gran referencia personal y colectiva.
Don Bosco dio un orden relativamente distinto a esta devoción, primando lo educativo/evangelizador sobre lo cronológico o histórico, y antologando a partir de su experiencia, quizá porque a lo largo de su vida, siente (con justicia entera) que María es más una presencia en casa que una devoción oficial.
Como acabo de anticipar, prácticamente lo mejor de Don Bosco en esto –que es tanto– está en esa idea de antología sobre María Auxiliadora. Desde luego”el santo de los muchachos” no fue ni el iniciador ni el único continuador de esta devoción en la Iglesia, pero tuvo el acierto –digamos– de que los otros iniciadores o continuadores (primeros cristianos, primeros mártires, cruzados, frailes mendicantes, San Pío V y Lepanto, Pío VII y Napoleón, por ejemplo) no existieran ya en el siglo XIX, dejándole el paso triunfal y franco a su idea. Por supuesto que esa casualidad bendita no empaña para nada la infinita devoción tradicional de “Auxiliadora”-Don Bosco hubiese sido un abanderado de esta tradición también con ellos– pero así y aquí le permite un más que abultado papel protagónico, que él nunca desdeñó. Don Bosco fue un sacerdote renovador y gigante, también en esto, y eso lo sentimos –yo lo siento así– cada vez que lo releemos. ¿Cómo no asombrarse, una vez más, ante el Sueño de los nueve años, o el de la Pastorcilla y el rebaño?
Y aquí viene a cuento lo que proponemos someramente: la devoción moderna a María Auxiliadora no empieza sino con San Juan Bosco, que toca y ensaya y se detiene en todo cuanto conforma la educación real de los chicos: renovación cultural, experiencia religiosa, existencial, problemas socio-políticos, crispación ambiental, profunda dimensión del crecimiento biológico y, en fin avances dentro del gran lenguaje educacional, desde lo excelente a la sordina menos novedosa, narrativista, de la biografía de cada cual. ¿Habrá que unir las súplicas del “Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios” del siglo II a la cercanía de una Madre/Padre como María hoy? Claro. ¿Habrá que resituar esa Virgen guerrera que rastrea las naves de los mahometanos en Lepanto? Claro. ¿Tuvo razón Pío VII al acogerse bajo su protección frente a las agresiones de Napoleón? Claro.
Pero a San Juan Bosco, sin variar el rumbo de la devoción, le corresponde el privilegio de ofrecer a las madres/padres, que en el Piamonte sacan adelante a sus hijos, con padres ausentes, un refugio seguro, un acicate claro, un camino para ser recorrido. San Juan Bosco, el gran apóstol del idioma de la solidaridad. El padre de las sonoridades, pero también de las profundidades, uno de los santos que más amó a María.
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