Nuestra Señora del Carmen de Guetaria
Las mascarillas se van diluyendo.
Van desapareciendo sin prisa y volvemos a dar la cara.
Por el camino ha quedado un rostro fatídico: ciento y pico mil españoles fallecidos, millones confinados, millones diluidos, millones de enfermos sobrevenidos. La pesadilla de la muerte. Y después todo lo demás. ¿Fueron útiles?
Fueron útiles para algunos negociantes sin escrúpulos.
Parece que el negocio de las mascarillas resultó espléndido, desatado, delincuencial. Parece que aprovechados siniestros hicieron butrones consentidos o sin consentir en las arcas públicas.
El fin del uso de las mascarillas abre horizontes insospechados de alivio y certezas también de tocomocho desvergonzado.
Todo es metáfora de algo.
¿También las mascarillas?
También.
Mientras en España y en otros países los contagiados morían a miles, algunos vieron su momentazo, su oportunidad, en ese espanto y beneficio. En el engaño, en la mentira, en el abuso. O sea. La especie humana nunca defrauda. Nunca se defrauda.
Momentazo de oportunidades y tal.
El final de las mascarillas nos ha revelado, una vez más, una orla de indeseables, “que haberlos, haylos”.
Amigo Javier, el asunto de los comisionistas de la pandemia sonroja por su densa cutrez y basura moral. Como el de la guerra de Ucrania. Pero quedan lugares, muy nuestros, donde quitarnos del todo las mascarillas y escapar del viejo hedor de los sisleros.
Uno es en la parroquia de San Salvador de Guetaria, en la capilla de la Virgen del Carmen, donde nuestra Señora da aire en todas las direcciones. Es uno de los mejores lugares de Guipuzkoa para dejarse rodar sin más proyecto que la apabullante utopía de “El camino del Carmelo”, que se resume en una frase: “Rezar en la ciudad, para la ciudad y con la ciudad”. Es decir, convertir nuestras ciudades en montes Carmelos.
La Virgen de Guetaria alivia, alumbra, descubre, confirma, impulsa. También ayuda a drenar de mierda algunos rincones del cerebro o de la vida. En medio del muladar de las noticias sobre lo que ocurrió cuando el tapabocas era necesario, la parroquia de Guetaria es un refugio. Uno de esos lugares, recios y mágicos, donde blindarse contra los tercos agravios de siempre. Desde antes de Elcano hasta después de la pandemia. Desde la primera vuelta al mundo junto a Magallanes hasta este tiempo de ruinas numerosas y bizarras.
Andando el tiempo, que todo lo corroe, surgió un profeta.
“Entonces surgió un profeta como un fuego cuyas palabras eran horno encendido”, dice el libro del Eclesiástico, refiriéndose a Elías, el primero que habitó en el monte Carmelo. Siguiendo la estela de Elías, docenas de ermitaños cristianos pueblan el monte ya a comienzos del siglo XIII y se agrupan bajo una regla elemental que les da el Patriarca de Jerusalén.
Andando el tiempo, que todo lo corroe, las invasiones sarracenas dispersan a los ermitaños por Europa y poco a poco va naciendo una familia religiosa. Y los que empiezan eremitas solitarios, apenas relacionados entre sí por su amor a la Virgen María y algunas prácticas de ascética dura, algunas concelebraciones litúrgicas y un espíritu evangélico parecido, terminan siendo una orden religiosa –sentida, pautada, estructurada–, habitadora de conventos, no de cuevas aisladas, dedicada al estudio silencioso y a la predicación compartida, a la oración contemplativa y al servicio social inmediato: los Carmelitas (ellas y ellos / ellos y ellas).
Los Carmelitas son más verdad que los ermitaños, porque duran más en la memoria de Occidente. Y su verdad humana no es tan a medias. No sé.
Andando el tiempo, que todo lo corroe, los carmelitas van sufriendo un cierto desgaste, que viene a ser remediado por una mujer española, de familia sefardí, de increíble potencia humana y espiritual: Santa Teresa de Jesús. Con la ayuda de un “medio fraile” poeta y visionario que se llama Juan de la Cruz. Confieren ambos sentido, nervio y forma a aquello que tantas veces no lo tiene. Reforman así el Carmelo, revalorizan la un tanto decaída “contemplación” y los tiempos siguen. La alegría de la Contrarreforma salta tan alta que se hace decir que el mundo está bien hecho. Fortuna se llevan. Fortuna trasladan.
Pero es que resulta que muchos años antes, en 1251, cuentan que el entonces coordinador general de la orden, Simón Stock, recibe la aparición de la Virgen, que le entrega su escapulario protector. La Virgen del Carmelo, del Carmen y su milagroso escapulario han sido y son desde entonces uno de los puntales de la devoción popular que, desde luego con protección oficial, llevó las cosas un poco lejos, convirtiendo la enseña parda con la efigie de Nuestra Señora, casi y sin casi en un amuleto.
Bendito amuleto.
Y así la Virgen del Carmen, para muchos, quedó convertida en salvadora de quemas y naufragios, patrona de las gentes de la mar y auxiliadora eficaz de “las almas del Purgatorio”.
“Las almas benditas del Purgatorio”, decía siempre mi abuela Mamá Nona –El Purgatorio “un lugar que no llega todavía a lo Bello, a lo Santo, al Amor”– “Porque nuestra muerte, siempre será más interesante que nuestra vida”, concluía.
Amigo Javier, para ser sinceros todos acabamos exhaustos,
llegamos a la muerte cansados, (te lo confirmo por experiencia),
porque hemos pasado nuestra puta existencia,
esperando que sucediera algo. ¡Y hala! Nunca sucede.
Y nunca sucede. Nunca.
Porque somos personas prosa,
no canto, sino prosa,
personas que se imponen a sus semejantes,
o personas que se quieren imponer a sus semejantes. En vano.
Como máquinas apisonadoras
que quisieran aplastar
cualquier brote de espíritu y de calor y de color y de sabor sobre la tierra,
personas contra lo Bello.
Personas que hacen de la frigidez y de la soltería más absurda
la materia monótona que constituye su cerebro y su alma,
y de la sabiduría de devocionario su inteligencia ínfima,
que absolutamente nada tiene que ver con lo Bello,
que más bien lo entierra,
personas datos
personas informaciones, dichos,
memoriones que creen disimular sus majaderías
con parodias intelectuales y hasta religiosas
cargadas de “adoctrinamientos”
y argumentarios de institutriz sabelotodo,
como si las ordenanzas por las que se rige la Creación, por la que se rige nuestro Dios Creador,
fueran el papanatismo de los dichos o las demostraciones, personas que en vez de ver poesía en los rayos del sol sacan un metro para medirlos.
Andando el tiempo, que todo lo corroe, la orden carmelitana es, por fortuna, muchísimo más que esas respetabilísimas devociones populares:
Virgen del Carmen,
Salvadora de quemas y naufragios
Patrona de las gentes de la mar
Auxiliadora eficaz de “las almas del Purgatorio”.
Es una espiritualidad que ha producido esos dos “monstruos” que son Teresa de Jesús y Juan de la Cruz. Eso es algo muy serio. Aunque la gracia de “la Santa”, la “gran Santa” y no su culpa, dividiera la Orden en esas dos secciones que la mayoría de nosotros sólo podemos comentar con una amistosa ironía: los calzados y los descalzos. ¿Cuestión de sandalias? Amigo Javier, hoy van todos calzados.
“El camino del Carmelo” resume su espíritu en una frase certera como una daga: “rezar en la ciudad, para la ciudad y con la ciudad”. Es decir, convertir nuestras ciudades y nuestros pueblos en montes Carmelos, donde sobran tantos “adoctrinados” y faltan tantos “acontecidos”.
Santa María del Carmen.
Uno de los mayores “acontecimientos” en la Historia de España, con Teresa y Juan de la Cruz, brindo y rezo por las almas del Purgatorio. Santa María del Carmen. Uno de los mayores acontecimientos en la Historia Universal, con Juan Sebastián Elcano, ayúdanos a promover lo mágico, lo sagrado, lo divino. Y las realidades. Los acontecimientos.
¿Cuestión de sandalias?
Hoy ya van todos calzados.
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