Dicen mucho las palabras y más aún si son el último aliento de un moribundo.
Todavía hoy se rememora con afecto el momento de la agonía del anciano Don Bosco, y se siente en el picaporte el temblor de aquellos segundos de vacilación de Juan Cagliero cuando no se atrevía a abrir la puerta de la alcoba donde se hallaba el santo flanqueado por Miguel Rua, José Buzzetti y Carlos Viglietti.
Las palabras.
Siempre hay secretos muy bien guardados, pero en el “Oratorio de San Francisco de Sales” de Valdocco el espacio entre lo que la gente ignora y lo que todo el mundo sabe se halla ocupado por las palabras.
Las palabras, la palabra de Don Bosco.
Es el 28 de enero de 1888 por la tarde Don Bosco agoniza. Entonces Bonetti, que le había escuchado apenas balbuceos, quizá ruegos o letanías, de pronto, inexplicablemente, sube de tono y cambia incluso de modulación hasta volverse una voz poderosa:
-Decid a mis muchachos que les espero a todos en el Paraíso.
Resulta difícil creer que esa voz haya emanado del cuerpo del santo, consumido por la apoplejía y más parece que esté hablando por su boca el Santo Padre Moisés, señor de todas las plagas, desde el monte Sinaí.
Durante el 29 los médicos lo encuentran gravísimo. El doctor Fissore le dice:
-Ánimo, mañana, quizá esté mejor. Y él con la mirada perdida:
-¿Mañana? ¿Mañana? Haré un viaje largo…
El 30 de enero en un momento de lucidez, interpela a Rua:
-Miguel, déjate querer, hijo.
A Miguel le estremece el tono, porque en el fondo de aquel trueno hay una llamita de afecto que agrieta el corazón.
Hacía algunos años que Don Bosco había escrito:
-Es piadosa creencia que el Señor concede infaliblemente la gracia que el nuevo sacerdote pide al celebrar la primera misa. Yo le pedí fervorosamente la eficacia de la palabra, para poder hacer el bien a las almas. Me parece que el Señor oyó mi humilde plegaria (MB I 413).
En el tambor de la noche del 31 de enero resuena en Valdocco el gemido de la palabra del santo de los chicos. Después Miguel Rua hizo exactamente lo que tenía que hacer, se inclinó sobre Don Bosco y le dio un beso huérfano ya en la frente. Los tumbos azorados de su corazón quedaron enredados en el último aliento del fallecido.
Siempre es emocionante leerte Paco
Y cuando eres tan buen amigo todavía más
A ver si celebramos este 31 antes de que se nos escurra tanto entre las manos el tiempo….
un abrazo