El libro sagrado de las madres

Aprendiendo a Vivir

12 mayo 2022

Begoña Rodríguez

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El sentimiento maternal es universal y eterno. La mirada de una hija a su madre, en el último tramo de su vida, se torna inmensamente agradecida y es capaz de captar los detalles que revelan el desgaste de una existencia ofrecida en clave de amor.

María tiene las manos arrugaditas desde hace ya mucho tiempo, dice que de lavar en el río los pañales de tela, la lavadora llegó con el cuarto hijo. Cada arruga es una historia que contar. Todas las madres tienen su libro. Hay capítulos que dejan sin aliento y otros que queremos que se acaben ya, apenas han comenzado. Encontraríamos páginas que lloran, en las que las madres no pueden ver sufrir a sus hijos, María lo sabe. Otras que son pura alegría, cuando ven el sueño cumplido, el éxito alcanzado, la casa sobre roca

Tiene los ojos pequeños, convertidos en centinelas de niños que guardar, por mucho que pasen los años. Los ojos de las madres ven siempre más allá, como telescopios imaginarios que buscan en cada estrella un sitio donde puedan ser felices, donde iluminen. Eso es dar a luz y desde ese día todo consiste en ahuyentar las sombras. Los hijos duelen al nacer, y siguen doliendo, pero es un dolor que alumbra la esperanza, que mantiene alerta y que da una tregua en los días claros, donde todo está a salvo y el patio se llena de risas y flores cada primavera.

Con esos ojos pequeños, María miraba cada noche dormir a sus pequeños. Velaba sus sueños, hasta las pesadillas quería evitarles. Algunas madres no pueden contar cuentos, porque no los saben, no se los contaron, pero a su manera tejen historias nacidas del campo, del pueblo, de las aventuras que da la infancia, también fueron niñas; con madres que lavaban en el río y velaban sueños, el tiempo de las madres es un tiempo eterno.

Tiene los pies agrietados, doloridos, cansados… Los pies de las madres llegan siempre los primeros. Acompañan, caminan despacio o deprisa, según la ocasión. A veces corren para evitar caídas o van muy despacio, para no molestar. Cada paso desgasta, pero es firme y valiente. Donde hay una madre, hay siempre un camino sembrado de flores y fuentes para descansar. Una madre es el lugar por excelencia donde volver. Ellas siempre se ofrecen a lavar nuestros pies… y les cuesta la vida dejar que se los lavemos.

En su libro de madre, María ha escrito a veces renglones torcidos (como los de Dios) y ha inventado finales felices donde no existían. A la caída de la tarde, cuando sea examinada del Amor, el Maestro tomará sus manos y las besará, mirará sus ojos y la bendecirá y lavará sus pies, aunque a María le cueste; y en ese gesto comprenderá el sentido de toda su vida.

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