Hace muy poco una amiga psicóloga me contó que en La Palma sigue habiendo mucho dolor, aunque ya no lo veamos en las noticias y vivamos un poco anestesiados por un mundo que va demasiado deprisa. “Mucha gente sigue sufriendo porque se ha quedado sin nada. Existen verdaderos dramas y hace falta mucha escucha, comprensión y compasión. A eso me he dedicado los días que he estado allí”. La conversación me dejó una huella profunda y me sentí algo culpable porque también yo había olvidado esa tragedia que me impactó en su momento.
Ella me la recordó, me trajo palabras y emociones de personas a las que no conozco, pero en las que al menos puedo pensar un momento, dedicarles una oración sincera, conmoverme por todo lo que les ocurre. Tampoco Jesús de Nazaret conocía a todos los que se acercaban a él, pero les hacía “hueco en la agenda”, aunque estuviera cansado muchas veces. Les enseñaba con calma, con paciencia. Sanaba las heridas del cuerpo y del alma.
Todos somos sanadores heridos, y tenemos la facultad de ayudar a otros de muchas formas. Mi amiga da su tiempo escuchando a los demás, no puede restaurar bienes materiales, pero ayuda a las personas a encontrar sus fortalezas para salir de situaciones difíciles.
Hoy quiero pararme, despertar de la anestesia, reconsiderar mi lugar en el mundo…
Mi amiga me habló también del movimiento slowlife, creo que voy a investigar qué tiene de especial porque empiezo a estar cansada de ir tan deprisa, pasando al lado del que sufre sin tiempo en la agenda. Vivir con sentido, consciente, hermanada con otros… No es excusa decir que el mundo va deprisa, yo puedo vivir de otra manera si me lo propongo, “vivir lentamente”, que no es pereza sino sabia elección.
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